Voltaire: Antigüedad de la idea de la inmortalidad del alma

No creo que exista un solo sistema moderno que no se encuentre en los pueblos antiguos. Los edificios actuales los hemos construido con los escombros de la antigüedad. El dogma de la inmortalidad del alma es la idea más consoladora y al mismo tiempo la más reprimidora que el humano ha concebido.

Voltaire: Antigüedad de la idea de la inmortalidad del alma
Contexto Condensado

Entremos de lleno en la idea de la inmortalidad del alma. Como siempre hacemos, empecemos conociendo la historia de este concepto. A veces no encuentro mejor fuente enciclopédica que Voltaire: este es otro de esos casos, sobre todo porque al ilustrado francés este tema le fascinaba. Le encantaba hurgar en los dogmas religiosos, meter el dedo en la llaga, encontrar la historia detrás de esos dogmas, ver quiénes fueron los primeros y quiénes los herederos. Por eso, su Diccionario Filosófico Portátil, publicado por primera vez en Ginebra en 1764, y un éxito desde su lanzamiento, fue sentenciado a la hoguera de libros el 24 de septiembre de ese mismo año en esa misma ciudad por ser una obra “temeraria, escandalosa, impía y destructora de la Revelación”; no llegaría a final de año sin sufrir la misma condena en Holanda y en Suiza, y a principios del año siguiente en París mientras era incluido en el Índice de Libros Prohibidos de la Iglesia Católica, que llegó a quemar en la hoguera al torturado y decapitado caballero de La Barre por blasfemo, por no haberse quitado el sombrero al paso de una procesión y por tener entre sus posesiones este libro. Voltaire, que no era ateo, ha sido tildado de anticristiano, de antisemita y de anti-musulmanes, pero lo que era, en realidad, era anti-religiones.

Dicho esto, volvamos al Diccionario Filosófico, con algunas notas técnicas. La primera, que lo que aparece en la primera versión portátil es la segunda sección de lo que leemos abajo. Lo demás fue agregado después. He referido ya varias veces que la edición original no sólo fue revisada y aumentada en varias oportunidades—llegando a publicarse con otro nombre: La Razón por el Alfabeto—, sino que además fue mezclada luego de su muerte con otros de sus trabajos: sus más de 400 artículos en sus Preguntas Sobre La Enciclopedia, los artículos que escribió para la Encyclopédie de Diderot y D'Alembert—que le provocaron las preguntas—, los que escribió para el Diccionario de la Academia Francesa, e incluso un diccionario manuscrito y no publicado titulado La Opinión Alfabética. Es así que las ediciones que leemos ahora del Diccionario Filosófico, que ya no es portátil, es todo este menjunje de trabajos de Voltaire. En la versión actual, el artículo sobre el Alma es uno de los más largos de esta voluminosa obra, y viene dividido entre 9 y 11 secciones, dependiendo del idioma, la traducción y el editorial (encima sucede eso). De todo aquello, extraigo sólo lo que habla De la antigüedad del dogma de la inmortalidad del alma.

Segunda nota técnica: traigo la traducción hecha para la editorial Sempere de Valencia en 1901, que no especifica ni el origen del texto de su versión, ni su traductor, pero es una de las mejores traducciones que he encontrado y una de las más completas... pero sigue siendo incompleta, omitiendo detalles donde reside el alma del autor. Ya he renegado contra algunos traductores de Voltaire antes, porque no respetaban su carácter burlesco, porque suavizaban sus ataques y sus bromas, y por saltarse frases y párrafos enteros. Otras veces he traducido a Voltaire desde el original y casi que desde cero: esta vez, no voy desde cero, pero vuelvo a meter mano para cambiar algunas palabras, rehacer traducciones de algunas frases que, si no las rehago, dejo que este traductor anónimo le quite fuerza—como lo hizo con el párrafo final del artículo original, el del Deuteronomio, y uno que otro dardo envenenado por ahí—, y también incluyo los párrafos que el traductor, o los editores, decidieron, por obra de Dios, eliminar.

