Polibio y el ciclo político de las cosas (featuring Maquiavelo)

Describir lo que ya se sabe no ofrece dificultades, y predecir el futuro no es nada difícil si nos guiamos por lo que ya ha sucedido. Casi todos sostienen la existencia de 3 tipos de constituciones: realeza, aristocracia y democracia; pero hay 3 que les son afines: tiranía, oligarquía y oclocracia.

Polibio y el ciclo político de las cosas (featuring Maquiavelo)
Contexto Condensado

Quinto capítulo de nuestro menjunje maquiavélico que comenzamos hace algunas semanas, y seguimos con la conexión Polibio-Maquiavelo. Retomamos donde lo dejamos en el capítulo anterior, en el que tuvimos a Jean Jacques Rousseau enseñando sobre el abuso del gobierno y su propensión a degenerar. Enumeraba el ginebrino distintos tipos de gobierno y citaba a nuestro toscano en su sección sobre cuántas clases son las repúblicas y a cuál de ellas corresponde la romana. En esa sección, según el traductor del texto, Luis Navarro, “Maquiavelo sigue fielmente el relato de Polibio del ciclo de constituciones”. Rousseau lo hace también, pero sin entrar en más detalles de lo romano, sino distinguiendo a un déspota de lo que entendemos por tirano (ahora mal gobernante, antes simplemente usurpador—sin importar si usurpador bueno o malo).

Recordemos que Maquiavelo tradujo las Historias del historiador griego. Éste reflexionó sobre el ciclo de las constituciones mientras estudiaba la república romana, porque quería entender cómo era posible que Roma haya podido conquistar “el mundo” en cuestión de medio siglo. El “federalismo” griego, la independencia de sus ciudades-estado y de sus ligas, para Polibio, era una de las razones por las que Grecia no pudo controlar toda la zona del Mediterráneo como los italianos. Lo más cercano que hubo en su tierra fue la constitución y el dominio espartano.

Ahora, dice el traductor del texto que leemos a continuación, que “«Constitución» es una traducción cómoda, pero no totalmente exacta del término griego politeía (πολιτεία), o bien politeuma, que también puede significar «estado», «ciudad»”. Lo que estamos estudiando entonces es la forma de organización, y lo que escribe Polibio en este capítulo terminó impactando las constituciones hasta el día de hoy.

Quien no tiene interés por el pasado, o peor, quien lo desprecia y quiere cambiarlo, quien ingenuamente cree que se puede construir todo de nuevo, o quien tiene manía por lo nuevo y no comprende el rol de la sabiduría, el de tu abuela, el de tu abuelo; el que no respeta ni la historia ni a sus mayores, ni a sus antecesores, no tiene capacidad para entender el presente ni la naturaleza humana, peor para planificar el porvenir. El político que no estudie historia, o que se jacte de no leer, no debería tener poder para hacerse cargo de tu futuro. En la lectura sobre el federalismo de la Enciclopedia Británica, citamos al profesor mexicano Daniel Armando Barceló decir: “es absolutamente necesario emprender el recorrido histórico de formación del federalismo de la Antigüedad y del federalismo de la Edad Moderna, porque durante dichos procesos formativos se fraguarán las notas esenciales del federalismo de hoy, de todos los federalismos del mundo”. Así sucede con todas y en todas las polis y politeía. “Nada puede venir de la nada”, escribió Shakespeare, usando una idea que no vino de él sino de Parménides, que repitió Aristóteles, que repitió Lucrecio, que repetirán muchos más después. Así suceden las cosas, en cadena; así se construye, sobre los cimientos del pasado, “parado sobre los hombros de gigantes”.

Eso entendió muy bien Polibio y sobre eso basó su filosofía para historiar, cambiando para siempre la historia de este arte. Según Oscar Wilde, es el único filósofo-historiador a la altura de Aristóteles y Platón, aunque “nacido muy tarde para ser original”. En el extracto que leemos, toma lo escrito por Platón y Aristóteles sobre el tema de las constituciones y sus ciclos, pero lo perfecciona. Esto lo hace en el siglo 2 antes de Cristo. Luego Montesquieu, casi dos mil años después, se basa en lo escrito por Polibio para su idea de la división de poderes en las constituciones. Y luego la constitución de los Estados Unidos —como vimos también en la Británica— se basó en esas ideas para partir el gobierno en tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. Y luego el resto de constituciones o repúblicas democráticas del mundo, federales o no, siguen el mismo esquema. Todo está conectado.

