Borges: El tiempo circular

Yo suelo regresar eternamente al Eterno Regreso; en estas líneas procuraré (con el socorro de algunas ilustraciones históricas) definir sus tres modos fundamentales. El tercer modo de interpretar las eternas repeticiones es el menos pavoroso y melodramático, y también el único imaginable.

Borges: El tiempo circular
Contexto Condensado

Borges, el autor, no necesita más introducción. Sobre el texto que leemos ahora: se publicó en el libro Historia de la Eternidad, una colección de ensayos publicada por primera vez en 1936 y que lleva por título el nombre de uno de sus ensayos, que no es el que leemos aquí. Dice el autor en el prólogo:

Poco diré de la singular “historia de la eternidad” que da nombre a estas páginas. En el principio hablo de la filosofía platónica; en un trabajo que aspiraba al rigor cronológico, más razonable hubiera sido partir de los hexámetros de Parménides (“no ha sido nunca ni será, porque es”). No sé cómo pude comparar a “inmóviles piezas de museo” las formas de Platón y cómo no entendí, leyendo a Schopenhauer y al Erígena, que éstas son vivas, poderosas y orgánicas. El movimiento, ocupación de sitios distintos en instantes distintos, es inconcebible sin tiempo; asimismo lo es la inmovilidad, ocupación de un mismo lugar en distintos puntos del tiempo. ¿Cómo pude no sentir que la eternidad, anhelada con amor por tantos poetas, es un artificio espléndido que nos libra, siquiera de manera fugaz, de la intolerable opresión de lo sucesivo? Dos artículos he agregado que complementan o rectifican el texto: La metáfora de 1952, El tiempo circular de 1943.

Este último es el que leemos líneas abajo, y su excusa para escribirlo fue hacer una corta compilación y categorización de las teorías sobre el tiempo circular, eso de que la historia es cíclica, eso del eterno retorno. Muchas de sus infinitas reseñas y biografías circulan sobre el mismo punto: que Borges es un «escritor para escritores», para iniciados, que hay que haber leído mucho para entenderlo, que su literatura es intertextual. Intertextual significa que está relacionada con otros textos, de los que depende su contexto y significado. A Borges no le interesaba mucho explayarse sobre lo que nombraba, daba por sentado que el lector sabría de lo que hablaba o que, en todo caso, no importaba. ¿Por qué deberíamos, entonces, dar más explicaciones aquí?

Borges tenía 37 años cuando se publicó por primera vez este libro; 44 cuando escribió la primera «rectificación», 53 cuando escribió la segunda. Predica el valor del presente, pero el tiempo circular y el paso del tiempo lo obligaron continuamente a revisar su pasado.
Autor: Jorge Luis Borges (1899-1986)

Libro: Historia de la Eternidad
> Ensayo: El Tiempo Circular

Publicado en 1943

Yo suelo regresar eternamente al Eterno Regreso; en estas líneas procuraré (con el socorro de algunas ilustraciones históricas) definir sus tres modos fundamentales.

El primero ha sido imputado a Platón. Éste, en el trigésimo noveno párrafo del Timeo, afirma que los siete planetas, equilibradas sus diversas velocidades, regresarán al punto inicial de partida: revolución que constituye el año perfecto. Cicerón (De la naturaleza de los dioses, libro segundo) admite que no es fácil el cómputo de ese vasto período celestial, pero que ciertamente no se trata de un plazo ilimitado; en una de sus obras perdidas, le fija doce mil novecientos cincuenta y cuatro “de los que nosotros llamamos años” (Tácito: Diálogo de los oradores, 16). Muerto Platón, la astrología judiciaria cundió en Atenas. Esta ciencia, como nadie lo ignora, afirma que el destino de los hombres está regido por la posición de los astros. Algún astrólogo que no había examinado en vano el Timeo formuló este irreprochable argumento: si los períodos planetarios son cíclicos, también la historia universal lo será; al cabo de cada año platónico renacerán los mismos individuos y cumplirán el mismo destino. El tiempo atribuyó a Platón esa conjetura. En 1616 escribió Lucilio Vanini: “De nuevo Aquiles irá a Troya; renacerán las ceremonias y religiones; la historia humana se repite; nada hay ahora que no fue; lo que ha sido, será; pero todo ello en general, no (como determina Platón) en particular” (De admirandis naturae arcanis, diálogo 52). En 1643 Thomas Browne declaró en una de las notas del primer libro de la Religio medici: “Año de Platón —Plato's year— es un curso de siglos después del cual todas las cosas recuperarán su estado anterior y Platón, en su escuela, de nuevo explicará esta doctrina”. En este primer modo de concebir el eterno regreso, el argumento es astrológico.

