Maquiavelo y Aristóteles: ¿qué se hace en tiempos de paz? (featuring Polibio)

Un príncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único que compete a quien manda, pues la razón principal de la pérdida de un Estado se halla siempre en el olvido de este arte.

Maquiavelo y Aristóteles: ¿qué se hace en tiempos de paz? (featuring Polibio)
Leónidas en las Termópilas, Jacques-Louis David (1814, Museo del Louvre)
Contexto Condensado

“Los lacedemonios—dice Marco Aurelio—en sus fiestas, solían colocar los asientos para los extranjeros a la sombra, pero ellos se sentaban en cualquier sitio”. A los lacedemonios, de la región de Laconia, que tenían a la hospitalidad por ley, nosotros los “conocemos mejor” por la película 300, que no los pinta muy hospitalarios que digamos. Su capital era Esparta y la Batalla de Termópilas (la de la película) la pelearon, encabezados por su rey Leónidas, contra el ejército del rey persa Jerjes I, del imperio aqueménida, que terminó derrotándolos y luego tomó Atenas. Esta batalla ocurrió el año 480 a.C., y Atenas y Esparta eran aliados. Para que nos ubiquemos geográficamente, aquí un par de mapas: la península donde está Esparta se llama Peloponeso, lo de los persas es ahora Turquía.
Un año después de Termópilas, con la Batalla de Platea como pelea clave, la resistencia griega volcó la tortilla y terminó reconquistando su territorios y un poquito más. Pero una guerra llama a la otra y los entonces aliados, Esparta y Atenas, la Liga del Peloponeso por un lado y la Liga de Delos por el otro, se enfrentaron entre ellos en la Guerra del Peloponeso. Los historiadores dividen esta guerra en tres partes con dos tiempos de paz en el medio; todo empezó el 460 a.C. y terminó el 405 a.C. Para sorpresa de nadie que lea historia, los espartanos salieron victoriosos con ayuda persa. Sócrates peleó en tres batallas en esta guerra, es probable que Platón también. Aristóteles nació tres décadas después del final, pero fue hijo de los hijos de la guerra. En su tratado Política, Πολιτικα, literalmente “lo concerniente a las polis”, el filósofo escribió (traducción de Manuela García):

Autor: Aristóteles

Libro: Política (siglo 4 a. c.)

Libro 6, 1332b

En tiempos de paz como en tiempos de guerra debe igualmente haber encargados de la vigilancia de puertas y murallas, y para la revista y alistamiento de los ciudadanos...

Libro 7, 1334a

La práctica de los ejercicios militares no debe hacerse por esto, para someter a esclavitud a pueblos que no lo merecen, sino, primero, para evitar ellos mismos ser esclavos de otros, luego para buscar la hegemonía en interés de los gobernados, y no por dominar a todos; y en tercer lugar, para gobernar despóticamente a los que merecen ser esclavos. Que el legislador debe afanarse con preferencia por ordenar las disposiciones sobre la guerra y lo demás con vistas al ocio y la paz, los hechos atestiguan las palabras. En efecto, la mayor parte de tales ciudades se mantienen a salvo mientras luchan, pero, cuando han conquistado el imperio, sucumben. Como el hierro, pierden el temple en tiempo de paz, y el responsable es el legislador, por no educarlos para poder llevar una vida de ocio.

[...]

Puesto que la comunidad y los particulares tienen manifiestamente el mismo fin [o sea, el bien individual y el bien común tienden al mismo fin], y la misma meta por necesidad debe corresponder al hombre mejor y al régimen mejor, es evidente que deben tener las virtudes que se relacionan con el ocio, pues, como hemos dicho muchas veces, la paz es el fin de la guerra y el ocio es el fin del trabajo. Pero de las virtudes útiles para el ocio y su disfrute, las hay que se ejercitan en el trabajo, pues se deben poseer muchas cosas necesarias para que nos sea posible llevar una vida de ocio. Por eso conviene que la ciudad sea prudente, valerosa y resistente, pues, según el proverbio, “no hay vida de ocio para los esclavos”, y los que no pueden afrontar el peligro con valentía son esclavos de sus atacantes.

Así pues, es necesario valor y resistencia para el trabajo, la filosofía para el ocio, la prudencia y la justicia para los dos momentos a la vez, y especialmente en tiempo de paz y ocio, ya que la guerra obliga a ser justos y sensatos, mientras que el goce de la buena suerte y el ocio que acompaña a la paz los hace más soberbios. Les es necesario, pues, mucha justicia y mucha prudencia a los que parecen muy prósperos y disfrutan de toda clase de dichas... Así pues, es evidente la razón por la que la ciudad que se propone ser feliz y digna debe participar de estas virtudes: pues si es una vergüenza no poder hacer uso de los bienes, aún más no poder hacerlo en tiempo de ocio, sino mostrarse nobles en el trabajo y en la guerra y, en cambio, como esclavos en tiempo de paz y de ocio. Por ello no debe practicarse la virtud a la manera de la ciudad de los lacedemonios...

