María Zambrano: de la duda y el “querer ser” surge la angustia (y la voluntad)

En el fondo de toda esta época moderna, parece residir un solo anhelo: «querer ser». La metafísica europea es hija de la desconfianza, de la duda; la virginidad del mundo se ha marchitado. Y con la duda surge la angustia, relacionada al sistema. Y la angustia no se resuelve sino con actividad.

María Zambrano: de la duda y el “querer ser” surge la angustia (y la voluntad)
Contexto Condensado

María Zambrano y su forma de hacer poesía con su prosa y su filosofía... Esta intelectual española nació en Vélez-Málaga en 1904, pero su trabajo no fue debidamente reconocido sino hasta la tarde de la vida. Tenía 77 años cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias, y 84 cuando recibió el Cervantes, el premio más importante de nuestra lengua. Eso fue en 1988, menos de tres años antes de su fallecimiento.

Otra muestra de esta fama tardía es que recién en 1987 se reeditaba, por segunda vez, su “librito” Poesía y Metafísica, publicado por primera vez el año del inicio de la Segunda Guerra Mundial, y en Morelia, México, no en su natal España, “en un otoño de indecible belleza”. Casi cinco décadas después, en el prólogo de la segunda edición, Zambrano escribía: “Había ido quien esto escribe, también de un modo inverosímil, a México. E inverosímilmente también, esta actual edición la preparó para ser publicada en una colección mexicana. ¿Por qué y cómo escribí este libro entonces?, es decir, en el cálido otoño de 1939. A los finales de la guerra de España fui invitada para ir a Cuba y aún insistentemente recabada por alguna Universidad norteamericana como profesora de español. Había yo ido, en los comienzos de la guerra de España, cuando me casé, en septiembre de 1936...” Una cosa lleva a la otra, y luego de salvarse de ser detenida en Cuba por un pasaporte diplomático, y luego de otras pericias, llegó a Santiago de Chile, donde ni bien pusieron pie en la embajada, el embajador les lanzó: “no deshagan ustedes las maletas, que me acaba de llamar el Presidente de la República, para romper lazos con España”. Pero del dicho al hecho hay mucho trecho, y aquello no sucedió. Meses después regresa a España, y luego de la derrota del bando republicano en la Guerra civil española, en 1939, Zambrano sale para México. Pero la génesis se dio en ese anterior viaje a las Américas, y el libro fue “nacido en un momento de extrema imposibilidad”.

La obra es un camino que recorre los caminos de la filosofía y la poesía, su enfrentamiento atemporal, sus senderos divergentes; las “dos mitades del hombre: el filósofo y el poeta”. El uno es la expresión del “querer ser”, el otro es la individualidad concreta. La lucha de estas dos mitades “puede ser la causa de algunas vocaciones malogradas”.

En el cuarto capítulo, Zambrano se ocupa de enfrentar y encontrar a la filosofía y la poesía. En el lado filosófico reside la angustia, que tiene una “correlación profunda” con el sistema que “es lo único que ofrece seguridad al angustiado, castillo de razones, muralla cerrada de pensamientos invulnerables frente al vacío”. Pero si no hubiera angustia, dice Zambrano, quizá no hubiera “principio de la voluntad. O tal vez hay angustia porque hay ya un principio de voluntad”. Otra cosa que parece que nace de la angustia: la metafísica; este “querer ser”, porque el ser humano no tiene claro si existe o no existe, porque duda de su propia existencia desde la época de Descartes (porque en la metafísica griega no había duda y se daba por hecho; y hoy tenemos a los que dudan tanto que creen que vivimos en una simulación).

Finalmente, la angustia y el hacer están también correlacionados, y para el angustiado, para el alma agobiada, para el espíritu ansioso, personalmente no he encontrado mejor frase para recordarse cuando se busca la salida o alguna cura: “la angustia no se resuelve sino con actividad”. Puedo escuchar de fondo todavía una frase sabia, saliendo de la boca y la sabiduría de cualquier abuela: “preocuparse menos y ocuparse más”.

Autora: María Zambrano

Libro: Filosofía y Poesía (1939)

Capítulo 4: Poesía y Metafísica

(Extracto)

...Porque en el fondo de toda esta época moderna, parece residir una sola palabra, un solo anhelo: querer ser. El hombre quiere ser, ante todo. Ciego, antes de afanarse en abrir los ojos, quiere ciegamente. Y cuando mira es para ser. Por eso no quiere ver otra cosa que lo absoluto. A su ansia de absoluto ninguna otra cosa puede serle dada que lo absoluto también. Pero, en realidad, no ha ido a buscarlo, porque el absoluto alienta ya dentro de él. No se siente, en verdad, incompleto, el hombre de este momento; no se siente necesitado ni menesteroso de salir en busca de nada. Y sin embargo, debajo de su “absoluto” está —mares de nada—, ciega, indiferente, la angustia. Y sobre la angustia, los altos muros del sistema.