El segundo está vinculado a la gloria de Nietzsche, su más patético inventor o divulgador. Un principio algebraico lo justifica: la observación de que un número n de objetos —átomos en la hipótesis de Le Bon, fuerzas en la de Nietzsche, cuerpos simples en la del comunista Blanqui— es incapaz de un número infinito de variaciones.

De las tres doctrinas que he enumerado, la mejor razonada y la más compleja, es la de Blanqui. Éste, como Demócrito (Cicerón: Cuestiones académicas, libro segundo, 40), abarrota de mundos facsimilares y de mundos disímiles no sólo el tiempo sino el interminable espacio también. Su libro hermosamente se titula L’eternité par les astres; es de 1872. Muy anterior es un lacónico pero suficiente pasaje de David Hume; consta en los Dialogues concerning natural religion (1779) que se propuso traducir Schopenhauer; que yo sepa, nadie lo ha destacado hasta ahora. Lo traduzco literalmente: “No imaginemos la materia infinita, como lo hizo Epicuro; imaginémosla finita. Un número finito de partículas no es susceptible de infinitas trasposiciones; en una duración eterna, todos los órdenes y colocaciones posibles ocurrirán un número infinito de veces. Este mundo, con todos sus detalles, hasta los más minúsculos, ha sido elaborado y aniquilado, y será elaborado y aniquilado: infinitamente” (Dialogues, VIII).

De esta serie perpetua de historias universales idénticas observa Bertrand Russell: “Muchos escritores opinan que la historia es cíclica, que el presente estado del mundo, con sus pormenores más ínfimos, tarde o temprano volverá. ¿Cómo se formula esa hipótesis? Diremos que el estado posterior es numéricamente idéntico al anterior; no podemos, decir que ese estado ocurre dos veces, pues ello postularía un sistema cronológico —since that would imply a system of dating— que la hipótesis nos prohíbe. El caso equivaldría al de un hombre que da la vuelta al mundo: no dice que el punto de partida y el punto de llegada son dos lugares diferentes pero muy parecidos; dice que son el mismo lugar. La hipótesis de que la historia es cíclica puede enunciarse de esta manera: formemos el conjunto de todas las circunstancias contemporáneas de una circunstancia determinada; en ciertos casos todo el conjunto se precede a sí mismo” (An inquiry into meaning and truth, 1940, pág. 102).

Arribo al tercer modo de interpretar las eternas repeticiones: el menos pavoroso y melodramático, pero también el único imaginable. Quiero decir la concepción de ciclos similares, no idénticos. Imposible formar el catálogo infinito de autoridades: pienso en los días y las noches de Brahma; en los períodos cuyo inmóvil reloj es una pirámide, muy lentamente desgastada por el ala de un pájaro, que cada mil y un años la roza; en los hombres de Hesíodo, que degeneran desde el oro hasta el hierro; en el mundo de Heráclito, que es engendrado por el fuego y que cíclicamente devora el fuego; en el mundo de Séneca y de Crisipo, en su aniquilación por el fuego, en su renovación por el agua; en la cuarta bucólica de Virgilio y en el espléndido eco de Shelley; en el Eclesiastés; en los teósofos; en la historia decimal que ideó Condorcet, en Francis Bacon y en Uspenski; en Gerald Heard, en Spengler y en Vico; en Schopenhauer, en Emerson; en los First principles de Spencer y en Eureka de Poe... De tal profusión de testimonios bástame copiar uno, de Marco Aurelio: 

“Aunque los años de tu vida fueren tres mil o diez veces tres mil, recuerda que ninguno pierde otra vida que la que vive ahora ni vive otra que la que pierde. El término más largo y el más breve son, pues, iguales. El presente es de todos; morir es perder el presente, que es un lapso brevísimo. Nadie pierde el pasado ni el porvenir, pues a nadie pueden quitarle lo que no tiene. Recuerda que todas las cosas giran y vuelven a girar por las mismas órbitas y que para el espectador es igual verla un siglo o dos o infinitamente” (Reflexiones, 14).