Una última nota: Voltaire habló del tema en todos los lugares que pudo, incluyendo en sus Cartas Filosóficas, en su Filosofía de la Historia, y en comentarios que ha hecho a ediciones de libros de otros autores, todas estas, cosas que no entraron en la ensalada de su Diccionario. Pero en ningún lugar he leído que se ocupe de las creencias en Sudamérica. Sus argumentaciones sobre la historia de la creencia en la inmortalidad del alma viajan desde Egipto hasta la China, pasando por Persia y la India en el camino, antes de volver a Grecia y Europa por el Levante mediterráneo. Así que hago un par de menciones yo, traídas de las observaciones de Alcide D'Orbigny. Primero, en su Viaje a la América Meridional: en la Patagonia argentina y chilena: “Los aucas creen, más que todos los demás indios, en la inmortalidad del alma”; los puelches “creen también en la inmortalidad del alma y en la otra vida; de ahí por qué depositan las joyas y armas del difunto en su tumba, así como el sacrificio de su caballo”. Segundo, en su Descripción Geográfica, Histórica y Estadística de Bolivia: en los alrededores de lo que ahora la provincia de Yacuma, en el norte del departamento del Beni, los cayubabas “admitían la inmortalidad del alma; y como los Itonamas, creían deber impedir que la muerte se escapase del cuerpo de un agonizante, tapándole bien la boca y la nariz”.

Ahora sí, vuelvo a Voltaire, que en otro artículo, en el que habla de Aristóteles (tutor de Alejandro Magno), dice de Platón: “He aquí, por ejemplo, el argumento que emplea Platón para demostrar la inmortalidad del alma: ¿La muerte no es lo contrario de la vida? —Sí. —¿No nacen la una de la otra? —Sí. —¿Qué nace, pues, de lo vivo? —Lo muerto. —¿Y qué nace de lo muerto? —Lo vivo. — De lo muerto pues, nacen todas las cosas vivas; en consecuencia, las almas existen en los infiernos después de la muerte.” Del infierno, que casi que se lo inventó Platón (como ya hemos visto y vamos a volver a ver), hablamos otro día. Para terminar de conectar esto con lo leído recientemente: Unamuno ya nos recordó que Platón fue el más celebre de los antiguos en escribir un tratado sobre la inmortalidad del alma, y el que más extensamente habló de esto. Además, creó los mitos de los que se adueñaron las primeras sectas cristianas, como nos recordó el epicúreo Thomas Jefferson. Epicuro, por su lado, renegaba del alma: la concebía corrupta y mortal. Y los Apóstoles, ya sabemos lo que pensaban y predicaban en sus Hechos.

Autor: Voltaire

Libro: Diccionario Filosófico (1764 - 1778)

Artículo: Alma

Sección 9: De la antigüedad del dogma de la inmortalidad del alma

El dogma de la inmortalidad del alma es la idea más consoladora y al mismo tiempo más reprimidora que el espíritu humano pudo concebir. Esta agradable filosofía fue tan antigua en Egipto como sus pirámides; y antes que los egipcios, la conocieron los persas. He referido ya en alguna parte la alegoría del primer Zoroastro, que cita el Sadder, en la que Dios enseña a Zoroastro el sitio destinado para recibir el castigo, sitio que se llamaba Dardarot en Egipto, Hades y Tártaro en Grecia, y nosotros hemos traducido imperfectamente en nuestras lenguas modernas por la palabra infierno. Dios enseña a Zoroastro, en el sitio destinado a los castigos, a todos los malos reyes, a uno de los cuales le faltaba un pie, y Zoroastro preguntó por qué. Dios le contestó que ese rey sólo había hecho una buena acción en toda su vida, esta acción consistía en haber acercado con el pie un comedero que no estaba lo bastante cerca a un pobre borrico que se moría de hambre. Dios llevó al cielo el pie del rey malvado, y dejó en el infierno el resto de su cuerpo.

Dicha fábula, que nunca se repetirá bastante, demuestra la remota antigüedad de la opinión sobre la segunda vida. Los indios también tenían esta opinión, y su metempsícosis lo prueba. Los chinos reverenciaban las almas de sus antepasados; y esos pueblos fundaron poderosos imperios mucho tiempo antes que los egipcios.