Todo, también, tiene fecha de vencimiento; incluyendo las constituciones. Pasa que las cosas cambian, y hay que ajustarse a la nueva realidad. Pasa también que el poder es adictivo, y eventualmente quien lo ejerce es abusivo, y las cosas se degeneran. Por eso es necesario hacer siempre una limpieza de la casa, sacar la alfombra a la calle, sacudir el polvo, fumigar, porque si esto no se hace y no se presta atención a los rincones, cuando los bichos invaden la casa, a veces no queda otra que prenderle fuego a todo. Nadie quiere, en un principio, esta salida desesperada. Lo mismo pasa en los estados. Si hay gobiernos que abusan del poder judicial, que toman los tres poderes y los trapean a gusto, que cambian constituciones a placer y las abusan sin castigo; si las constituciones se degeneran, esto es un proceso natural, como dijo Rousseau, porque “así como la vejez y la muerte destruyen finalmente el cuerpo del hombre”, así también es “inevitable que desde su nacimiento, el cuerpo político camina sin cesar a destruirse”.

Platón ya lo decía: las constituciones son fruto del carácter de la gente; y la gente que crece acostumbrada a un sistema es malagradecida con el pasado y los antepasados, con lo que se sacrificó y lo que costó llegar a tener lo que se tiene. El dicho moderno dice: “Los tiempos difíciles forjan hombres fuertes, los hombres fuertes crean buenos tiempos, los buenos tiempos crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles”. Polibio también lo dijo a su manera (aquí lo leemos).

Pero esto de querer cambiar las cosas es algo natural, no es ni malo ni bueno (y si existe, quizá es porque es necesario). La rebeldía de la juventud es algo natural, no se puede pelear contra eso. El arte está en calmar las ansias de destruir el sistema y dar espacio para que existan cambios graduales: lo que un pueblo quiere para vivir en relativa paz es reformas, no revoluciones. Limpieza y mantenimiento constante para no tener que incendiar o tirar abajo el lugar (o el hogar).

Pero vuelvo a las constituciones y su ciclo, lo que se conoce como anaciclosis:
fuente
En el gráfico lo que falta es el estado inicial de las cosas, que dura poco tiempo, que es la anarquía, cuando no hay ley que se respete ni quién la haga respetar, y entonces la gente pide a gritos “un líder” (o “que vuelvan los militares”). Y así llega un salvador que se convierte en rey, en un principio querido por la gente. Pero este rey, o esta familia que se hace con el poder y se da el derecho divino de querer quedarse para siempre, eventualmente termina abusando y convirtiendo la monarquía en tiranía, el gobierno de uno solo. Luego pasa que un grupo de la élite siempre se termina molestando con este dictadorzuelo y conspira para derrocarlo, y entonces este grupo, también salvador, se convierte en la aristocracia que gobierna al pueblo; pero cuando llega el momento en el que favorecen sólo sus intereses y se olvidan de los demás, se degeneran en una oligarquía. Y luego el pueblo, la gente se levanta, pelea por sus derechos heroicamente y derrota a los injustos y abusivos, e instala una democracia; pero después la mayoría comienza a oprimir a las minorías, a “pasar rodillo”, y la muchedumbre, la turba empieza a ejercer el gobierno —muchas veces manipulada, muchas veces ignorante—; y esto se llama oclocracia o demagogia. Y entonces se pide un líder que devuelva la sensatez y el común acuerdo al contrato social, y el ciclo vuelve a empezar. No sin pasar por un momento un poco anárquico al principio de la revolución, que necesita de ese líder que calme las aguas y restituya el orden.

Realeza 👉🏽 Tiranía 👉🏽 Aristocracia 👉🏽 Oligarquía 👉🏽 Democracia 👉🏽 Oclocracia ♽.

