Juan B. Bergua sobre Zoroastro (continuación)

Volvamos a nuestro personaje: hasta Zoroastro todas las ya innumerables religiones eran apócrifas; carecían además de autor: se habían ido formando en el tiempo por obra de la fantasía lanzada por el camino de lo desconocido, a favor de dos poderosos impulsos: el miedo y la necesidad de ayuda.

Juan B. Bergua sobre Zoroastro (continuación)
Contexto Condensado

Segunda parte del extracto de lo expuesto por don Juan Bautista Bergua sobre la vida de Zaratustra:

Autor: Juan Bautista Bergua

Textos relativos al Mazdeísmo o Zoroastrismo, primera de las grandes religiones (1974)


Primera parte del extracto:

Juan B. Bergua: el Avesta, Zoroastro y la regla de Oro
Los judíos entraron en contacto con los iranios y conocieron la doctrina de Zarathustra. Lo aprendido se legó al cristianismo y luego al islam: la inmortalidad del alma, la resurrección, el juicio final, la existencia de lugares de recompensa y castigo, la esperanza en un Salvador y el dualismo.

Continuación del extracto:

Sección: Noticia preliminar
Zarathustra y su doctrina

...Nada, pues, parece oponerse a que Zarathustra, como opinan actualmente los orientalistas más notables, hubiese vivido entre los años 660-580 antes de nuestra era, o sea como afirma la tradición persa, que asimismo hace saber que era un hombre bueno, humano y compasivo. El hecho, por otra parte, de que manifestase cierta intolerancia doctrinal, hay que atribuirlo a ser este fenómeno constante en todos los fundadores de religiones; y aun esto, como vamos a ver, no es seguro, puesto que un carácter francamente racional se advierte sin dificultad en la enseñanza de Zarathustra: canta ante el pueblo las alabanzas del Señor, entona himnos al Buen Espíritu, apremia a cada uno, hombre o mujer, a escoger su creencia. «Descendencia de antepasados famosos, ¡despertad para poneros de acuerdo con nosotros!» He aquí con qué términos, en el curso de una de sus alocuciones recurre al buen sentido y a la comprensión del auditorio (Yasna XXX). Es con ardor, con insistencia como pide a sus discípulos no admitir por pura confianza ningún dogma o doctrina, como tantas veces se suele hacer muy particularmente por los indiferentes en cuestiones religiosas, esos muchos que aparentemente parecen pertenecer a esta o aquella creencia, pero de la cual no se acuerdan sino en eso; momentos en que las costumbres o incluso las leyes, exigen ciertas formalidades para conferir determinados derechos, o en esos cases de tal modo graves que no existiendo para ellos salvación en la Tierra se acuerdan de que alguna vez les hablaron de que existía un Cielo. Asimismo Zarathustra aconsejaba no conceder tampoco a doctrina alguna sumisión ciega e irrazonable, sino invocar la asistencia de Vohu Manah, el espíritu bien ordenado, y aceptar su enseñanza o rechazarla luego de haber examinado con calma todos los argumentos tanto en pro como en contra: «Escuchad con vuestros oídos lo mejor (de cuanto se diga); que vuestro espíritu considere las creencias que elijáis; pero que cada uno, hombre o mujer, piense por sí mismo.» A propósito de la actitud que este profeta eminentemente tolerante había adoptado respecto a su religión tribal, el doctor Gore señala con mucha razón que Zarathustra no parece haberla combatido, a no ser cuando se asociaba al vicio. Se esforzaba, tan sólo por hacer efectiva la reforma, proponiendo que se le diera impulso en primer lugar a favor de la ofrenda y el profundizamiento de los mejores elementos de la tradición, aquellos que la luz interior le mostraban como constituyendo únicamente la verdad (The Philosophy of the Good Life, cap. II, p. 37). Seguramente quería persuadir al pueblo de que su creencia debía ser adoptada a causa de ser la mejor de todas, pero no obraba así por tolerancia, respecto a otras convicciones, sino en tanto que no se aferraban al politeísmo. Lejos de denunciarlas como habiendo encontrado una falsedad, las escrituras zoroastrianas las describen como religiones «mejores» (que otras), y por comparación con la creencia mazdeyánica, invariablemente presentada como la mejor. En ninguna parte en estos textos se podría encontrar la menor huella de oposición contra aquellos que no abrazaban la fe del profeta; ninguna alusión tampoco al hecho de que los buenos y los piadosos se encontrasen exclusivamente entre los fieles zoroastrianos. Por el contrario, es admitido abiertamente que, incluso fuera de su recinto, existe sin duda alguna una piedad digna de respeto. El Fravar din Yasht establece una larga lista de gentes notables por su virtud y su piedad, que vivieron antes, sea en el mismo país sea fuera de él. He aquí en qué términos sus espíritus son invocados, tan sólo para que su ejemplo fuese seguido: «Apelamos a los espíritus de los hombres piadosos y de las mujeres piadosas, no importa donde hayan nacido; a los espíritus de aquellos que, en el pasado, han seguido la buena religión y de aquellos que la siguen actualmente, y de aquellos que a través del porvenir la seguirán a su vez». Una confianza tan sólida en la supremacía de la verdad, como en la rectitud de las doctrinas predicadas por Zarathustra, una semejante tolerancia en una época en que no existía otro derecho que la fuerza, y en que el profeta, sostenido por el poderoso Vishtaspa, el rey que había adoptado sus creencias, hubiera podido pedir a toda la fuerza del Estado que asegurase la propagación de su doctrina, es, indudablemente, la prueba más notable no solamente de su gran tolerancia, sino de confianza en lo que de sublime tenía su doctrina; al mismo tiempo que la más elocuente ilustración de la magnanimidad del profeta que la instauraba.

