Sobre la legalidad del aborto *

Si el aborto es legal en una región depende casi completamente de la influencia de la religión. La excepción son los Estados no seculares controlados por gobiernos dictatoriales que deciden políticas, no por moralidad, sino por apuros económicos. Hay una realidad estadística que no se puede omitir:

Sobre la legalidad del aborto *
Ilustración de Joan Cornellà.
Contextorium

Capítulo 1 de nuestra serie sobre el aborto, producto de la controversia suscitada a raíz de la derogación en Estados Unidos de Roe v. Wade, litigio que determinaba que la constitución estadounidense protegía la libertad de la mujer para elegir abortar, haciendo de esta práctica legal a nivel federal. Luego del fallo de la Corte Suprema el 24 de junio de 2022, la potestad de legalizar o ilegalizar el aborto fue derivada a los estados, muchos de ellos prohibiendo la práctica ese mismo día, otros dictando leyes para proteger a las mujeres que vengan de otros estados, incluyendo la privacidad y el secreto de sus datos.

Si el aborto es legal o ilegal en una región depende casi completamente de la influencia de la religión. La excepción son los Estados no seculares controlados por gobiernos dictatoriales que deciden políticas de natalidad, no por moralidad, sino por apuros económicos.

Dios, en todos los libros sagrados que escribió para sus diferentes versiones, no menciona directamente la práctica del aborto. En la ética cristiana, que tiene origen en la judía, perder un hijo no nato es motivo de tristeza y probablemente un castigo de Dios; no habría razón para que a alguien se le cruce por la cabeza provocarse un castigo divino. Después de Cristo, y después de que los judíos y cristianos hayan salido de su esfera social y se hayan encontrado conviviendo con la realidad de otras culturas, los teólogos e ideólogos se han puesto a debatir, desde el imperio romano hasta nuestros días, sobre la moralidad del asunto. “Ha sido el cristianismo el que ha trastocado en este aspecto las ideas morales, al dotar de un alma al embrión”; dice Simone de Beauvoir, “entonces el aborto se convirtió en un crimen contra el feto mismo”.[1] Cita inmediatamente después a San Agustín (que tuvo un hijo extramatrimonial siendo adolescente): “Toda mujer que hace de modo que no pueda engendrar tantos hijos como podría tener, se hace culpable de otros tantos homicidios, lo mismo que la mujer que trata de herirse después de la concepción”. La historia de los hombres hablando en nombre de las mujeres es una historia sin fin. “El mayor delito perpetrado jamás contra la mujer”, escribe Emma Goldman, es cómo “los poetas y los políticos cantan a la maternidad”.[2]

Que no se entienda esto como un canto al aborto, porque no es canto ninguno. Goldman, ya en 1916, se escandaliza porque “el hábito de provocar los abortos está alcanzando tales proporciones en Norteamérica que cuesta creerlo; de acuerdo con recientes investigaciones sobre la cuestión, diecisiete abortos son realizados cada cien embarazos”.[3] En Francia, a finales de la década del '50, según estudios que cita de Beauvoir, “se cuentan todos los años de ochocientos mil a un millón—o sea, tantos como nacimientos—, siendo casadas los dos tercios de las mujeres que los sufren, muchas de las cuales ya han tenido uno o dos hijos”. Eso, a pesar de que estaba prohibido por ley. Hoy, aún donde no está prohibido por ley, se mantienen la misma tendencia, al contrario de lo que imagina la sociedad en su cabeza para prohibir, con base puritana, la práctica. En Estados Unidos, casi el 60% de abortos inducidos son hechos por mujeres que ya tienen por lo menos un hijo, y un 40% del total incluso corresponde a mujeres que están repitiendo el asunto.[4]

Rusia fue el primer país en legalizar el aborto en 1920, “y los han habido más que nacimientos durante la mitad de estos cien años”.[5] Hoy tienen la tasa más alta del mundo: casi 54 abortos por cada 1000 mujeres en edad de hacerlo. La Norteamérica controversial tiene entre 15 y 20 por cada mil mujeres entre 15 y 44 años, versus 56 nacimientos en la misma escala. Los abortos fueron en claro aumento desde la famosa legalización en “Roe v. Wade”, polémicamente derogada hace pocos días justo cuando sus índices volvían a los niveles pre-legalización federal (ahora deciden los Estados). En su pico, entre 1979 y 1993, se contabilizaron entre 1,5 y 1,6 millones de abortos anuales (hoy menos de la mitad), versus 3,5 a 4 millones de nacimientos. Entre 60 y 70 millones de abortos desde Roe v. Wade, versus aproximadamente 150 millones de nacimientos.[6] A nivel mundial, hoy, se producen anualmente 121 millones de embarazos no deseados (o no buscados, que suena mejor): 61% de ellos termina en aborto, lo que nos deja con casi 74 millones de abortos versus cerca de 145-155 millones de nacimientos anuales. Lo que nos deja con una estadística interesante: entre un cuarto y un tercio de los nacimientos, hoy por hoy, se dan por embarazos no buscados (las leyes de la Naturaleza haciendo su trabajo). 45% de esos abortos son peligrosos: unos 7 millones se complican, y unos 30 mil terminan en muerte (entre 50 y 60 millones de personas mueren anualmente en esta época).[7].

