James Legge: Confucio y el ponerse en el lugar del otro

“Lo que no te gusta cuando te lo hacen a vos, no lo hagás a los demás”. La naturaleza peculiar del idioma chino le permitió expresar esta regla con un carácter, que a falta de un término mejor podemos traducir al español como “reciprocidad”. Cuando se mira el ideograma, su significado salta al ojo.

James Legge: Confucio y el ponerse en el lugar del otro
Contexto Condensado

Nos concentramos ahora en la conexión entre la regla de oro en el confucianismo y el cristianismo. Ya la hemos visto en el zoroastrismo, budismo, y antiguo-egiptocismo. Las tres lecturas que siguen (un par disponibles en español solamente aquí) están amarradas al capítulo 15 de las Analectas de Confucio, donde podemos leer al maestro decir, en la traducción de Alfonso Colodrón (1998):

“Zigong preguntó: «¿Hay alguna sola palabra que pueda guiarnos toda nuestra vida?» El Maestro respondió: «¿No sería la reciprocidad? Lo que no desees que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás.»”

Detengámonos en la palabra reciprocidad: en el texto chino, la palabra o carácter que leemos es: 恕 (shu). Su traducción no es sencilla. A ver, obviamente, traducir y transliterar cualquier cosa del chino no es sencillo, pero este sinograma es especial. (Prefijo sino-, derivado del latín Sinae, derivado a su vez del griego Σῖναι (Sînai) = China.) No por nada D. C. Lau, uno de los sinólogos más influyentes del siglo pasado, tradujo la cita, al inglés, así:

“Tzu-kung asked, ‘Is there a single word which can be a guide to conduct throughout one’s life?’ The Master said, ‘It is perhaps the word “shu”. Do not impose on others what you yourself do not desire.’”

Incluso si no sabés inglés (cosa que dudo), la diferencia se entiende. Lau se abstiene de traducir shu, y deja una nota al pie como aclaración: “i.e., using oneself as a measure in gauging the wishes of others” (“es decir, usarse a uno mismo como medida al calibrar los deseos de los demás”).

Lau se abstuvo de traducir el término como se abstienen muchos traductores rigurosos o académicos, por la cuasi imposibilidad del asunto. Así como hay autores que lo traducen como reciprocidad, lo he leído por ahí—no en traducciones de Confucio—como perdonar, empatía, consideración, ponerse en el lugar de los demás. La idea me quedó más clara en una explicación que leí en italiano (todo lo hablan bonito los italianos): “mettere l’altro nel cuore”: “Poné al otro en el corazón”.

Lo de la variación en los significados la vamos a ver cuando nos lo expliquen en un ratito. Mientras tanto hago un paréntesis para hablar sobre el abstenerse de traducir.

Como ejemplo de esta práctica, la primera línea de El Extranjero de Albert Camus—quizá la mejor primera línea de una novela ever—dice: “Aujourd’hui, maman est morte. Ou peut-être hier, je ne sais pas.”. Si somos literales, leemos: “Hoy día, mamá está muerta. O tal vez ayer, no lo sé”. Con un poco de cancha: “Mamá murió hoy día, o quizás ayer, no sé”. En inglés lo traducen como: “Mom died today”, “My mother died today”, “Mommy died today — or was it yesterday?” El problema no está solamente en que el personaje no sabe bien cuando murió su mamá, sino en la relación que tenía con ella, que parece fría. Pero en francés, Maman no es ni mamita, ni mamá, ni mi madre, ni mommy, ni my mother, ni mom; es un “término cariñoso con el que se dirige a la madre (especialmente los niños), o con el que se la designa entre los íntimos”. Y por eso, alguno que otro traductor ha decidido empezar la novela con un Maman died today”. Y que la cuenten como quieran.

Y pongamos un ejemplo, un regalo, de nuestro lenguaje a los traductores a otros idiomas: el final—quizá el mejor final de una novela ever—de El coronel no tiene quién le escriba, de Gabriel García Márquez:

“La mujer se desesperó. —Y mientras tanto qué comemos—preguntó, y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía. —Dime, qué comemos.
El coronel necesitó setenta y cinco años—los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto—para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: —Mierda.”