Ahora, una etapa puede tener un poquito de la anterior y otro poquito de la posterior. Y en la oclocracia o demagogia puede pasar que exista una kakistocracia: el gobierno de los peores, de los más ineptos 💩 (κάκιστος (kàkistos), “peor”, que viene de κᾰκός (kakós) “malo, inútil”). Esto último no lo dicen los antiguos, pero sí nosotros los modernos. Platón dice que del gobierno del populacho se puede pasar a un tirano; Taleb hace la misma advertencia para nuestros días: los pseudo-libertarios y los anarco-capitalistas, ingenuos, que no conocen nada de historia (más allá del siglo 18) ni de la naturaleza humana, “no se dan cuenta de que la alternativa a nuestro desordenado sistema [occidental] es la tiranía: un Estado mafioso o una autocracia”. Y es que a veces sucede, tanto en lo político como en lo individual, que en la búsqueda de mayor libertad uno la termina reduciendo.
Sobre el siguiente extracto: lo sacamos del sexto libro de las Historias de Polibio, “el primero que se conserva sólo en fragmentos, que, sin embargo, dan una visión cabal de lo que era el libro”. Esto lo escribe el traductor del texto, el catalán Manuel Balasch i Recort: helenista y religioso, catedrático de griego en la Universidad Autónoma de Barcelona, que ganó varios premios por su trabajo como traductor. Por temas de tiempo, dejo fuera sus notas.

Dos frases que rescatamos del texto, a primera vista: 1) “describir lo que ya se sabe no ofrece dificultades, y predecir el futuro no es nada intrincado si nos guiamos por lo que ya ha sucedido”; 2) “la masa, cuando recibe caudillos, junta su fuerza a la de ellos…”

Autor: Polibio

Tratado: Historias (c. 150 a.C.)

Libro 6

Fragmentos de la introducción

...Se ha dicho principalmente en la presentación preliminar, en el comienzo de mi historia, donde afirmamos que, de nuestra obra, lo más bello y, al mismo tiempo, lo más útil para los lectores en su dedicación sería comprender y profundizar cómo pudo suceder y cuál fue la constitución que lo consiguió, que los romanos llegaran a dominar casi todo el mundo en menos de cincuenta y tres años, cosa que no tiene precedentes. Lo he estado pensando, y no he encontrado lugar más apropiado que el presente para someter a la atención y a la crítica lo que nos disponemos a exponer acerca de la constitución romana.

Del mismo modo que quienes pretenden emitir un juicio sobre la vida privada de personas negligentes o bien muy activas, si se proponen que este juicio sea correcto, basarán su análisis no en los períodos tranquilos de su vida, sino en sus peripecias desafortunadas y en los momentos felices de los grandes éxitos, en la convicción de que la prueba de la perfección humana consiste únicamente en la capacidad de soportar con nobleza y entereza los cambios de fortuna, no de otra manera es preciso contemplar una constitución. Yo no veo cambio mayor o más radical que el que han experimentado los romanos en nuestra época, y por esto he desplazado hasta este lugar el tratamiento de la constitución citada. La magnitud del cambio se puede ver por lo que sigue.

Lo que resulta atrayente y, a la vez, útil para los estudiosos es la contemplación de las causas y la selección, en cada caso, de la más convincente. En todo asunto, y en la suerte o en la fortuna adversa, debemos creer que la causa principal es la estructura de la constitución, ya que de ella brotan, como de una fuente, no sólo las ideas y las iniciativas en las empresas, sino también su cumplimiento.

Si una mentira resulta inverosímil, no la pueden defender los que yerran.

Las diversas constituciones

De aquellos estados griegos que con frecuencia han llegado a ser grandes y, con frecuencia, también, han experimentado un cambio total en dirección opuesta, resulta fácil la interpretación del pasado y la predicción de su futuro. En efecto: describir lo que ya se sabe no ofrece dificultades, y predecir el futuro no es nada intrincado si nos guiamos por lo que ya ha sucedido.

Pero en el caso concreto de los romanos no es nada sencillo ni comentar la situación actual, debido a la complejidad de su constitución, ni predecir el futuro, porque ignoramos sus instituciones pretéritas, tanto las públicas como las privadas. Se precisa, pues, una atención no vulgar en la investigación si se pretende alcanzar una sinopsis nítida de las cualidades distintivas del régimen romano.