Hay una realidad: legal o no legal, el aborto se practica, y mucho, y desde siempre. Vuelvo a Emma Goldman: “es necesario puntualizar que la tendencia a limitar la descendencia es tan vieja como la propia especie humana. Contamos con la autoridad, para esta cuestión, del eminente médico alemán doctor Theilhaber, quien ha recopilado datos históricos que prueban que esta tendencia estaba extendida entre los hebreos, los egipcios, los persas y muchas tribus de los indios norteamericanos”.[8] Allá donde vivían los filósofos que veneramos, Séneca se oponía, Platón y Aristóteles—que aunque muy individualista tenía tintes de centralista—, la aprobaban por motivos eugenésicos y económicos. El segundo dice de esta práctica: “Para distinguir los hijos que es preciso abandonar de los que hay que educar, convendrá que la ley prohíba que se cuide en manera alguna a los que nazcan deformes; y en cuanto al número de hijos, si las costumbres resisten el abandono completo, y si algunos matrimonios se hacen fecundos traspasando los límites formalmente impuestos a la población, será preciso provocar el aborto antes de que el embrión haya recibido la sensibilidad y la vida. El carácter criminal o inocente de este hecho depende absolutamente sólo de esta circunstancia relativa a la vida y a la sensibilidad”.[9]. Desde entonces y hasta ahora se debate el “carácter criminal” del hecho: están los que se oponen al cien por ciento y los que no se oponen, entre los que, por supuesto, ninguno está de acuerdo en matar un niño en un vientre, un feto formado. Nadie en su sano juicio quiere asesinar un bebé. Esa falta de lógica que Carl Sagan bien refuta, ese “si permitimos el aborto en las primeras semanas de embarazo, será imposible impedir la muerte de un bebé formado”, es una falacia.[10]

Pero, ¿desde cuándo es niña o niño? ¿quién lo decide?——No, antes de intentar responder esa pregunta, tiro un dato, que no es apoyo a ninguna de las posiciones en este debate, sólo un dato: convengamos en que, si todo va bien en el embarazo, si se le da el tiempo suficiente al feto, inevitablemente, lo que resulta de esa espera y esa suerte es un bebé, un ser vivo. Está bien, puede que no sea niña ni niño aún, pero lo será si no hay contratiempos. Esto, y la muerte, son las dos únicas verdades que podemos conocer del Universo con absoluta certeza.

Quien defiende la posición contraria al aborto defiende esta verdad apoyado en un sentimiento proteccionista que nos ha regalado Mamá Natura, convertido en moralidad. Pero el tema es que la moralidad que evoluciona; lo que antes era considerado normal ahora puede ser una barbarie, y por qué no, también lo contrario. Mamá Natura y Papá Tiempo se comen a sus hijos; todo bien si digo eso. Algunos animales también se comen a sus hijos; todo mal si comparo esto con el comportamiento humano. ¿Será más suave si digo que hay animales que matan y abandonan a sus hijos? Entre esos animales, hay también humanos. Sucede. No digo que esté bien, sólo digo que sucede. Lo vemos mal porque el instinto nos prohíbe verlo de otra manera—el instinto y la moral. Hacerlo nosotros, en teoría, no nos permitimos ni pensarlo, peor hablarlo, peor aceptarlo.

Pero convengamos en que somos animales, aunque seamos animales que tenemos la capacidad de reflexionar sobre sí mismos. Y sobre su naturaleza, y sobre su formación; y nos damos el lujo de poder justificar y decidir cuándo un embrión es feto, y cuando bebé formado. Sería más honesto debatir, moralidad aparte: “no quiero tener (más) hijos, y estoy dispuesta, y estoy dispuesto, a negar una vida en potencia para mantenerme en esto”; sin importar los motivos y los razonamientos y las justificaciones que existen por detrás. Sería más honesto, pero sería, como dicen ahora, inhumano: es imposible huir de nuestra naturaleza, nuestras emociones y nuestros sentimientos. Somos, y siempre seremos, constantes contradicciones.

