Epidemias y política, parte 2 *

Sobre la Vacunación

Capítulo 9 (final de serie)

Año 1902, y la Sociedad Anti-Vacunación de los Estados Unidos invita, a través de panfletos, boca a boca, y anuncios en el periódico—equivalentes a las redes sociales de hoy en día—a unirse a sus filas. Lo hacen con humor, redoblando los adjetivos que usan para describirlos los de “otro equipo”: “medio locos”, “mal aconsejados”. Escriben: “La libertad no puede ser concedida, tiene que ser conquistada”—frase que por entonces tenía 50 años, de Max Stirner, hegeliano símbolo del anarquismo, amigo marxista, nacido en la Confederación del Rin y muerto en la Confederación Alemana. La Sociedad lleva décadas peleando contra el sistema y tienen palestra, como vimos con un ejemplo en el capítulo anterior, en los mejores medios de comunicación. Exactamente igual que hoy en día. Un siglo después, ninguno de sus activistas está vivo, pero el lema sigue siendo el mismo, y el espíritu del movimiento renace, como siempre lo ha hecho, intacto. El espíritu del debate también. Y los cuentos contados por los medio locos, “con grandes aspavientos y gesticulaciones”, que gritan a los cuatro vientos que hay una persecución y censura en su contra, no son más que una falacia. Sirvan de ejemplo las varias publicaciones en Substack y las millones de interacciones en Twitter, plataformas abiertas y casas del debate norteamericano, y el sonado caso reciente del podcast de Joe Rogan en Spotify, a quien le cayeron ofertas de otros medios en caso de que se sienta amordazado, por los mismos cien millones de dólares. La censura, la de verdad, solo existe en los estados donde la pena es la cárcel o la muerte. En los demás, los intentos de censura no conducen sino a lo contrario de lo que se buscaba, y a migraciones de plataforma. Eso sí, se sufre de reducción de audiencia. Quien controla los medios con gran audiencia, ¿controla la narrativa?

Volvamos a la vacunación, que a la pelea contra el estado volvemos después. Hay mucho y más que suficiente tráfico en internet sobre la historia de la inoculación: dejo una guía bárbara; no es necesario añadir más texto al asunto.

Datos: Una (breve) historia de las vacunas
La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que las vacunas evitan tres millones de muertes al año. De ellas, dos y medio son de niños.

Me interesa más añadir leña o aplacar el fuego, hablar de la pelea de los equipos anti y pro vacunación, que lleva poco más de 4 siglos. Larguemos en 1611, hace 411 años, cuando los pases sanitarios empezaron a ponerse de moda porque sin ellos no se podía visitar otras ciudades. Para variar, las epidemias hacían estragos en lo que ahora es Italia. Empecemos en Venecia y un certificado como prueba de que un tal Marcantonio Zezza no portaba la peste negra:

“Parte de esta ciudad, gracias a Dios libre de todo mal contagioso, el abajo firmante. Damos fe, la Oficina de Salud...”

Otro certificado, de poco más de un siglo después, de Montecchio en 1722, va por la misma línea de agradecimiento y demuestra que siempre se han falsificado documentos. Al no haber fotografías ni huellas ni reconocimiento facial ni carnet para probar la identidad del portador, se le añadió la edad, la estatura—“baja”, todavía no usaban el sistema métrico decimal—, y el color del pelo. Estos pases servían además para dos personas. Veamos otro del año siguiente, ahora familiar y remarcando que es gratis, lo que quiere decir que también en ese entonces había debate sobre lo económico del asunto y las arcas del estado. En 1723, la república veneciana parece haber estado haciendo todos sus esfuerzos para controlar la plaga, porque en ese entonces acababan de devolver el Peloponeso y Creta al imperio Otomano, Génova y Livorno les habían comido territorios ayudados por la corona española, y la ciudad de Trieste se había escapado a Austria. Venecia era una sombra de lo que alguna vez fue, y tanta plata ya no llovía; gratis me habla, me dice esas cosas, y que la historia cuenta los mismos cuentos. Saltemos un siglo más, a 1828, a lo que es ya un certificado de vacunación—un paso más que los anteriores. Emitido en Kiel, hoy Alemania, que en ese momento pasaba de ser parte de Dinamarca a la recientemente creada Confederación Germánica, que presidida por la casa de Austria llegaba hasta partes de Croacia e Italia, y que reemplazó la Confederación del Rin creada por Napoleón, que a su vez reemplazó al Sacro Imperio Romano Germánico. Esto, años antes de que Prusia le declare la guerra a Austria y divida esta unión; aunque menos de un siglo después ya estaban de amigos en la Primera Guerra Mundial, que se juntó con la peste española y sus respectivas peleas por la vacunación mandatoria y el uso obligatorio de mascarillas. Todo está conectado.