La mayoría de los que quieren instruirnos acerca del tema de las constituciones, casi todos sostienen la existencia de tres tipos de ellas: llaman a una «realeza», a otra «aristocracia» y a la tercera «democracia». Pero creo que sería muy indicado preguntarles si nos proponen estas constituciones como las únicas posibles, o bien, ¡por Zeus!, solamente como las mejores. Me parece que en ambos casos yerran. En efecto, es evidente que debemos considerar óptima la constitución que se integre de las tres características citadas. De ella hemos encontrado una experiencia no teórica, sino práctica cuando Licurgo estructuró la primera constitución de los espartanos, que presentaba estas peculiaridades. Sin embargo, tampoco se puede admitir que sólo existan estas tres variedades: hemos visto constituciones monárquicas y tiránicas que, aunque difieran grandemente de la realeza, parece que tengan cierta afinidad con ella: de ahí que todos los monarcas mientan y usen del nombre «realeza» mientras les es posible. Han existido también muchas constituciones oligárquicas que parecen tener alguna semejanza con las aristocracias, cuando, por así decir, distan mucho de ellas. Y la misma afirmación es válida para la democracia.

La verdad de lo dicho se demuestra por lo siguiente: no todo gobierno de una sola persona ha de ser clasificado inmediatamente como realeza, sino sólo aquel que es aceptado libremente y ejercido más por la razón que por el miedo o la violencia. Tampoco debemos creer que es aristocracia cualquier oligarquía; sólo lo es la presidida por hombres muy justos y prudentes, designados por elección. Paralelamente, no debemos declarar que hay democracia allí donde la turba sea dueña de hacer y decretar lo que le venga en gana. Sólo la hay allí donde es costumbre y tradición ancestral venerar a los dioses, honrar a los padres, reverenciar a los ancianos y obedecer las leyes; estos sistemas, cuando se impone la opinión mayoritaria, deben ser llamados democracias.

Hay que afirmar, pues, que existen seis variedades de constituciones: las tres repetidas por todo el mundo, que acabamos de mencionar, y tres que les son afines por naturaleza: la monarquía, la oligarquía y la oclocracia [también traducida como demagogia, gobierno del populacho, gobierno de la multitud o gobierno de la muchedumbre]. La primera que se forma por un proceso espontáneo y natural es la monarquía, y de ella deriva, por una preparación y una enmienda, la realeza. Pero se deteriora y cae en un mal que le es congénito, me refiero a la tiranía, de cuya disolución nace la aristocracia. Cuando ésta, por su naturaleza, vira hacia la oligarquía, si las turbas se indignan por las injusticias de sus jefes, nace la democracia. A su vez, la soberbia y el desprecio de las leyes desembocan, con el tiempo, en la oclocracia. Se puede constatar claramente la verdad de mis afirmaciones si nos paramos a pensar en los principios naturales, la génesis y las transformaciones de cada constitución, porque sólo quien considera cómo nace cada una de ellas podrá entender también su desarrollo, su culminación, sus transformaciones, su final y cómo, cuándo y de qué manera acontecen. He creído que ésta es la manera más adecuada a mi exposición, principalmente en lo que atañe a la constitución romana, porque explica naturalmente, a partir del principio, su estructura y su crecimiento.

Quizás la exposición de las transformaciones naturales de una constitución en otra se profundiza más en Platón y otros filósofos, pero tales estudios resultan complicados y muy largos, y, consecuentemente, son accesibles a pocos; aquí intentaremos sólo llegar a lo que exige la historia política y el nivel medio de la inteligencia; procuraremos sintetizar la materia. Si la presentación da la impresión de adolecer de deficiencias por el hecho de ser generalizadora, el examen detallado de los temas tratados a continuación compensará sobradamente las dudas que ahora puedan quedar.

¿A qué orígenes me refiero y de dónde afirmo que surgen las primeras comunidades políticas? Cada vez que por inundaciones, por epidemias, por malas cosechas o por otras causas por el estilo se produce un aniquilamiento de la raza humana, como los que sabemos que ya se han dado, razón que hace pensar que se repetirán, incluso con frecuencia, en tal caso desaparecen las costumbres y las habilidades de los hombres. Cuando los supervivientes se multiplican de nuevo como una simiente y, a medida que transcurre el tiempo, llegan a ser multitud, entonces ocurre, por descontado, lo mismo que con los seres vivos restantes: los hombres se reúnen. Es lógico que lo hagan con sus congéneres, en razón de su debilidad natural. Ineludiblemente el que sobresalga por su vigor corporal o por la audacia de su espíritu dominará y gobernará. En efecto: lo que se comprueba en las otras especies irracionales vivientes, debemos considerarlo como obra rigurosamente auténtica de la naturaleza. Y entre los demás seres vivos es notorio que se imponen los más fuertes: así entre los toros, los jabalíes, los gallos y otras bestias semejantes. Es natural que al principio también las vidas de los hombres discurran así, en manadas, como los animales: se sigue a los más fuertes y vigorosos. Su límite en el gobierno es su fuerza; a eso podemos llamarlo «monarquía». Pero cuando, con el tiempo, en estos grupos de hombres la convivencia hace surgir el compañerismo se da el inicio de la realeza, y entonces por primera vez nacen entre los humanos las ideas de belleza y de justicia, e igualmente las de sus comentarios.