Claro que aunque no hubiese sido así y los grandes profetas hubiesen dado pruebas de intolerancia, lo que en ellos al fin y al cabo tendría explicación, no en los que sólo por fe ciega en sus fantasías son víctimas de los más atroces fanatismos y hasta de los odios más injustificados. Y conste que al decir esto estoy pensando, olvidando otros muchos, en el vergonzoso espectáculo que en pleno siglo XX están dando protestantes y católicos al Norte de Irlanda. En cuanto al zoroastrismo, creo que se pueden sentar, sin miedo a grandes errores, como ya lo hizo Byberg, las afirmaciones siguientes: Existencia en el Irán oriental de una comunidad zoroastriana antes incluso de la llegada de los acheménides (9); expansión del zoroastrismo hacia el Oeste durante los siglos que precedieron inmediatamente a nuestra era; progreso bien marcado bajo los arsácidas; primera tentativa de crear un canon en tiempo de los Vologesos; fuerte renacimiento cuando los sasánidas, y, finalmente, desaparición como religión del Estado e incluso como religión, o casi, al llegar al Irán los musulmanes a principios del siglo VII.

Y volvamos con nuestro personaje empezando por hacer, antes de meternos con su biografía, algunas consideraciones previas.

Hasta Zoroastro todas las ya innumerables religiones eran apócrifas por decirlo así; carecían además de autor, pues se habían ido formando en el tiempo por obra de la fantasía de los hombres lanzada por el camino de lo desconocido, a favor de dos poderosos impulsos: el miedo y la necesidad de ayuda. Y ello a causa de ser el hombre el único animal que acertó a pensar y consiguientemente a darse cuenta de que ante ciertos peligros tal vez hubiese un medio de protección distinto del instintivo que ofrecía la huida, tanto más cuanto que esta misma era ineficaz ante ciertos de ellos, tales que los cataclismos naturales contra cuya violencia toda su fuerza, velocidad y previsión eran inútiles. Este pensamiento vago, pero repetido en una y otra ocasión desdichada, unido al terror mismo le indujo sin duda a doblar las rodillas en son de súplica, naciendo, al hacerlo, el primer conato religioso al que luego poco a poco la fantasía y el interés continuarían dando alas; alas que a fuerza de siglos irían tejiendo la trama de lo sobrenatural o religioso engendrado sin padre, puesto que fue obra de muchos, hasta que la casualidad quiso que apareciese un hombre capaz de fundar él solo una religión a causa de haber encontrado una idea, una «razón» que justificase la posible existencia de aquello que hasta él había sido imaginado sin verdadera causa ni por qué, de su posible existencia.

