Friedrich Nietzsche: Amor Fati

Friedrich Nietzsche: Amor Fati
Portada del manuscrito de Ecce Homo
Contexto Condensado

Turín, 3 de enero de 1889. Un hombre alemán camina por la piazza Carlo Alberto cuando ve un cochero maltratando a su caballo. El alemán, salido de sí, se abalanza sobre el animal y, causando un alboroto público, abraza al caballo para protegerlo. Segundos después el hombre pierde la conciencia y se desvanece de golpe sobre el suelo: Friedrich Wilhelm Nietzsche no volvería a recuperar la cordura y el mundo lo perdería en los ocho meses siguientes. No han pasado ni sesenta días desde que terminara su última obra, Ecce Homo. Cómo se llega a ser lo que es, obra que no debió haber sido publicada, otra crítica fortísima de este auto denominado mensajero hacia el puritanismo y el moralismo cristiano. El título refiere a la traducción al latín del griego original de Juan 19:5, las palabras de Poncio Pilato a la multitud cuando les presenta a un Jesús flagelado y coronado con espinas: ecce homo“aquí está el hombre”. La escena ha sido inmortalizada por Rubens, Caravaggio, Durero, Messina, Tiziano, El Bosco, Reni, Murillo, Juanes... y aquí está Nietzsche.

Citado y conectado con Marco Aurelio por Pierre Hadot, este es uno de los famosos pasajes en los que el alemán predica el amor fati, amor al destino, “el no querer que nada sea distinto”, su “fórmula para expresar la grandeza del hombre”, como traducía Andrés Sánchez Pascual en 1971 para Alianza Editorial. Y aquí está, también, entrometida, mi frase favorita de Friedrich Wilhelm.

Autor: Friedrich Nietzsche

Libro: Ecce Homo (1888)

¿Por qué soy yo tan inteligente?

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En este punto hace falta una gran reflexión. Se me preguntará cuál es la auténtica razón de que yo haya contado todas estas cosas pequeñas y, según el juicio tradicional, indiferentes; al hacerlo me perjudico a mí mismo, tanto más si estoy destinado a representar grandes tareas. Respuesta: estas cosas pequeñas — alimentación, lugar, clima, recreación, toda la casuística del egoísmo— son inconcebiblemente más importantes que todo lo que hasta ahora se ha considerado importante. Justo aquí es preciso comenzar a cambiar lo aprendido. Las cosas que la humanidad ha tomado en serio hasta este momento no son ni siquiera realidades, son meras imaginaciones o, hablando con más rigor, mentiras nacidas de los instintos malos de naturalezas enfermas, de naturalezas nocivas en el sentido más hondo; todos los conceptos «Dios», «alma», «virtud», «pecado», «más allá», «verdad», «vida eterna»... Pero en esos conceptos se ha buscado la grandeza de la naturaleza humana, su «divinidad». Todas las cuestiones de la política, del orden social, de la educación han sido hasta ahora falseadas íntegra y radicalmente por el hecho de haber considerado hombres grandes a los hombres más nocivos, por el hecho de haber aprendido a despreciar las cosas «pequeñas», quiero decir los asuntos fundamentales de la vida misma... Nuestra cultura actual es ambigua en sumo grado... ¡El emperador alemán pactando con el Papa,[1] como si el Papa no fuera el representante de la enemistad mortal contra la vida! Lo que hoy se construye ya no se tiene en pie al cabo de tres años. Si me mido por lo que yo puedo hacer, para no hablar de lo que viene detrás de mí, una subversión, una construcción sin igual, tengo más derecho que ningún otro mortal a la palabra grandeza.[2] Y si me comparo con los hombres a los que hasta ahora se ha honrado como a los hombres primeros, la diferencia es palpable. A estos presuntos «primeros» yo no los considero siquiera hombres, para mí son desecho de la humanidad, engendros de enfermedad y de instintos vengativos: son simplemente monstruos funestos y, en el fondo, incurables, que se vengan de la vida... Yo quiero ser la antítesis de ellos: mi privilegio consiste en poseer la suprema finura para percibir todos los signos de instintos sanos. Falta en mí todo rasgo enfermizo; yo no he estado enfermo ni siquiera en épocas de grave enfermedad; en vano se buscará en mi ser un rasgo de fanatismo. No podrá demostrarse, en ningún instante de mi vida, actitud alguna arrogante o patética. El pathos de la afectación no corresponde a la grandeza; quien necesita adoptar actitudes afectadas es falso... ¡Cuidado con todos los hombres extravagantes! La vida se me ha hecho ligera, y más ligera que nunca cuando exigió de mí lo más pesado. Quien me ha visto en los setenta días de este otoño, durante los cuales he producido sencillamente, sin pausa, cosas de primera categoría, que ningún hombre volverá a hacer después de mí, ni ha hecho antes de mí, con una responsabilidad para con todos los siglos que me siguen, no habrá percibido en mí rasgo alguno de tensión, antes bien una frescura y una jovialidad exuberantes. Nunca he comido con sentimientos más agradables, no he dormido jamás mejor. No conozco ningún otro modo de tratar con tareas grandes que el juego: éste es, como indicio de la grandeza, un presupuesto esencial. La más mínima compulsión, el gesto sombrío, cualquier tono duro en la garganta son, en su integridad, objeciones contra la persona, ¡y mucho más contra su obra! No es lícito tener nervios. También el sufrir por la soledad es una objeción; yo no he sufrido nunca más que por la «muchedumbre»... En una época absurdamente temprana, a los siete años,[3] ya sabía yo que nunca llegaría hasta mí una palabra humana: ¿se me ha visto alguna vez ensombrecido por esto? Yo muestro todavía hoy la misma afabilidad para con cualquiera, yo estoy incluso lleno de distinciones para con los más humildes: en todo esto no hay ni una pizca de orgullo, de secreto desprecio. Aquel a quien yo desprecio adivina que es despreciado por mí: con mi mero existir ofendo a todo lo que tiene mala sangre en el cuerpo... Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es amor fati [amor al destino]: el no-querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad. No sólo soportar lo necesario, y aun menos disimularlo—todo idealismo es mendacidad frente a lo necesario—sino amarlo.[4]