La manera como estas nociones nacen y se desarrollan es la siguiente; los seres humanos tienden por naturaleza a la unión sexual, de la que se sigue el nacimiento de hijos; cada vez que uno de ellos, llegado a la edad adulta, no agradece ni presta ayuda a los que le cuidaron en su crecimiento, sino que, por el contrario, les daña y habla mal de ellos, es lógico y natural que esto desagrade y ofenda a los que lo ven y saben los cuidados de los progenitores, las angustias que pasaron por sus hijos y cómo los alimentaron y se preocuparon de ellos. El linaje humano se distingue de los otros seres vivos en que sólo él puede razonar y calcular; no sería natural que los hombres no se apercibieran de la diferencia reseñada; los otros seres vivos, ciertamente, la desconocen. Los hombres tienen conciencia de lo sucedido y se indignan al punto, porque prevén el futuro y piensan que también a ellos les puede ocurrir algo parecido. Y así cuando, para poner otro ejemplo, alguien que está apurado recibe de otro una ayuda o un socorro, y no se muestra agradecido a su bienhechor, antes al contrario, procura dañarle: es claro y natural que los que se dan cuenta de ello se enojen contra un hombre así y les repugne, irritados por tal ofensa al prójimo e imaginándose a sí mismos en aquella situación.

De todo esto nace en cada hombre una cierta noción del deber, de su fuerza y de su razón, cosas que constituyen el principio y la perfección de la justicia. De modo semejante, siempre que un hombre defienda a los restantes en un riesgo y se oponga y resista la arremetida de los animales más fuertes, es natural que la masa del pueblo le otorgue distintivos de honor y de favor, pero de reprobación y de disgusto, a quien hubiera hecho lo contrario. Y así también es explicable que en las gentes nazca un concepto de lo bueno y de lo malo, así como de la diferencia que hay entre estas dos nociones. La primera será objeto de imitación y de emulación, por las ventajas que comporta; la segunda lo será de repulsa. Cuando, entre estos hombres, el jefe, el que detenta la suprema autoridad, pone su fuerza de acuerdo con las nociones citadas, en armonía con los pareceres de la multitud, de modo que sus súbditos llegan a creer que da a cada uno lo que merece, aquí ya no actúa el miedo a la fuerza bruta; es, más bien, por una adhesión a su juicio por lo que se le obedece y se conviene en conservarle el poder incluso cuando envejece; le protegen y combaten a su favor contra los que conspiran para derrocarlo. De esta manera se pasa inadvertidamente de la monarquía a la realeza, cuando la supremacía pasa de la ferocidad y de la fuerza bruta a la razón.

Así se forma naturalmente entre los hombres la primera noción de justicia y de belleza, y de sus contrarios, éste es el principio y la génesis de la realeza auténtica. Y el poder es reservado no solamente a estos reyes, sino también a sus descendientes, al menos en la mayoría de casos, pues el pueblo cree que los engendrados por tales hombres y educados por ellos tendrán unas disposiciones semejantes. Si eventualmente los descendientes de estos reyes son causa de disgusto, la elección de nuevos reyes y de gobernantes ya no se hace según el vigor corporal o el coraje, sino según la superioridad de juicio y de razón, pues las gentes ya tienen experiencia, basada en las mismas obras, de la diferencia existente entre los dos tipos de cualidades. Antiguamente, una vez elegidos para la realeza, los que detentaban esta potestad envejecían en ella: fortificaban y amurallaban los lugares estratégicos y adquirían tierras, tanto por razones de seguridad como para garantizar abundancia de lo necesario a sus subordinados. Al propio tiempo, el afanarse por esto les libraba de toda calumnia y envidia, porque ni en los vestidos ni en la comida ni en la bebida se distinguían de los demás. Llevaban una vida muy semejante a la de sus conciudadanos, pues en realidad compartían la del pueblo. Pero cuando los que llegaban a la regencia por sucesión y por derecho de familia dispusieron de lo suficiente para su seguridad y de más de lo suficiente para su manutención, entonces tal superabundancia les hizo ceder a sus pasiones y juzgaron indispensable que los gobernantes poseyeran vestidos superiores a los de los súbditos, disfrutaran de placeres y de vajilla distinta y más cara en las comidas y que en el amor, incluso en el ilícito, nadie pudiera oponérseles. De ahí surgió la envidia y la repulsa que, a su vez, causó odio y una irritación maligna. En suma, la realeza degeneró en tiranía, principio de disolución y motivo de conspiraciones entre los gobernados. Los complots, los organizaba no precisamente la chusma, sino hombres magnánimos, nobles y valientes, porque eran ellos los que menos podían soportar las insolencias de los tiranos.