Si leemos con alguna seriedad las líneas anteriores (id est, si nos resolvemos a no juzgarlas una mera exhortación o moralidad), veremos que declaran, o presuponen, dos curiosas ideas. La primera: negar la realidad del pasado y del porvenir. La enuncia este pasaje de Schopenhauer: “La forma de aparición de la voluntad es sólo el presente, no el pasado ni el porvenir: éstos no existen más que para el concepto y por el encadenamiento de la conciencia, sometida al principio de razón. Nadie ha vivido en el pasado, nadie vivirá en el futuro; el presente es la forma de toda vida” (El mundo como voluntad y representación, primer tomo, 54). La segunda: negar, como el Eclesiastés, cualquier novedad. La conjetura de que todas las experiencias del hombre son (de algún modo) análogas, puede a primera vista parecer un mero empobrecimiento del mundo.

Si los destinos de Edgar Allan Poe, de los vikings, de Judas Iscariote y de mi lector secretamente son el mismo destino —el único destino posible—, la historia universal es la de un solo hombre. En rigor, Marco Aurelio no nos impone esta simplificación enigmática. (Yo imaginé hace tiempo un cuento fantástico, a la manera de León Bloy: un teólogo consagra toda su vida a confutar a un heresiarca; lo vence en intrincadas polémicas, lo denuncia, lo hace quemar; en el Cielo descubre que para Dios el heresiarca y él forman una sola persona.) Marco Aurelio afirma la analogía, no la identidad, de los muchos destinos individuales. Afirma que cualquier lapso —un siglo, un año, una sola noche, tal vez el inasible presente— contiene íntegramente la historia. En su forma extrema esa conjetura es de fácil refutación: un sabor difiere de otro sabor, diez minutos de dolor físico no equivalen a diez minutos de álgebra. Aplicada a grandes períodos, a los setenta años de edad que el Libro de los Salmos nos adjudica, la conjetura es verosímil o tolerable. Se reduce a afirmar que el número de percepciones, de emociones, de pensamientos, de vicisitudes humanas, es limitado, y que antes de la muerte lo agotaremos. Repite Marco Aurelio: “Quien ha mirado lo presente ha mirado todas las cosas: las que ocurrieron en el insondable pasado, las que ocurrirán en el porvenir” (Reflexiones, libro sexto, 37).

En tiempos de auge la conjetura de que la existencia del hombre es una cantidad constante, invariable, puede entristecer o irritar; en tiempos que declinan (como éstos), es la promesa de que ningún oprobio, ninguna calamidad, ningún dictador podrá empobrecernos.


Continúa en:

Thomas Browne: el hombre, sus opiniones, y su parecido con otros
Yo jamás podría distanciarme de ningún hombre por diferir en una opinión, ni enojarme porque no está de acuerdo conmigo en algo en lo que, tal vez, dentro de pocos días, yo mismo disentiría. — Las herejías no perecen con sus autores: aunque pierdan su corriente en un lugar, resurgen en otro.

Cita a:

Marco Aurelio: Meditaciones, libro 2
Al amanecer, hacete estas consideraciones previas: me encontraré con un indiscreto, un ingrato, un insolente, un mentiroso, un envidioso, un insociable. Todo eso les acontece por ignorancia de lo bueno y de los malo. Pero yo no puedo recibir daño de ninguno de ellos, ni puedo enfadarme ni odiarles.
Eclesiastés: No hay nada nuevo bajo el Sol
«Vanidad de vanidades», dice el Predicador, «todo es vanidad». ¿Qué provecho recibe el hombre de todo el trabajo con que se afana bajo el sol? Una generación va y otra viene, pero la tierra permanece para siempre. Lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará; no hay nada nuevo bajo el sol.
Marco Aurelio: Meditaciones, libro 6
«Lo que no beneficia al enjambre, tampoco beneficia a la abeja». «La mejor manera de defenderte es no asimilarte a ellos». «El orgullo es un terrible embaucador de la razón, y cuando pensás ocuparte mayormente de las cosas serias, entonces te embauca». «si algo es posible también está a tu alcance».