Aunque es antiguo el imperio de Egipto, no lo es tanto como los imperios del Asia; y en aquel y en éstos, el alma subsistía después de la muerte del cuerpo. Verdad es que todos esos pueblos, sin excepción, supusieron que el alma tenía forma etérea, sutil, y era imagen del cuerpo. La palabra soplo la inventaron mucho después los griegos pero no se puede negar que creyeron que era inmortal una parte de nosotros mismos. Los castigos y las recompensas en la otra vida, formaron los cimientos de la antigua teología.

Ferécides fue el primer griego que creyó que las almas vivían una eternidad, pero no fue el primero que dijo que las almas sobrevivían a los cuerpos. Ulises, que vivió mucho tiempo antes que Ferécides, había ya visto las almas de los héroes en los infiernos; pero que las almas fuesen tan antiguas como el mundo, fue una opinión que nació en Oriente y que Ferécides difundió en el Occidente. No creo que exista un solo sistema moderno que no se encuentre en los pueblos antiguos. Los edificios actuales los hemos construido con los escombros de la antigüedad.

Sección 10 (o continuación de la sección anterior, dependiendo de la edición)

[Aquí empieza la versión original de 1764]

Sería un magnífico espectáculo poder ver el alma. La máxima Conócete a ti mismo, es un excelente precepto, pero precepto que sólo Dios puede practicar; porque ¿qué mortal puede comprender su propia esencia?

Llamamos alma a lo que anima; pero no podemos saber más de ella, porque nuestra inteligencia tiene límites. Las tres cuartas partes del género humano no se ocupan de esto; y la cuarta busca, inquiere, pero no encontró ni encontrará.

Pobre filósofo, ves una planta que vegeta, y dices vegetación, o incluso, alma vegetativa; observas que los cuerpos tienen y dan movimiento, y a esto llamas fuerza; ves que tu perro de caza aprende el oficio, y gritas instinto, alma sensitiva; tiene ideas combinadas, y a esta combinación llamas espíritu.

Pero, por favor, ¿qué entiendes tú por esas palabras? Indudablemente la flor vegeta; ¿pero existe realmente un ser que se llame vegetación? Un cuerpo rechaza a otro, ¿pero posee dentro de sí un ser distinto que se llama fuerza? El perro te trae una perdiz, ¿pero vive en él un ser que se llama instinto? ¿No te burlarías de un polemista (¿habría sido tutor de Alejandro?) que te dijese: todos los animales viven; luego encierran dentro de ellos un ser, una forma substancial que es la vida? Si un tulipán pudiera hablar y te dijera: Mi vegetación y yo somos dos seres que formamos un conjunto, ¿no te burlarías del tulipán?

Vamos a ver lo que sabes y de lo que estás seguro: sabes que andas con los pies, que digieres con el estómago, que sientes en todo el cuerpo, y que piensas con la cabeza. Veamos si el único auxilio de la razón puede darte suficiente luz para concluir, sin ayuda sobrenatural, que tienes alma.

Los primeros filósofos, tanto caldeos como egipcios, dijeron: Es indispensable que haya dentro de nosotros algo que produzca los pensamientos; ese algo debe ser muy sutil, debe ser un soplo, debe ser un éter, una quinta esencia, una entelequia, un nombre, una armonía. Según el divino Platón, es un compuesto del mismo y del otro. «Lo constituyen dos átomos que piensan en nosotros», dijo Epicuro después de Demócrito. Pero, mi amigo, ¿cómo pudo un átomo pensar? Confiesa que no lo sabes.

La opinión más aceptable es sin duda la de que el alma es un ser inmaterial, pero ¿conciben indudablemente los sabios lo que es un ser inmaterial? “No”, contestan éstos, “pero sabemos que por naturaleza piensa”. ¿Y de dónde lo saben? “Lo sabemos, porque piensa”. Me parece que son tan ignorantes como Epicuro. Es natural que una piedra caiga, porque cae; pero yo les pregunto ¿quién la hace caer? “Sabemos”, siguen ellos, “que la piedra no tiene alma”; de acuerdo, yo lo veo igual. “Sabemos que una negación y una afirmación no son divisibles, porque no son partes de la materia”; estoy de acuerdo con ustedes.