La masa, cuando recibe caudillos, junta su fuerza a la de ellos por las causas ya citadas y elimina totalmente el sistema real y el monárquico; entonces empieza y se desarrolla la aristocracia. El pueblo, en efecto, para demostrar al instante su gratitud a los que derribaron la monarquía, les convierte en sus gobernantes y acude a ellos para resolver sus problemas. Al principio, estas nuevas autoridades se contentaban con la misión recibida y antepusieron a todo el interés de la comunidad; trataban los asuntos del pueblo, los públicos y los privados, con un cuidado prudente. Pero cuando, a su vez, los hijos heredaron el poder de sus padres, por su inexperiencia de desgracias, por su desconocimiento total de lo que es la igualdad política y la libertad de expresión, rodeados desde la niñez del poder y la preeminencia de sus progenitores, unos cayeron en la avaricia y en la codicia de riquezas injustas, otros se dieron a comilonas y a la embriaguez y a los excesos que las acompañan, otros violaron mujeres y raptaron adolescentes: en una palabra, convirtieron la democracia en oligarquía. Suscitaron otra vez en la masa sentimientos similares a los descritos más arriba; la cosa acabó en una revolución idéntica a la que hubo cuando los tiranos cayeron en desgracia.

Porque si alguien se apercibe de la envidia y del odio que la masa profesa a los oligarcas y se atreve a decir o a hacer algo contra los gobernantes, encuentra al pueblo siempre dispuesto a colaborar. Inmediatamente, tras matar a unos oligarcas y desterrar a otros, no se atreven a nombrar un rey, porque temen todavía la injusticia de los pretéritos; no quieren tampoco confiar los asuntos de estado a una minoría selecta, pues es reciente la ignorancia de la anterior. Entonces se entregan a la única confianza que conservan intacta, la radicada en ellos mismos: convierten la oligarquía en democracia y es el pueblo quien atiende cuidadosamente los asuntos de estado. Mientras viven algunos de los que han conocido los excesos oligárquicos, el orden de cosas actual resulta satisfactorio y se faenen en el máximo aprecio la igualdad y la libertad de expresión. Pero cuando aparecen los jóvenes y la democracia es transmitida a una tercera generación, ésta, habituada ya al vivir democrático, no da ninguna importancia a la igualdad y a la libertad de expresión. Hay algunos que pretenden recibir más honores que otros; caen en esto principalmente los que son más ricos. Al punto que experimentan la ambición de poder, sin lograr satisfacerla por sí mismos ni por sus dotes personales, dilapidan su patrimonio, empleando todos los medios posibles para corromper y engañar al pueblo. En consecuencia, cuando han convertido al vulgo, poseído de una sed insensata de gloria, en parásito y venal, se disuelve la democracia, y aquello se convierte en el gobierno de la fuerza y de la violencia; porque las gentes, acostumbradas a devorar los bienes ajenos y a hacer que su subsistencia dependa del vecino, cuando dan con un cabecilla arrogante y emprendedor, al que, con todo, su pobreza excluye de los honores públicos, desembocan en la violencia. La masa se agrupa en torno de aquel hombre y promueve degollinas y huidas. Redistribuye las tierras y, en su ferocidad, vuelve a caer en un régimen monárquico y tiránico.