¿Fue Zarathustra el primer fundador de una religión o hubo algún otro hombre antes que él que apartándose del politeísmo en que había acabado por cristalizar el primitivo animismo personificador de las fuerzas de la Naturaleza, fue capaz de descubrir el monoteísmo pensando que de haber algo superior a los hombres e incluso su creador, así como de todo cuanto existía, este algo, esta Potencia no podía ser sino una? (10). Al llegar aquí un nombre viene a la mente, el de Akhenatón. Pero la reforma de éste fue de tal modo flor de un día (puesto que no duró pese a ser perfectamente lógica y un rayo de luz en medio de la maraña oscura y disparatada de la religión egipcia, sino lo que duró él mismo), que sólo muy de pasada se le puede contar entre los fundadores de religiones. Todo ello mueve a considerar a Zarathustra como el primero y más importante entre los fundadores de religiones, a su religión así mismo como la primera y más notable de la antigüedad, y a su patria, el Irán, como el primer país que, gracias a él, tuvo un sistema religioso que si cierto obra de la fantasía, al menos orientada esta fantasía hacia un fondo moral (11), elemento indispensable para que una religión sea digna de ser tenida en cuenta. Pues si precisamente las religiones antiguas tenían que morir era a causa de ser en ellas mínima la parte moral. En una religión, las pretendidas concomitancias de los dioses con los hombres, como en muchas antiguas en que incluso se establecían entre ellos relaciones amorosas carnales, o entre sus hijos y las hijas de los mortales, como leemos en Génesis, VI, 2, son la hojarasca, lo legendario de ellas, constituyendo, en cambio, su alma y lo que las hace grandes y perdurables, lo que tienen de verdadera moral. Esto dicho, y no es ninguna novedad, volvamos a nuestro personaje.

En torno a Zarathustra como en torno a todos los fundadores de religiones se forjó al punto una leyenda (12), de modo que ocurre con él como en todos si se exceptúa Mahoma: que lo que podemos asegurar de él como biografía real es mínimo; como legendario, en cambio, considerable. Dada, pues, la dificultad de separar lo cierto de lo inventado, me limitaré a exponer lo esencial de lo que se dice a propósito de él. Se supone, en efecto, y esto parece lógico y verdadero, que nació, no se sabe dónde, pero en alguna parte del Irán oriental, en una comunidad agrícola muy modesta en la que la preocupación principal de sus habitantes era escapar a las razzias de los nómadas siempre dispuestos a caer sobre tales agrupaciones para robarles cuanto podían, muy especialmente el ganado (13). Sobre que sería un hombre, espiritualmente hablando, muy por encima de lo corriente, como se lee en el decimosexto de los Gathas, se puede admitir también. Pero, ¿acaso este modo de ser por encima o fuera de lo normal, llegaba en Zarathustra, como en Mahoma, a alcanzar los límites de lo patológico, es decir, a hacer de él un perturbado mental de tipo paranoico? Nada se ha dicho a propósito de esto, aunque bastante, a juzgar por los «Gathas» mismos se podría decir; pero sí a propósito de otros detalles relativos a su apostolado tales, por ejemplo, una infancia prodigiosa, el haber sido tentado por el Malo y otras afirmaciones tan evidentemente legendarias y hechas para ensalzar su personalidad, que no tan sólo mueven a desconfiar de ellas, sino de la veracidad de todo lo demás. La misma ignorancia hay, como ya sabemos, respecto a la fecha de su nacimiento y lugar en que éste pudo ocurrir. De aceptar las que se dan como más probables (años 660-580 a.C.), la cautividad de los judíos en Babilonia ocurrió ya comenzado su apostolado, y terminaría una vez él ya fallecido.