Ahora bien, varios de estos certificados, cuyos ejemplos no son pocos, fueron impuestos a la población de forma obligatoria. Esto generaba, por supuesto, discusiones en la calle y en los medios, en pro y en contra de las medidas y de la inoculación. Tiro algunos ejemplos de lo segundo.

El doctor y poeta Richard Blackmore escribió en 1723 un Tratado sobre la Viruela donde se muestra escéptico con el proceso. En 1757, Angelo Gatti publicaba sus Reflexiones y hacía historia en la Toscana introduciendo la inoculación. John Morgan, jefe médico del ejército estadounidense, publicó el año de la independencia de este país Una Recomendación—un año después, en 1777, George Washington mandó que todas las tropas fueran inoculadas. En 1804 el poeta venezolano Andrés Bello publicaba una Oda a la Vacuna, alabando el monumental trabajo, literalmente de libros y de película, que trajo la vacuna a América: la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, liderada por Francisco Javier Balmis y José Salvany, quienes se dividieron el continente luego de traer el proceso por barco, de niño en niño, in extremis. Salvany dio el resto su vida al asunto: la dejó en Cochabamba en 1810, justo cuando comenzaban las revueltas anti-españolas. En 1880 Pasteur hacía historia y publicaba en la Popular Science Monthly. Y en la Popular Science Monthly, al mismo tiempo que Ouida, Harriette Merrick Plunkett escribía que Nuestros abuelos murieron muy jóvenes por falta de celeridad, y el ex-presidente de Cornell, Andrew Dickson, hablaba de los Milagros y la medicina cargando contra la Anti-Vaccination Society... de 1798; lo hacía tirando estadísticas. Pero volvamos a la Sociedad Anti-Vacunación de la transición entre el siglo 19 y el siglo 20. Empieza Ouida su carga contra El Estado como Preceptor Inmoral diciendo:

“La tendencia de los últimos años del siglo 19 es hacia el aumento de los poderes del estado y la disminución de los poderes del ciudadano individual. Ya sea que el gobierno de un país sea en este momento libre nominalmente, o declaradamente despótico; ya sea un imperio, una república, una monarquía constitucional, o un principado autónomo y neutro; el gobierno real es una maquinaria estatal que sustituye la elección y la libertad individual. En Serbia, en Bulgaria, en Francia, en Alemania, en Inglaterra, en América, en Australia; donde quiera que sea, las formas externas de gobierno difieren ampliamente, pero debajo de todo está la misma interferencia del estado con la voluntad personal, la misma obligación del individuo a aceptar lo que dicta el estado en reemplazo de su propio juicio.”

Critica los abusos del estado que llegan, como cuenta, a cobrarle una multa altísima a una señora pobre por haber adoptado un perrito y no haber pagado los impuestos correspondientes; a cortar un bello árbol de acacia en la entrada a la Academia de Artes de Venecia, por orden de la municipalidad, “para limpiar el lugar”. Suena al 2022. Escribe:

“Cuando el hombre se ha convertido en una criatura pasiva, sin voluntad propia, tomando el yugo militar sin cuestionamientos, asignando sus bienes, educando a su familia, manteniendo sus tenencias, ordenando su vida diaria en estricto acuerdo con las normas del estado, entonces tendrá aniquilados su espíritu y su individualidad y, en compensación consigo mismo, será brutal con todos aquellos sobre los que tiene poder.”

La única salida que ve, la describe:

“En todos los esquemas políticos que existen ahora, no hay verdadera liberalidad; sólo hay una elección entre el despotismo y la anarquía. En las instituciones religiosas es lo mismo: son todos egoísmos disfrazados. El socialismo quiere lo que llama igualdad; pero su idea de igualdad es talar todos los árboles altos para que los matorrales no se sientan sobrepasados. La plutocracia, como su casi extinta predecesora, la aristocracia, desea, por otra parte, mantener toda la maleza baja para que pueda crecer por encima de ella a su propio ritmo y gusto. ¿Cuál es mejor de los dos?”