Los lacedemonios, para Aristóteles, eran abusivos con sus esclavos y en sus territorios conquistados, y en tiempos de paz, por ponerlo de una manera moderna, eran bastante “libertinos”. Seguramente lo de hospitalarios vino después, con alguna lección de la vida. Pero volvamos a su declaración de que “el legislador debe afanarse en ordenar las disposiciones sobre la guerra y lo demás con vistas al ocio y la paz”, porque los soldados, “como el hierro, pierden el temple en tiempo de paz”. Casi dos milenios después, Maquiavelo hace eco de esta idea y le dedica un capítulo entero en su tratado El Príncipe. Según el florentino, esto es lo que tiene que hacer el gobernante con respecto a sus grupos militares (traducción de Antonio Zozaya):

Autor: Nicolás Maquiavelo

Tratado: El Príncipe (1532)

Capítulo 14: De los deberes de un príncipe para con la milicia

Un príncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único que compete a quien manda. Y su virtud es tanta, que no sólo conserva en su puesto a los que han nacido príncipes, sino que muchas veces eleva a esta dignidad a hombres de condición modesta; mientras que, por el contrario, ha hecho perder el Estado a príncipes que han pensado más en las diversiones que en las armas. Pues la razón principal de la pérdida de un Estado se halla siempre en el olvido de este arte, en tanto que la condición primera para adquirirlo es la de ser experto en él.

Francisco Sforza, por medio de las armas, llegó a ser duque de Milán [año 1450], de simple ciudadano que era; y sus hijos, por escapar a las incomodidades de las armas, de duques pasaron a ser simples ciudadanos. Aparte de otros males que trae, el estar desarmado hace despreciable, vergüenza que debe evitarse por lo que luego explicaré. Porque entre uno armado y otro desarmado no hay comparación posible, y no es razonable que quien esté armado obedezca de buen grado a quien no lo está, y que el príncipe desarmado se sienta seguro entre servidores armados, porque, desdeñoso uno y desconfiado el otro, no es posible que marchen de acuerdo. Por todo ello, un príncipe que, aparte de otras desgracias, no entienda de cosas militares, no puede ser estimado por sus soldados ni puede confiar en ellos.

En consecuencia, un príncipe jamás debe dejar de ocuparse del arte militar, y durante los tiempos de paz debe ejercitarse más que en los de guerra; lo cual puede hacer de dos modos: con la acción y con el estudio. En lo que atañe a la acción, debe, además de ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza con el doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y de conocer la naturaleza de los terrenos, la altitud de las montañas, la entrada de los valles, la situación de las llanuras, el curso de los ríos y la extensión de los pantanos. En esto último pondrá muchísima seriedad, pues tal estudio presta dos utilidades: primero, se aprende a conocer la región donde se vive y a defenderla mejor; después, en virtud del conocimiento práctico de una comarca, se hace más fácil el conocimiento de otra donde sea necesario actuar, porque las colinas, los valles, las llanuras, los ríos y los pantanos que hay, por ejemplo, en Toscana, tienen cierta similitud con los de las otras provincias, de manera que el conocimiento de los terrenos de una provincia sirve para el de las otras. El príncipe que carezca de esta pericia carece de la primera cualidad que distingue a un capitán, pues tal condición es la que enseña a dar con el enemigo, a tomar los alojamientos, a conducir los ejércitos, a preparar un plan de batalla y a atacar con ventaja.

Filopémenes [general y político griego que sometió la península del Peloponeso a principios del siglo 2 antes de Cristo], príncipe de los aqueos, tenía, entre otros méritos que los historiadores le concedieron, el de que en los tiempos de paz no pensaba sino en las cosas que incumben a la guerra; y cuando iba de paseo por la campaña, a menudo se detenía y discurría así con los amigos; “Si el enemigo estuviese en aquella colina y nosotros nos encontráremos aquí con nuestro ejército, ¿de quién sería la ventaja? ¿Cómo podríamos ir a su encuentro, conservando el orden? Si quisiéramos retirarnos, ¿cómo deberíamos proceder? ¿Y cómo los perseguiríamos, si los que se retirasen fueran ellos?” Y les proponía, mientras caminaba, todos los casos que pueden presentársele a un ejército; escuchaba sus opiniones, emitía la suya y la justificaba. Y gracias a este continuo razonar, nunca, mientras guió sus ejércitos, pudo surgir accidente alguno para el que no tuviese remedio previsto.