Se dice también que Zarathustra pertenecía a una familia de la raza hindo-europea de las de la rama blanca; que su padre se llamaba Purushaspa y su madre Dughdhova; y que él había recibido el nombre de Zarathustra (Zarthust o Zardusk, como también se encuentra escrito), a causa de significar «ustra», camello. Y esto porque en ciertas tribus persas primitivas era costumbre que los niños acabasen por tener un nombre en relación con algo que habían hecho que había llamado la atención; lo que ha llevado a suponer, siempre, claro está, dentro del campo de lo caprichoso, que Zarathustra significaría «verdugo de camellos» a causa de alguna paliza fenomenal que, siendo niño, daría a uno de estos animales. La cosa parece a todas luces poco probable, e inventada para encontrar sentido a «Zarath», primera parte de su nombre, cuya etimología se desconoce; es decir, tan legendaria como la afirmación de que su padre, Purushaspa, descendía, al cabo de 45 generaciones, de Gayomart, el Adán de la mitología irania. Es decir, de un personaje que existió poco más o menos con la misma certeza que su compadre del Génesis. Esta manía de buscar a los personajes importantes antecesores ilustres no es de ayer. Recordemos que la paternidad de Platón, por ejemplo, fue atribuida a Apolo. Se ha dicho también que Zoroastro era el tercero de cinco hermanos, y que él mismo tuvo tres esposas que por cierto le sobrevivieron. De las dos primeras se ignora el nombre; sí se sabe, en cambio, que la que hizo el número uno le dio un hijo y tres hijas, y la segunda, que se casó con él siendo viuda, dos hijos. En cuanto a la tercera, Hvovi, a la que por lo visto prefería, ésta no le dio descendencia. Pero lo que el profeta no consiguió de modo natural, lo conseguirían los encargados de formar su leyenda, puesto que ciertos textos hablan de tres hijos postumos de Zarathustra, los dos primeros profetas en otro milenario, el tercero, el famoso Saoshyant, el Gran Mesías iranio. Leyenda que se comprende no menos verdadera que la que olvidando a Dughodhova, asegura que el fundador del Mazdeísmo nació de una virgen de quince años llamada nada menos que Hervispotarvinitar, fecundada por un rayo de luz. Cosa bonita ésta, ya que no verdadera.

No nos asombremos, pues, de todo lo anterior; limitémonos a pensar que lo que nos queda del Avesta no fue redactado antes del siglo VI de nuestra era, y adelante (14). En doce siglos transcurridos desde que nuestro héroe pasó por el Mundo, hubo tiempo de sobra para forjarle una leyenda y alterar su obra. Durante tan largo período ocurrieron en Persia, como era natural, una porción de acontecimientos que todo hace suponer que no fueron nada favorables para esta doctrina, al menos en lo que afectaba a su total pureza y a su integridad. En efecto, cuando Alejandro, el macedonio, conquistó Persia, entre las muchas cosas que fatalmente tenían que ser destruidas como consecuencia de las luchas y de la violencia, estaban los libros sagrados, que, por lo visto, fueron quemados. Si quedaron algunas copias y qué fue de ellas, nada sabemos; los historiadores no lo han mencionado. Únicamente parece ser que en cuanto a religión aquello fue (en toda la parte asiática conquistada, tras Alejandro y durante mucho tiempo), una mezcla confusa de las más variadas creencias: griegas, persas, mesopotámicas, egipcias e incluso hindúes, puesto que la propaganda budista pasó por Palestina llegando hasta los bordes del Nilo. Cuando más tarde los partos se apoderaron de Persia, ¿trajeron con ellos el zoroastrismo? ¿Practicaban otra religión? Si así era, ¿en qué se apartaba del mazdeísmo?