La angustia, que parece ser la raíz originaria de la metafísica. Y por ser raíz se percibe más claramente en su última formulación, que desde la primera; más desde allí donde ha llegado, que de donde partió. Y ya este carácter nos parece avisar que sea algo emparentado con la voluntad y con la acción. La acción es más clara cuando se ha cumplido que en el impulso inicial. Y así, la voluntad, siempre se muestra en su plenitud cuando ha logrado su cumplimiento, y no cuando envuelta todavía entre las nieblas sentimentales y las máscaras del entendimiento avanza cautelosamente.

La metafísica moderna, es decir, la metafísica europea, de tan diferente rostro que la filosofía griega, tiene esta manera cautelosa, un poco astuta de proceder. Si la comparamos con la griega veremos más claramente su falta de transparencia, su forma tan distinta de aparecer y revelarse. Diríase que la griega mostró desde el primer momento la plenitud de sus caracteres, se reveló a sí misma con la ingenuidad de lo naciente; avanzaba confiada, sin conciencia de la dificultad, ni del pecado. Avanzaba con la fuerza de la esperanza unida a la razón. Era una aurora.

La metafísica europea es hija de la desconfianza, del recelo y en lugar de mirar hacia las cosas, en torno de preguntar por el ser de las cosas, se vuelve sobre sí en un movimiento distanciador que es la duda. Y la duda es, ya en el “padre” Descartes, la vuelta del hombre hacia sí mismo, convirtiéndose en sujeta. Y es el alejamiento de las cosas, del ser que antes se suponía indudable. Descubrimiento del sujeto, intimidad del hombre consigo mismo, posesión de sí y desconfianza de lo que le rodeaba. La virginidad del mundo se había marchitado y ya no volvería a recobrarla.

Y con la virginidad del mundo, de las cosas, la razón al desconfiar y alejarse, se afirmaba a sí misma con una rigidez, con un “absolutismo” nuevo, en verdad. La razón se afirmaba cerrándose y después, naturalmente ya no podía encontrar otra cosa que a sí misma.

De ahí la angustia. La angustia que arroja como fondo último toda esta metafísica; como última revelación de su raíz, definidora de la actitud humana, de donde salieran tan altivos y cerrados sistemas de pensamientos. Tal vez sea algo arbitrario, pero parece existir una correlación profunda entre angustia y sistema, como si el sistema fuese la forma de la angustia al querer salir de sí, la forma que adopta un pensamiento angustiado al querer afirmarse y establecerse sobre todo. Último y decisivo esfuerzo de un ser náufrago en la nada que sólo cuenta consigo. Y como no ha tenido nada a qué agarrarse, como solamente consigo mismo contaba se dedicó a construir, a edificar algo cerrado, absoluto, resistente. El sistema es lo único que ofrece seguridad al angustiado, castillo de razones, muralla cerrada de pensamientos invulnerables frente al vacío.

Y la angustia no se resuelve sino con actividad. No lleva a la contemplación, sino a un pensamiento que es acción, a un pensar que se pone en marcha porque es lo único que puede poner en marcha el ser angustiado, porque es lo único que tiene para afianzarse. Desde la duda cartesiana, la angustia era el final indeclinable.

Criatura consciente y nada más. A medida que se afirma lo de consciente, y se va tornando en fundamento de todo, se va afirmando también lo de nada más. La soledad se va ahondando, se va ensanchando y al fin la angustia aparece. El aislamiento total, el aislamiento frente a todo y en seguida la acción.

Pero, es que la angustia no sólo es consecuencia de la soledad, de “ser consciente y nada más”, sino que la angustia es el principio de la voluntad. O tal vez hay angustia porque hay ya un principio de voluntad. Lo cierto es que angustia y voluntad se implican. Y la voluntad requiere soledad, es anticontemplativa. Es singular, rehuye la comunidad.

Y así, el sistema es la forma de la angustia y la forma del poder. La forma de la comunicación, de la soledad obstinada.

La poesía, en verdad, vive alejada de esto. Poder y voluntad no le interesan, ni entran en su ámbito. La conciencia en ella no significa poderío. Y ésta es la mayor diferencia [con la metafísica]...


#español


Complementar con:

Epicteto: Sobre la angustia (featuring Ryan Holiday)
Cuando veo a un individuo angustiado, me digo: «¿Qué querrá éste? Si no quisiera algo de lo que no depende de él, ¿cómo iba a estar angustiado?». Pero nos angustiamos por el cuerpecito, por la haciendita, por el qué le parecerá al César, pero por nada de lo interior…