No hay manera de traducir con exactitud ese mierdazo. Pero vuelvo a las predicaciones tranquilas en la casa de Confucio, y a los sinólogos importantes: esta vez, a James Legge: escocés que llegó a China como misionero evangélico, y que luego se convirtió en el primer profesor de chino en Oxford. Nació en 1815 y vivió casi 30 años en Hong Kong, donde fue maestro, director y pastor antes de regresar al Reino Unido (y donde nacería D. C. Lau en 1921). Legge también tradujo a Confucio—es más, conoció su ciudad de nacimiento, su tumba, su bosque, y el templo confuciano más grande del mundo (todo en la localidad de Qufu).

El dicho susodicho que atañe nuestra cuestión en este capítulo y en esta mini-serie sobre la regla de oro en diferentes religiones y filosofías, James Legge lo traduce, al inglés, así:

“Tsze-kung asked, saying, ‘Is there one word which may serve as a rule of practice for all one’s life?’ The Master said, ‘Is not reciprocity such a word? What you do not want done to yourself, do not do to others.’”

Legge se la juega por reciprocidad. Luego traduce, como todos, la regla de oro de forma negativa: “no hagás...” Como Lau, Legge nos deja una nota, pero no al pie de página, sino en la novena edición de la Enciclopedia Británica, publicada entre 1875 y 1889. En el sexto volumen, publicado en 1878, James Legge se encarga de redactar el artículo sobre Confucio (también escribió el artículo sobre Lao-Tsé y sobre Mencio).

Legge murió en 1897, y su artículo siguió siendo publicado hasta en la edición más famosa de la Británica, la de 1911. Hoy, en la Britannica online, el artículo sobre Confucio apenas cita por arribita este aforismo, no hay ninguna mención del sinólogo escocés, y no se nombra la Golden Rule. Pero aquí lo rescatamos: te dejo con esa seccioncita o sección-cita.

Autor: James Legge

Enciclopedia Británica

Artículo: Confucio (1878)

Sección: Regla de Oro

...Nos damos una mejor idea del hombre [que era Confucio] a partir de los relatos que nos han dejado sus discípulos sobre sus relaciones y conversaciones con ellos, y de los intentos que estos hicieron para presentar sus enseñanzas en alguna forma sistemática. Si bien no pudo detener el progreso del desorden en su país, ni lanzar principios que debieron ser útiles para guiarlo a un mejor estado bajo algún nuevo sistema constitucional, dio lecciones importantes para la formación del carácter individual, y para la forma en que deben ser cumplidos los deberes de las relaciones sociales.

Entre estos, colocamos en primer lugar a su enunciación distinta de “la regla de oro”, deducida por él de su estudio de la constitución mental del hombre. Dio esa regla varias veces de forma expresa: “Lo que no te gusta cuando te lo hacen a vos, no lo hagás a los demás”. La naturaleza peculiar del idioma chino le permitió expresar esta regla con un carácter, que a falta de un término mejor podemos traducir al español como “reciprocidad”. Cuando se mira el ideograma, su significado salta a la vista. Se compone de otros dos caracteres, uno que denota “corazón”, y el otro, compuesto en sí mismo, que denota “como / parecido / mientras / a modo de” [en el articulo en inglés: as].

Zigong preguntó una vez si había alguna palabra que pudiera servir como regla de práctica para toda la vida, y el maestro respondió que sí, nombrando este carácter (恕, shu), el “como en el corazón”, es decir, mi corazón en simpatía con el tuyo; y luego agregó su explicación habitual, que es la que acabamos de dar. Se ha dicho que sólo dio la regla en forma negativa, pero también la entendió en su fuerza más amplia y positiva, y deploró, por lo menos en una ocasión, que él mismo no había llegado siempre a tomar la iniciativa de hacer a los demás como le gustaría que hicieran con él...


Cita a:

Confucio: Analectas, capítulo 15
Zigong preguntó: «¿Hay alguna sola palabra que pueda guiarnos toda nuestra vida?» El Maestro respondió: «¿No sería la reciprocidad? Lo que no desees que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás.»

Citado por:

Joseph McCabe: La ética cristiana (y su relación con la moral en el mundo)
La Regla de Oro de Cristo, tomémosla humanamente. Nadie va a amar a su prójimo como a sí mismo. No se puede hacer. Las emociones humanas no están hechas así. Un ideal debe ser algo realizable. Pero no tenemos que preocuparnos por esto, sino porque tenía siglos de antigüedad cuando Cristo la citó.

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