En todo caso, los sasánidas que reinaron en el Irán del siglo III al VII, volvieron a poner en primer plano el Zoroastrismo y fueron estos siglos su mayor período de gloria. Ahora bien, en los textos que como acabo de decir fueron reunidos bajo el nombre común de El Avesta (15) ¿había algo realmente en verdad de Zarathustra? Probablemente sí, los mencionados Gathas. En todo caso el Zoroastrismo, mejor sería decir el nuevo Zoroastrismo, aun admitiendo la autenticidad de los Gathas, fue la religión oficial en el período sasánida hasta la llegada de los árabes. Conquistada Persia por éstos, el Zoroastrismo desapareció disuelto o absorbido por el Islamismo. Con lo que una vez más quedó demostrado que, aunque otra cosa parezca, se piense y se diga, la religión, salvo para muy pocos, no pasa de una especie de manto seudoespiritual lo suficientemente efímero como para ser cambiado por otro sin gran dificultad: sin más dificultad que la que supone el que de niños nos digan que es blanco lo que a nuestros padres les dijeron que era negro. Pues para que el Islamismo sustituyese al Zoroastrismo no hay noticias de que hubiese grandes persecuciones. El tipo mártir, es decir, los obstinados en las creencias, suelen darse cuando estas creencias empiezan y tienen aún el fuego y entusiasmo de lo nuevo, no cuando al cabo de años y de siglos, de cambios y modificaciones, acaban por ser una rutina más. El hecho mismo de que los que no quisieron amoldarse a la dominación árabe y a la nueva religión pudiesen escapar hacia la India (sus descendientes forman el grupo de los actuales parsis), y que un puñado menor, ocho o diez mil (los actuales guebres) continuasen en Persia con su antigua religión, parece probar que, en efecto, salvo algún tirano intransigente de los que nunca faltan en los largos períodos de dominio, los nuevos conquistadores no fueron excesivamente intolerantes no obstante los bárbaros preceptos del Corán que ordenan ser implacables con los infieles. Cierto que los verdaderamente infieles para aquellos árabes, es decir, para Mahoma, eran: los judíos por haberse burlado de su doctrina y de él mismo, y los cristianos a causa de decir que Dios tenía un hijo, la mayor de las blasfemias según el profeta árabe, entera y totalmente monoteísta. Es más, el actual Islamismo chuta de Persia debe no poco a las viejas creencias del Irán.

Total, que aunque la biografía tradicional de Zarathustra sea puramente legendaria, biografía que puede resumirse en lo siguiente: que los malos de su comarca trataron de hacerle perecer cuando empezó a predicar su doctrina; que a causa de ello y para evitarlo se retiró del Mundo; que tuvo entonces una serie de revelaciones; que los arcángeles, a propósito de una de ellas, le transportaron junto al propio Ahura Mazda; que consiguió al fin convertir al rey Vishtaspa; que fue tentado por el Malo sin éxito para éste, y, en fin, que murió en la guerra santa suscitada por su predicación, no obstante lo anterior voy a dar algunos detalles más de esta leyenda, muy particularmente para que se vea cómo la vida de todos los fundadores de religiones tienen tales semejanzas que parecen cortadas con el mismo patrón; lo que parece demostrar que tales vidas no tienen otra realidad que el propósito de los que deseando embellecerlas a fuerza de magnificarlas, las elaboraron teniendo muy presente, para ahorrarse nuevas invenciones, lo que ya se había dicho o escrito a propósito de otros profetas anteriores...


Nombra a:

Platón - Conectorium
Πλάτων, Plátōn, su verdadero nombre era Aristocles (Atenas o Egina,​ c. 427-347 a. C.). Pupilo de Sócrates, maestro de Aristóteles, fundador de la Academia de Atenas, que perduraría más de 900 años: todo el mundo sabe quién es Platón. Lo que no saben es que significa “espalda ancha”: antes de ser fi…

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