Pero la materia posee cualidades que no son materiales, ni divisibles, como la gravitación: la gravitación no tiene partes, no es, pues, divisible. La fuerza motriz de los cuerpos tampoco es un ser compuesto de partes. La vegetación de los cuerpos orgánicos, su vida, su instinto, no constituyen seres aparte, seres divisibles; no pueden dividir en dos la vegetación de una rosa, la vida de un caballo, el instinto de un perro, lo mismo que no pueden dividir en dos una sensación, una negación o una afirmación. Su hermoso argumento basado en la indivisibilidad del pensamiento no prueba nada en absoluto.

¿A qué llamas tu alma? ¿Qué idea tienes? No puedes, por ti mismo, sin revelación, admitir otra cosa en tu interior que un poder desconocido que te hace sentir y pensar. ¿Pero ese poder de sentir y de pensar, es el mismo poder que te hace digerir y andar? Tienes que confesarme que no, porque aunque el entendimiento diga al estómago: digiere, el estómago no digerirá si está enfermo; y en vano tu ser inmaterial mandará a tus pies que anden, estos no andarán si tienen la gota.

Los griegos comprendieron que el pensamiento no tiene relación muchas veces con el juego de los órganos, y dotaron a los órganos del alma animal, y a los pensamientos de un alma más fina, más sutil, un nous. Pero el alma del pensamiento, en muchas ocasiones, depende del alma animal. El alma pensante ordena a las manos que tomen, y toman, pero no dice al corazón que lata, ni a la sangre que corra, ni al quilo que se forme, y todos esos actos se realizan sin su intervención. He aquí dos almas que son muy poco dueñas de su casa.

De esto debe deducirse que el alma animal no existe, o que consiste en el movimiento de los órganos; y al mismo tiempo hay que añadir que al hombre no le suministra su débil razón ninguna prueba de que la otra alma exista. Solo puedes saber eso por la fe. Naciste, vives, actúas, piensas, miras, duermes sin saber cómo. Dios te dio la capacidad de pensar como te dio todo lo demás, y si no hubiera venido a enseñarte en el tiempo marcado por su providencia que tienes un alma inmaterial e inmortal, no tendrías ninguna prueba.

Veamos ahora los hermosos sistemas filosóficos que se han establecido respecto al alma.

Uno de ellos sostiene que el alma del hombre es parte de la substancia del mismo Dios, otro que es parte de un Gran Todo, hay un sistema que asegura que el alma está creada para toda la eternidad, hay otro que sostiene que el alma fue hecha y no creada, otros aseguran que Dios forma las almas a medida que las necesita, y que llegan en el instante de la copulación: otros gritan que se alojan en el cuerpo con los animales microscópicos del semen; no, dice el otro, se van a vivir a las trompas de falopio. Hubo un superviviente que dijo, te equivocas, el alma espera seis semanas para que esté formado el feto, y entonces toma posesión de la glándula pineal. Pero que si se encuentra con algún germen falso, sale del cuerpo y espera mejor ocasión. La última opinión consiste en dar al alma por morada el cuerpo calloso; este es el sitio que le asigna Francois Gigot de La Peyronie; sólo el cirujano en jefe del rey de Francia para tener así el alojamiento del alma. Sin embargo, su cuerpo calloso no hizo la misma fortuna que había hecho este cirujano.

Santo Tomás en su cuestión 75 y siguientes, dice: “que el alma es una forma que subsiste per se, que está toda en todo, que su esencia difiere de su poder, que existen tres almas vegetativas: la nutritiva, la aumentativa y la generativa; que la memoria de las cosas espirituales es espiritual, y la memoria de las corporales corporal; que el alma razonable es una forma inmaterial en cuanto a las operaciones, y material en cuanto al ser” ¿Has entendido algo? Pues Santo Tomás escribió dos mil páginas tan fuertes y claras como esta. Por esto, sin duda, le llaman el ángel de la escuela.