Éste es el ciclo de las constituciones y su orden natural, según se cambian y transforman para retornar a su punto de origen. Quien domine el tema con profundidad puede que se equivoque en cuanto al tiempo que durará un régimen político, pero en cuanto al crecimiento de cada uno, a sus transformaciones y a su desaparición es difícil que yerre, a no ser que su juicio resulte viciado por la envidia o por la animosidad. En lo que, particularmente, atañe a la constitución romana, es principalmente a partir de estas consideraciones como llegaremos a entender su formación, su desarrollo y su culminación, y, al propio tiempo, el cambio en dirección inversa que se producirá a partir de este estado. Porque si hace poco tiempo que lo he dicho de otras constituciones, la romana posee igualmente un principio natural desde sus comienzos, un desarrollo y una culminación, así que experimentará de modo semejante una recesión hacia sus principios, cosa que se podrá comprobar por las partes que seguirán a ésta…

Recurro aquí, como al principio, al traductor de los Discursos de Maquiavelo, Luis Navarro. Él indica, citando este último párrafo, que “una de las diferencias fundamentales entre el discurso de Polibio y el de Maquiavelo [es que la] postura de Polibio favorece la duración eterna de este ciclo, mientras que Maquiavelo opone una cierta reserva respecto de la perpetuidad del proceso. Hay que señalar, no obstante, que Maquiavelo se limita a notar la dificultad de que este ciclo se reproduzca indefinidamente, pero salvada la amenaza del dominio extranjero, no anula la opción real y no la mera posibilidad teórica de un continuado transitar por el ciclo de constituciones”. Maquiavelo incluso propone un régimen mixto, que era, de alguna manera, como funcionaba la República romana.

Finalmente, añade Navarro: “Ciertamente, el problema de Atenas consiste en no haberse dado una constitución mixta”. Así lo pensaba probablemente Polibio. Pero Maquiavelo se quiere distanciar de él de alguna manera. Continúa Navarro: “resulta sorprendente que en un capítulo en el que no se ha puesto ninguna salvedad al ciclo de constituciones (excepto la «tímida» a las vueltas perpetuas) se anuncie aquí [en los Discursos de Maquiavelo] un cambio de gobierno que no sigue ese ciclo sino que se mueve directamente entre democracia y tiranía”. Ya ha pasado antes, puede pasar ahora, ya lo advirtieron desde Platón hasta Maquiavelo hasta Taleb. La alternativa al sistema occidental que tenemos hoy, y esto ya sucedió en la primera mitad del siglo pasado, es cambiar democracia por tiranía, cambiar libertad por autoritarismo. ¿Vamos a volver a cometer el mismo error? Por supuesto, si de eso se trata la historia.

Continúa desde (capítulo de Maquiavelo):

Rousseau: el abuso del gobierno y su degeneración (featuring Maquiavelo)
Pasa finalmente que el rey oprime al pueblo soberano y rompe el vínculo social. Tirano es un rey que gobierna con violencia y sin respeto a la justicia ni a las leyes; un individuo que se las da de autoridad real sin derecho. Los que buscan el poder perpetuo en un estado que era libre, son tiranos.

Complementar con:

Nassim Nicholas Taleb: Un choque entre dos sistemas (recap de la guerra en Ucrania, featuring George Orwell)
La guerra en Ucrania es un enfrentamiento entre dos sistemas: uno moderno, legalista, descentralizado y multicéfalo; el otro arcaico, nacionalista, centralizado y monocéfalo. Este conflicto muestra la confusión entre el Estado como nación en el sentido étnico y el Estado como entidad administrativa.

Cf.:

Maquiavelo y Aristóteles: ¿qué se hace en tiempos de paz? (featuring Polibio)
Un príncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único que compete a quien manda, pues la razón principal de la pérdida de un Estado se halla siempre en el olvido de este arte.
Enciclopedia Británica: corta historia del federalismo
Gobierno federal (Del latín foedus, “liga”): forma de gobierno donde el principio esencial es que hay una unión de dos o más Estados bajo una organización central para ciertos objetivos que son comunes. En el resto de competencias no atribuidas al ente central, los Estados conservan su soberanía.

Cita a:

Platón - Conectorium
Πλάτων, Plátōn, su verdadero nombre era Aristocles (Atenas o Egina,​ c. 427-347 a. C.). Pupilo de Sócrates, maestro de Aristóteles, fundador de la Academia de Atenas, que perduraría más de 900 años: todo el mundo sabe quién es Platón. Lo que no saben es que significa “espalda ancha”: antes de ser fi…

#griego#menjunje maquiavélico