En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la Historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, ver cómo se han conducido en la guerra, analizar el por qué de sus victorias y derrotas para evitar éstas y tratar de lograr aquéllas; y sobre todo hacer lo que han hecho en el pasado algunos hombres egregios que, tomando a los otros por modelos, tenían siempre presentes sus hechos más celebrados. Como se dice que Alejandro Magno hacía con Aquiles, Julio César con Alejandro, Escipión con Ciro. Quien lea la vida de Ciro, escrita por Jenofonte, reconocerá en la vida de Escipión la gloria que le reportó el imitarlo, y cómo, en lo que se refiere a castidad, afabilidad, clemencia y liberalidad, Escipión se ciñó por completo a lo que Jenofonte escribió de Ciro. Esta es la conducta que debe observar un príncipe prudente: no permanecer inactivo nunca en los tiempos de paz, sino, por el contrario, hacer acopio de enseñanzas para valerse de ellas en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle preparado para resistirle.

“El gobernante no tiene otro objeto que preocuparse del arte de la guerra”, dice Maquiavelo. En tiempos de paz: nada de excesos en el ocio y nada de relajación sino estudio de la Historia; y nada de ocio para sus tropas: hay que entrenar para la guerra y mantener el territorio y la paz conquistados. Sigue la idea de Aristóteles. Va en contra de la utopía de Einstein, Popper y Goldman, que consideraban que si los estados renunciaban a mantener milicias o si los ciudadanos se rebelaban contra el servicio militar obligatorio, se evitarían guerras, como si el ser humano pudiera dejar de ser humano. Siempre van a haber lobos al acecho, y hay que prepararse para convivir con ellos y resistirlos: “es propio de locos no admitir que los malvados cometan faltas, porque es una pretensión imposible”, escribió Marco Aurelio.

El emperador filósofo también escribió: “Decía Sócrates: «¿Qué quieren? ¿Tener almas de seres racionales o irracionales? De seres racionales. ¿De qué seres racionales? ¿Sanos o malos? Sanos. ¿Por qué, pues, no las buscan? Porque las tenemos. ¿Por qué entonces luchan y disputan?»”. Es la irracionalidad o la maldad lo que lleva a la agresión, parece pensar Sócrates. Contemporáneo suyo era un tal Hermócrates, personaje de los diálogos de Platón Timeo y Critias—supuestamente, debería existir un Hermócrates para completar la trilogía, pero si escribió ese diálogo, no nos llegó. Hermócrates nació en Sicilia, fue general de un ejército que “combatió junto a los lacedemonios en la batalla de Egospótamos”, la última batalla de la Guerra del Peloponeso, 75 años después de la de Termópilas; “anteriormente, [Hermócrates] había capturado, en Sicilia, al ejército ateniense con sus dos generales”. La cita le corresponde a Polibio, historiador griego del siglo 2 antes de Cristo, mientras hace una crítica durísima de Timeo, que “carecía de sentido político y padecía deficiencias en cuanto al uso de medios retóricos”.

Polibio, la primera persona que conocemos en escribir una historia universal, fue además educador en Roma de Escipión, el militar romano del que dice Maquiavelo que siguió en su vida lo hecho antes por Ciro. Escipión y Polibio se hicieron amigos, y el historiador lo acompañó y luchó a su lado en la conquista de Cartago, y también estuvo en la guerra contra los celtíberos en Hispania. O sea que lo que escribe de esas guerras es porque las vivió (sólo los verdaderos militares deberían escribir sobre historia, pensaba). Luego de la muerte de Escipión, Polibio regresa a Grecia y, sobreviviente de guerras, muere un par de años después en una caída de caballo.

Ahora, conectemos al greco-romano con el general siciliano sobre lo que sucede en tiempos de paz, según lo escrito por Timeo, que según Polibio son “argumentos que no los habría recitado ni un niño; Timeo utiliza unos argumentos que nadie puede creer que Hermócrates los adujera”:

Autor: Polibio

Tratado: Historias (c. 150 a.C.)