No se han hecho menos sistemas sobre la forma en que esta alma se sentirá cuando haya dejado su cuerpo con el que se sintió, para explicar como oirá sin tener oídos, como olerá sin tener nariz y cómo tocará sin tener manos; en qué cuerpo se alojará enseguida, si será el que tuvo a los dos años, o el que tuvo a los ochenta; cómo subsistirá el yo, la identidad de la misma persona, cómo el alma del hombre que se volvió imbécil a la edad de quince años, y murió imbécil a los setenta, volverá a anudar el hilo de las ideas que tuvo en la edad de la pubertad; y por qué medio un alma, a cuyo cuerpo se le corto una pierna en Europa y perdió un brazo en América, podrá encontrar la pierna y el brazo, que quizás ya se habrán transformado en legumbres, y habrán pasado a formar parte integrante de la sangre de cualquier otro animal. No terminaría nunca si detallara todas las extravagancias que sobre el alma humana se han publicado.

Es muy singular que las leyes del pueblo predilecto de Dios no digan una sola palabra acerca de la espiritualidad y de la inmortalidad del alma, ni hablen tampoco de esto el Decálogo, ni el Levítico, ni el Deuteronomio. También es muy cierto, indudablemente, que en ninguna parte Moisés propone a los judíos recompensas y penas en otra vida, que no les habla nunca de la inmortalidad de sus almas, ni les dice que esperen ir al cielo, ni les amenaza con el infierno. En la ley de Moisés todo es temporal.

Les dijo antes de morir, en el Deuteronomio:

“Si después de haber tenido hijos y nietos prevaricáis, seréis exterminados en vuestra patria y quedaréis reducidos a escaso número, que viviréis esparcidos por las demás naciones.
Yo soy un Dios celoso que castigo la iniquidad de los padres hasta la tercera y hasta la cuarta generación.
Honrad a padre y madre, con el objeto de vivir muchos años.
Siempre tendréis que comer, la comida no os faltará nunca.
Si obedecéis a dioses extranjeros, seréis destruidos.
Si obedecéis al verdadero Dios, tendréis lluvias en la primavera y en otoño trigo, aceite, vino, heno para los animales, y podréis comer y saciaros.
Imprimid estas palabras en vuestros corazones, ponedlas ante vuestros ojos, escribidlas sobre vuestras puertas con la idea de que vuestros días se multipliquen.
Haced lo que os mando, sin quitar ni añadir nada.
Si aparece un profeta que profetice sucesos prodigiosos, si su predicación es verdadera, si lo que prevé sucede, si os dice: vamos, seguid conmigo a los dioses extranjeros... matadle en seguida, que se atumulte todo el pueblo contra él para herirle.
Cuando el Señor os entregue las naciones, degollad sin perdonar a un solo hombre, no tengáis piedad de nadie.
No comáis animales impuros, como lo son el águila, el grifo y el ixión, etc.
No comáis tampoco animales rumiantes y que tengan las uñas hendidas, como el camello, la liebre, el puerco espín, etc.
Si observáis estos mandatos, seréis bendecidos en la ciudad y en los campos, y serán benditos los frutos de vuestro vientre, de vuestra tierra y de vuestras bestias.
Si no obedecéis todos estos mandatos ni observáis todas las ceremonias, seréis malditos en la ciudad y en los campos; sufriréis la pobreza y el hambre, os moriréis de frío, de fiebre y de miseria; tendréis sarna, fístulas... os saldrán úlceras en las rodillas y en los muslos.
El extranjero os prestará con usura, pero vosotros no le prestaréis de ese modo, porque vosotros querréis servir al Señor.
Y comerás el fruto de tu vientre, y la carne de tus hijos y de tus hijas, etc.