Vuelvo al hilo de la pregunta, y vuelvo a de Beauvoir— que resumió mejor que nadie la historia del aborto—, esta vez recitando otras líneas cristianas: “Santo Tomás y la mayor parte de los autores fijaron la animación hacia los cuarenta días para los niños y hacia los ochenta para las niñas; entonces se introdujo una distinción entre el feto animado y el feto inanimado”. Y entre niño y niña. Los tiempos de animación los recitan de Aristóteles (una costumbre en Santo Tomás). Pero griegos y cristianos no son las únicas culturas que tienen tiempos para el aborto y para el embrión, porque el aborto ha sido practicado en todas partes, en todos los tiempos, y por los mismos motivos.

En el Corán, por otro lado, lo único que se puede leer se reza en el capítulo 17:31: “No maten a sus hijos por temor a la pobreza. Yo los sustento a ellos y a ustedes. Matarlos es un pecado gravísimo”. El traductor Isa García deja como nota al pie: “Esta prohibición tiene carácter eterno, lo cual implica el aborto por «miedo a la pobreza», es decir, por motivos económicos”. Si revisamos las estadísticas estadounidenses una vez más, veremos, como es de esperar, que se practican menos abortos entre mujeres blancas, y más entre hispanas y negras. No hay que revisar las estadísticas para saber quiénes tienen más problemas económicos. Dice Vargas Llosa: “La prohibición, claro está, sólo es efectiva para las mujeres pobres pues de la clase media para arriba los anticonceptivos, así como el aborto, se practican de manera extendida pese a la prohibición legal”.[11]

Hay otra realidad dentro de esta realidad: la mayoría de los abortos se practican donde es legal (en los estados seculares, en los países musulmanes y los muy católicos de Latinoamérica, donde está prohibido, o se hacen muy poco, o el Estado no cuenta los datos, o la estadística no los cuenta) o donde, socialmente, es legítimo; y parece que la mayoría se hace por motivos económicos. El resto de las razones para interrumpir embarazos no deseados son malformaciones, violaciones, incestos, o porque la mujer no quiere seguir casada con un marido abusivo, porque no es momento, porque la madre en potencia es demasiado joven, porque su vida corre peligro, porque ya tiene muchos hijos, y por motivos que un hombre jamás comprenderá. Lo máximo que puede llegar a dilucidar es si quiere o no quiere ser padre de esa criatura, en ese vientre, de esa madre, en ese momento. Y si decide que no lo desea y la mujer no quiere abortar, el hombre siempre puede hacerse el loco y no hacerse cargo. Y, lo mejor, no embarazarse ni sufrir esos nueves meses. Y después puede convertirse en un político famoso que defiende los valores cristianos y decidir lo que puede y no puede hacer una mujer, al menos públicamente.

Pero no quiero entrar en el debate de ideologías, de moralidad, o de lo que George Orwell denominó nacionalismos[12]: esa capacidad que tiene el ser humano no solo de auto-identificarse con un grupo ideológico y crucificarse en una sola narrativa—una falta de sentido común por sí sola—, sino de no poder mirar mas que con los lentes que ve su manada, de no poder observar más allá de lo que dice su grupo, de no aceptar sus contradicciones y condenar todo lo que diga el otro—la estupidez hecha política, hecha sociedad—. Predicar el amor al prójimo pero odiar a las madres solteras, o a las que no quieren serlo; ser pro-vida pero defender la tenencia de armas con las que cada dos por tres se acribillan niños en colegios o feligreses en iglesias de otras religiones; ser católico y defender curas que violan a niños pero desamparar a mujeres violadas; y al otro lado de la acera, en la pro-elección, como dice Taleb, que “quienes están a favor del aborto también se opongan a la pena de muerte”, o “que quienes aceptan el aborto estén a favor de impuestos elevados pero en contra de un ejército fuerte”;[13] o predicar que las mujeres deberían tener los mismos derechos que los hombres y huir en primera fila cuando llega la guerra o pedir días de baja por menstruación.

No digo que las mujeres deberían pelear en la guerra ni que deberían trabajar partiéndose de dolor (hoy en día todo hay que aclararlo para ciertos grupos), solo digo que no nos damos cuenta que estamos llenos de contradcciones. Y el aborto es un tema que nos provoca muchas, incluso a los que no tenemos la potencia de ser madres. Las dudas y las contradicciones, habitantes mayoritarios de nuestra ciudadela mental, realizan concilios cada vez que sale a relucir el tema. Estoy seguro que, llegado el momento crítico de tener que decidir, hasta los más religiosos pueden caer en el pecado. Como siempre, me gusta repetir la frase de Nietzsche: “todo idealismo es mentira frente a lo necesario”,[14] toda ideología es mendacidad frente a la realidad. Nietzsche tira el verso en medio de un discurso que predica lo que muchas chicas se tatúan sin saber qué les va a deparar el camino: Amor fati, amor al destino.