También:

Platón - Conectorium
Πλάτων, Plátōn, su verdadero nombre era Aristocles (Atenas o Egina,​ c. 427-347 a. C.). Pupilo de Sócrates, maestro de Aristóteles, fundador de la Academia de Atenas, que perduraría más de 900 años: todo el mundo sabe quién es Platón. Lo que no saben es que significa “espalda ancha”: antes de ser filósofo, fue atleta y luchador. Todo el mundo sabe quien fue, pocos lo citan bien citado.
Cicerón - Conectorium
Marco Tulio Cicerón​ (Arpino, 3/01/106 a.C. – Formia, 7/12/43 a.C.) fue un político, abogado, filósofo, escritor y orador romano. Uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República, uno de los autores más importantes de la historia romana y uno de los máximos defensores del sistema republicano. Se le recuerda por sus escritos de carácter humanista, filosófico y político. Sus cartas transportan al lector a la época e introdujeron un depurado estilo epistolar.
Nietzsche - Conectorium
Friedrich Wilhelm Nietzsche (Röcken, 15/10/1844 - Weimar, 25/08/1900). Filósofo, poeta, músico y filólogo alemán del siglo XIX, considerado uno de los filósofos más importantes de la filosofía occidental, en cuya cultura e historia su obra ha ejercido una profunda influencia. Meditó sobre las consecuencias del triunfo del secularismo de la Ilustración, expresada en su observación «Dios ha muerto». Sus otros dos conceptos más famosos son el «eterno retorno» y el «amor fati»: amor al destino.
Schopenhauer - Conectorium
Arthur Schopenhauer (Gdansk, 22/02/1788 - Frankfurt, Reino de Prusia, 21/09/1860) fue un filósofo alemán, uno de los más brillantes del siglo 19 y de más importancia en la filosofía occidental. Es el máximo representante del pesimismo filosófico; de los primeros en manifestarse abiertamente como ateo. Fue puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta. Su filosofía culmina con el ideal del nirvana, serenidad absoluta que aniquila la voluntad de vivir.
Epicuro - Conectorium
Ἐπίκουρος (Epikouros, «aliado» o «camarada»), también conocido como Epicuro de Samos (341 a. C. – Atenas, 270 a. C.), fue un filósofo griego. Estableció su propia escuela en Atenas, conocida como el “Jardín”, donde permitió la entrada de mujeres, prostitutas y esclavos. Los aspectos más destacados de su doctrina son el hedonismo racional y el atomismo. Se dice que escribió más de 300 obras sobre diversos temas, pero la gran mayoría de estos escritos se han perdido.
Bertrand Russell - Conectorium
Bertrand Arthur William Russell (Monmouthshire, 18/5/1872 — Gwynedd, 2/2/1970) fue un filósofo, matemático, lógico y escritor británico. Premio Nobel de Literatura en 1950. 3er conde de Russell, pertenecía a una familia aristocrática; hijo del vizconde de Amberley, John Russell, ahijado de John Stuart Mill. Se casó cuatro veces, tuvo tres hijos. Apoyó la idea de una filosofía científica y analítica, como polímata que era, su trabajo influenció múltiples ramas. Fue pacifista y anti-imperialista.
Séneca - Conectorium
Lucio Anneo Séneca (Córdoba, 4 a. C. - Roma, 65 d. C.), «el Joven» para distinguirlo de su padre. Filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras morales (estoicismo). Fue cuestor, pretor, senador y cónsul sufecto durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón; consejero y tutor de este último, cuando gobernó de facto el Imperio Romano con Sexto Afranio Burro. Tuvo muchos enemigos políticos. Condenado a muerte por Nerón, se suicidó como buen estoico.
Francis Bacon - Conectorium
Francis Bacon, 1er barón de Verulamium, 1er vizconde de Saint Albans, canciller de Inglaterra, guardián del Gran Sello de Isabel I (Londres, 22/01/1561 - Middlesex, 9/04/1626). Célebre filósofo, político, abogado y escritor inglés, padre del empirismo filosófico y científico. Desarrolló una teoría empírica del conocimiento que lo convirtió en uno de los pioneros del pensamiento científico moderno.​ Introdujo el género del ensayo en Inglaterra. Una teoría le atribuye ser el verdadero Shakespeare.