Es evidente que en todas estas promesas y amenazas no se trata más que de lo temporal, y no se encuentra una sola palabra que verse sobre la inmortalidad del alma ni sobre la vida futura. Algunos comentaristas ilustres creen que Moisés estaba enterado de esos dos grandes dogmas, y prueban su opinión apoyándose en lo que dijo Jacob, el cual creyendo que habían devorado a su hijo bestias feroces, exclamó: “Descenderé con mi hijo a la fosa, al infernum, al infierno;” esto es, moriré, ya que mi hijo ha muerto. Prueban también su creencia citando pasajes de Isaías y de Ezequiel; pero los hebreos a quienes habló Moisés, no pudieron haber leído a Isaías ni a Ezequiel, que escribieron muchos siglos después.

Es inútil cuestionar sobre lo que secretamente opinaba Moisés, ya que está comprobado que en sus leyes no habló nunca de la vida futura, y que limita los castigos y las recompensas al tiempo presente. Si conoció la vida futura, ¿por qué no proclamó este dogma? A tal pregunta contestan varios grandes personajes, diciendo que el Señor de Moisés y de todos los hombres, se reservó el derecho de explicar en tiempo oportuno a los judíos una doctrina que no estaban en estado de comprender cuando vivían en el desierto. Si Moisés hubiera anunciado la inmortalidad del alma, le hubiera combatido una importante escuela de los judíos, la de los saduceos, autorizada por el Estado, que les permitía desempeñar los primeros cargos de la nación y nombrar grandes pontífices a sus sectarios.

Hasta después de la fundación de Alejandría no se dividieron los judíos en tres sectas: la de los fariseos, la de los saduceos y la de los esenios. El historiador Flavio Josefo, que era fariseo, nos refiere en el libro XIII de sus antigüedades, que los fariseos creían en la metempsícosis. Los saduceos creían que el alma perecía con el cuerpo, y los esenios, que el alma era inmortal. Según éstos, las almas, en forma aérea, descendían de la más alta región de los aires, para introducirse en los cuerpos, por la violenta atracción que ejercían sobre ellas; y cuando morían los cuerpos, las almas que habían pertenecido a los buenos, iban a morar más allá del Océano, en un país donde no se sentía calor ni frío, ni había viento ni llovía. Las almas de los malos iban a morar en un clima perverso. Esta era la teología de los judíos.

El que debía enseñar a todos los hombres, condenó a estas tres sectas; pero sin él, nunca podríamos haber sabido nada acerca de nuestra alma, porque los filósofos no tuvieron jamás una idea determinada de ella, y Moisés, único legislador del mundo antiguo, que habló con Dios frente a frente, dejó a la humanidad sumida en la más profunda ignorancia respecto a este punto. Sólo después de mil setecientos años tenemos la certidumbre de la existencia del alma, y de su inmortalidad.

Cicerón abrigaba sus dudas. Su nieto y su nieta supieron la verdad por los primeros galileos que fueron a Roma. Pero antes de esa época, y después de ella, en todo el resto del mundo, donde los apóstoles no penetraron, cada cual debía preguntar a su alma: ¿qué eres? ¿de dónde vienes? ¿qué haces? ¿dónde vas? Eres un no sé qué, que piensas y sientes, pero aunque sientas y pienses más de cien mil millones de años, no conseguirás saber más sin el auxilio de un Dios.

¡Ay hombre! este Dios te dio el entendimiento para que te comportes bien, y no para penetrar en la esencia de las cosas que él creó.

[Aquí termina el artículo original (y empieza su defensa frente a sus detractores)]

Así pensó Locke, y antes que Locke, Gassendi, y antes que Gassendi, multitud de sabios; pero hoy los bachilleres saben lo que esos grandes hombres ignoraban.

Enemigos encarnizados de la razón, se han atrevido a oponerse a esas verdades reconocidas por los sabios, llevando su mala fe y su imprudencia hasta el extremo de imputar al autor de esta obra la opinión de que cada alma es materia. Perseguidores de la inocencia, bien saben que hemos dicho lo contrario; y que dirigiéndonos a Epicuro, a Demócrito y a Lucrecio, les preguntamos: “¿Cómo pueden creer que un átomo piense? Confiesen que no saben nada”. Luego son unos calumniadores ustedes los que me persiguen.