Libro 12

Primero, Hermócrates cree que se debe recordar a los delegados que, en tiempo de guerra, los hombres dormidos son despertados a toque de cometa en la madrugada, mientras que, en tiempo de paz, despiertan por el canto del gallo. A continuación, explica que Heracles [Hércules] instituyó los juegos olímpicos y la tregua olímpica, de lo cual extrae una prueba de las preferencias del dios. Si emprendió la guerra contra alguien y lo dañó, se vio forzado a ello por necesidad o por órdenes superiores; él nunca fue culpable de un perjuicio voluntario infligido a un hombre... Además, Timeo hace decir a Hermócrates que la guerra tiene un gran parecido con la enfermedad, y la paz, con la salud; la paz repone a los enfermos, mientras que la guerra mata a los sanos. En la paz, añade, los jóvenes entierran a los viejos, que es lo natural; mientras que, en tiempo de guerra, sucede lo contrario. Y lo más grave: en época de guerra no hay seguridad ni al pie de las murallas [porque se pueden batir desde lejos con proyectiles]; en tiempos de paz, por el contrario, la hay hasta los límites del país. Y cosas por el estilo. Si un adolescente que empieza a frecuentar la escuela se propusiera componer un ejercicio declamatorio que encajara con unos personajes determinados, sería extraño que usara de argumentos o expresiones que no fueran éstos. Creo que el muchacho no echaría mano de razones distintas de las que Timeo pone en boca de Hermócrates...

Para Polibio, “Hermócrates, Timoleón y Pirro de Epiro [que] sucedieron a Gelón el Viejo en el gobierno de Sicilia fueron hombres muy capaces, a los que no se puede, en absoluto, colgar discursos pueriles y escolares”. Timeo, supuesto político e historiador ateniense, discursea con “ignorancia y falacia intencionada”. Lo que quiere Polibio es establecer un nuevo método para hacer historia, uno riguroso y profundo, uno muy diferente al de Timeo. Inaugura así una nueva forma de historiar.

Para terminar la conexión entre los tres pensadores de esta lectura: Polibio se basó en Aristóteles para explicar que hay seis formas de gobierno: monarquía, que degenera, por el abuso de poder, en tiranía; luego viene la aristocracia que la destrona, degenera en oligarquía; y luego la gente toma el poder con la democracia, que también se degenera, en oclocracia. Y luego viene un “salvador” y el ciclo vuelve a empezar. Maquiavelo, que tradujo a Polibio, toma de él la categorización de constituciones y regímenes políticos.

Sobre si la guerra es enfermedad y la paz es salud, no sabemos. Pero ya sabemos el origen de los juegos olímpicos y de los deportes modernos: es una celebración de la guerra, o de la victoria en las guerras. También es una forma de suplantar la guerra en tiempos de paz y una forma de entretenimiento en tiempos de ocio. En todos los deportes hay momentos de lucha y de descanso, hay batallas y treguas. Esto quizá es también un discurso escolar.

Citado en:

Federico de Prusia: contra Maquiavelo, la caza y sobre el arte de la guerra
El príncipe que solo se dedica a estudiar el arte de la guerra, no cumple su misión sino a medias, porque tiene otros deberes que llenar distintos de los de soldado. He dicho en el primer capítulo de esta obra que los príncipes son a la vez magistrados y generales, no como los pinta Maquiavelo.
Kepa Bilbao: Maquiavelo y el arte de la guerra (featuring Sun Tzu)
La obra de Maquiavelo está impregnada del momento histórico que viven la república florentina y la Italia de su época. De ahí la importancia que adquieren las milicias propias y esa recomendación que hace al príncipe: dominar lo que él también llamó, a la manera de Sun Tzu, el arte de la guerra.

Cf.:

Rousseau: el abuso del gobierno y su degeneración (featuring Maquiavelo)
Pasa finalmente que el rey oprime al pueblo soberano y rompe el vínculo social. Tirano es un rey que gobierna con violencia y sin respeto a la justicia ni a las leyes; un individuo que se las da de autoridad real sin derecho. Los que buscan el poder perpetuo en un estado que era libre, son tiranos.

Nombra a:

Julio César - Conectorium
Cayo o Gayo Julio César (12 o 13 de julio de 100 a.C. – 15 de marzo de 44 a.C.) fue un político y militar romano, miembro de los patricios Julios Césares que alcanzó las más altas magistraturas del Estado romano y dominó la política de la República tras vencer en la guerra civil que le enfrentó al s…

Marco Aurelio: Meditaciones, libro 11
¡Cuán grosero y falso es el que dice: «He preferido comportarme honradamente con vos»! ¿Qué hacés, hombre? No debe decirse de antemano eso. Ya se pondrá en evidencia. En tu rostro debe quedar grabado. El hombre bueno, sencillo y benévolo tiene estas cualidades en los ojos y no se le ocultan.

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