  1. Nota del traductor: En septiembre de 1888, pocas semanas antes, por lo tanto, de que Nietzsche escribiese estas palabras, Guillermo II había visitado en Roma a León XIII. A esta visita se refiere sin duda Nietzsche. ↩︎

  2. Nota del traductor: Todo el pasaje que va desde «El emperador alemán...» hasta aquí fue «censurado» en el manuscrito de Nietzsche y no fue incorporado al texto de las dos ediciones «canónicas» de Raoul Richter (1908) y Otto Weiss (1911). Tampoco la conocida edición de Schlechta (1956) lo recoge. ↩︎

  3. Nota del traductor: Un fragmento inédito del verano de 1878 dice así: «A los siete años sentí la pérdida de la infancia. Pero a los veinte, cerca de Bonn en la desembocadura del Lippe, me sentí niño». También en El caminante y su sombra habla Nietzsche de la pérdida de la infancia. ↩︎

  4. Nota de Conectorium: Citado por Pierre Hadot en La Ciudadela Interior, VII, Amor Fati. ↩︎


“todo idealismo es mendacidad frente a lo necesario”

Citado en:

Dame más gasolina (y menos consecuencias mundiales) *
Inflación, importaciones y exportaciones. Hambre y migraciones. Ya vimos la historia de Ucrania y Rusia, los orígenes históricos de la guerra y el trigger. Vimos también los escenarios que se manejan para Putin. Veamos ahora su impacto más allá de sus fronteras y la crisis humanitaria.
Sobre la legalidad del aborto *
Si el aborto es legal en una región depende casi completamente de la influencia de la religión. La excepción son los Estados no seculares controlados por gobiernos dictatoriales que deciden políticas, no por moralidad, sino por apuros económicos. Hay una realidad estadística que no se puede omitir:

Cf. de Conectorium:

Friedrich Nietzsche: Para el Año Nuevo
Contexto Condensado Como se prometió, empezamos el 2023 con La Gaya Ciencia de Nietzsche, uno de los autores más leídos en Conectorium el 2022, año en el que ya dijimos que quizá una mejor traducción para el título de este libro —cuyo original en alemán es Die fröhliche Wissenschaft— podría

#alemán#tiempo circular#aforismos