Nadie sabe lo que es el ser que llamamos espíritu, al que ustedes mismos dan un nombre material, haciéndole sinónimo de aire. Los primeros padres de la Iglesia creían que el alma era corporal. Es imposible que nosotros, que somos seres limitados, sepamos si nuestra inteligencia es substancia o facultad; no podemos conocer a fondo ni el ser extenso ni el ser pensante, o sea el mecanismo del pensamiento. Apoyados en la opinión de Gassendi y de Locke, afirmamos que por nosotros mismos no podemos conocer los secretos del creador. ¿Son ustedes dioses que lo saben todo? Les repetimos que sólo podemos conocer por la revelación la naturaleza y el destino del alma; y esta revelación no les basta. Deben ser enemigos de la revelación, porque persiguen a los que la creen y a los que de ella lo esperan todo.

Nos referimos a la palabra de Dios; y ustedes, que fingiendo religiosidad, son enemigos de Dios y de la razón, que blasfeman unos de otros, tratan la humilde sumisión del filósofo, como el lobo trata al cordero en las fábulas de Esopo, y le dicen: «Murmuraste de mí el año pasado; debo beberme tu sangre». Pero la filosofía no se venga, se ríe de esos vanos esfuerzos y enseña tranquilamente a los hombres que quieren embrutecer, para que sean iguales a ustedes.

[Aquí termina el artículo Alma en el actual Diccionario]


Cita a:

Platón - Conectorium
Πλάτων, Plátōn, su verdadero nombre era Aristocles (Atenas o Egina,​ c. 427-347 a. C.). Pupilo de Sócrates, maestro de Aristóteles, fundador de la Academia de Atenas, que perduraría más de 900 años: todo el mundo sabe quién es Platón. Lo que no saben es que significa “espalda ancha”: antes de ser fi…
Epicuro - Conectorium
Ἐπίκουρος (Epikouros, «aliado» o «camarada»), también conocido como Epicuro de Samos (341 a. C. – Atenas, 270 a. C.), fue un filósofo griego. Estableció su propia escuela en Atenas, conocida como el “Jardín”, donde permitió la entrada de mujeres, prostitutas y esclavos. Los aspectos más destacados d…

Refiere a:

Cicerón - Conectorium
Marco Tulio Cicerón​ (Arpino, 3/01/106 a.C. – Formia, 7/12/43 a.C.) fue un político, abogado, filósofo, escritor y orador romano. Uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República, uno de los autores más importantes de la historia romana y uno de los máximos defensor…
Zoroastro - Conectorium
Zoroastro o Zarathustra (en persa moderno: زرتشت‎, Zartosht), fue un antiguo profeta, líder espiritual y filósofo persa. Sus enseñanzas desafiaron las tradiciones de la religión indoirania, inauguraron un movimiento que se convirtió en la religión dominante en la antigua Persia. Influyente en el jud…

Cf. de Conectorium:

Montesquieu: el impacto de la inmortalidad del alma en las leyes
En todas las épocas y partes, la creencia mal entendida en la inmortalidad del alma ha causado que mujeres, esclavos, súbditos, amigos, se hayan matado para acompañar en otro mundo al que era objeto de su veneración. El dogma entendido como resurrección, en cambio, produce una impresión prodigiosa.
Voltaire: el alma de Platón y Aristóteles
No debemos creer que el tutor de Alejandro Magno fuera un pedante y un espíritu equivocado. La lógica de Aristóteles es tanto más apreciable porque tenía que medirse con los griegos, en constante ejercicio en esgrimir argumentos capciosos, de cuyo defecto no estuvo libre su maestro Platón.
Platón ft. Sócrates: inmortalidad del alma, parte 2
En el Hades, al alma impura que ha cometido un crimen, la rehúye todo el mundo: anda errante hasta que pasa cierto tiempo y es llevada a la residencia que le corresponde. El alma que ha pasado su vida pura y comedidamente tiene como compañeros de viaje a los dioses, y habita en el lugar que merece.

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