Pero es el destino de lo clandestino lo que me preocupa, no la moralidad. A la Madre Naturaleza no le interesa la integridad, la ética; será estética pero es del todo cruda. Me interesa tratar la realidad: las prohibiciones no son soluciones. Muchas son parches, son puritanismo, son hipocresía; y muchas veces son negocio, son corrupción: que nadie se sorprenda de que algún juez o político que prohíbe los abortos los practique dentro de casa, o peor, que sea socio de clínicas secretas. Me preocupa lo que les preocupa a todos los que pueden ver más allá de la primera impresión o el mandamiento de pensamiento que les impone su tribu sobre un tema. Ya Goldman lo decía hace un siglo: “Miles de mujeres son sacrificadas como consecuencia de los abortos, ya que son realizados por matasanos y parteras ignorantes, en secreto y con prisas”. También decía: “Después de todo, para eso son las leyes, para ser hechas y deshechas. ¿Cómo pueden exigir que la vida se someta a ellas?” Las estadísticas están ahí—duras, altísimas, pero están ahí: millones de abortos se practican cada año en todo el mundo, y son un gran porcentaje de los embarazos, y se van a seguir practicando, porque así funciona el mundo, porque así funciona la esencia humana. Prohibir no es prevenir, y si de verdad se quisiera hacer algo para mejorar la salud mental, espiritual y económica se trabajaría en educación sexual y métodos anticonceptivos, porque sexo vamos a seguir teniendo.

El mundo en el que vivimos no es un cuento de hadas, ni es el ideal de nadie; es como es. No importa que yo quiera imponer mis ideas, o el bolsillo de mis contribuyentes, o que sea tan ingenuo de pensar que con una ley jurídica voy a romper una ley de la naturaleza, y que ninguna mujer—ni una más—va a volver a sufrir nunca más un abuso, y que ningún feto va a volver a malformarse, y que no se va a practicar más sexo sin amor de por medio. Interponer el juego político, la hipocresía, la corrupción, la ideología y el odio en el camino supuesto del amor y la ayuda al prójimo es uno de los colmos de la capacidad de nuestra ignorancia, es una de las pruebas más incontestables de que no entendemos nada de causa y efecto. Aunque, lamentablemente, así como predico que hay que aceptar la realidad de los abortos, hay que aceptar la realidad de nuestra esencia: siempre van a existir grupos en el poder incapaces de ponerse en los zapatos del otro; sobre todo si el otro son ellas y si los que gobiernan son religiosos o dictadores. El poder es adictivo, las ideologías también; y juntos forman uno de los cocteles más dañinos de la historia, pero ese no nos es permitido prohibirlo.

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  1. El Segundo Sexo, II, 4. ↩︎

  2. Los Aspectos Sociales del Control de Natalidad, Mother Earth, Vol. XI, abril 1916. ↩︎

  3. La Hipocresía del Puritanismo, 1911. ↩︎

  4. Statista, Who is getting abortions in the U.S.? ↩︎

  5. Cien años de aborto en Rusia, Gárgola del Faro, Aceprensa, diciembre de 2020. ↩︎

  6. Fuentes: CDC, Guttmacher Institute, Banco Mundial, World Population Review; Vital Statistics Rapid Release, 2020; Fertility Rates; Abortion Statistics; Abortion Rates by Country, 2022; Morbidity and Mortality Weekly Report; Abortion Statistics in the United States. ↩︎

  7. Instituto Guttmacher, Unintended Pregnancy and Abortion Worldwide, marzo 2022; Organización Mundial de la Salud, Aborto. ↩︎

  8. Los Aspectos Sociales del Control de Natalidad. ↩︎

  9. Política, libro VII, 16; aunque esta frase pertenece a la traducción de Patricio de Azcárate (IV, 14). ↩︎

  10. El Mundo y sus Demonios, capítulo 12. ↩︎

  11. La Civilización del Espectáculo, VI. El opio del pueblo. ↩︎

  12. Notes on Nationalism, revista Polemic, vol. 1, octubre 1945 ↩︎

  13. El Cisne Negro, capítulo I, Los grupos. ↩︎

  14. Ecce Homo, Por qué soy yo tan inteligente, 10. ↩︎


#sobre el aborto#más sentido común, por favor


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