Es este sentimiento de desesperación en contra de los abusos y el autoritarismo el que ha inspirado siempre la rebelión, la desobediencia civil, la anarquía. Este sentimiento es agravado con lo que en 1910 George Bernard Shaw escribía en The Doctor's Dilemma (donde además critica la vacunación y la fe en la “matanza de microbios”): “El hombre pagado por su trabajo pierde dinero al no imponer su trabajo al público con la mayor frecuencia posible”. Los médicos no pueden recetar lo que los enfermos de verdad necesitan, dice, y eso “no es medicina, sino dinero”. Introduce aquí la cuestión económica, mezclada con la moral, de la práctica medicinal intervencionista, la búsqueda del negocio por encima de la salud. Hasta hoy, no se puede negar esta realidad: los médicos reciben visitadores entre consulta y consulta. Y, además, una pregunta: ¿le conviene o no le conviene a las Big Pharma producir y vender vacunas? En un estado democrático, donde el dinero ya no le pertenece al rey o a la aristocracia de turno, ¿les conviene crear acuerdos y comprar cosas de las cuales sacar tajada? Les conviene. Sucede en todos los países del mundo—el ser humano no puede no ser humano. Pero, ¿eso quiere decir que lo están inventando todo? ¿que todos los líderes del mundo pudieron lograr por primera vez en la historia ponerse de acuerdo? ¿una conspiración global? Hay un componente económico innegable, pero es de forma, no de fondo: es el componente de turno, la excusa del momento para salirse con la suya. El problema real está donde todos vemos que está, en la forma y el poder que tienen el gobierno y algunos grupos, poder que ahora la sociedad que se siente oprimida les intenta arrebatar devolviéndoles el juego en la bolsa de valores, o creando monedas virtuales, transparentes, trackeables, sin necesidad de pedir permisos (excepto al 51% de los usuarios), sin ente centralizador; pero, dada nuestra naturaleza, igualmente manipulables. O peor, porque no hay ley. O mejor, porque se está formando de cero. Y porque la ley se está metiendo: sirva de ejemplo la recuperación de lo que hace 6 años eran 50 millones de dólares en Bitcoin, y hoy son casi 5 mil millones de dólares americanos (por lo que los ladrones ya no pueden ni tocar su botín, cada día más observado y valioso). Hoy las instituciones comienzan a comprar y validar el experimento e, irónicamente, es gracias a esas instituciones a las que se buscaba quebrar que el mundo cripto y el mundo virtual se han convertido en inevitables, y los que alguna vez fueron los enemigos del 1% ahora terminan aceptando su amistad. Hasta los anarquistas disfrutan de las ventajas de algún gobierno, y se convierten en libertarios, y ponen de su bolsillo para financiar sus revoluciones (“te invitamos a entrar a la sociedad, pero hay que poner plata” reza el anuncio—nada es gratis: alguien lo sostiene), y buscan cuidar sus inversiones. Podrán escribirse millones de debates, de tuits, de artículos, de intentos de ventas, de pump-and-dumps; se podrá despotricar por despotricar, criticar sin razonar, gritar, ilusionar, engañar, y jugar todo lo que se quiera; habrán lobos disfrazados de ovejas y ovejas que disfruten luego de ser lobos, pero las narrativas llegan hasta donde lo permite la realidad: a la gente le gusta la seguridad y que no le toquen el bolsillo. Y a la vida y a la historia les gusta pasear por los mismos sitios.

Recorriendo el mismo camino, es este sentimiento de impotencia el que ha dado pie a la actual revolución medio anarquista, medio liberal; a la actual oportunidad. Una revolución donde muchos se sienten en casa, donde se satisface la necesidad de tribu y de pelear contra lo inmoral, contra aquello que Ouida decía que no tiene sentido, esas leyes humanas que se quieren comparar e igualar con las morales, con las naturales. Si esta es tu tribu y adopta criptomonedas, vos también; si vende arte como NFT, vos también; si es ilusa o conspiracionista, vos también vas a ser parte, por mucho que usen un lenguaje que parezca el de Hegel, por muy complicado que sea entender y meterse en su tecnología. Y si a la tribu de los que no les gusta que le digan qué hacer tampoco le gustan las vacunas, por sentimiento de pertenencia, por el poder del network effect, lo más probable es que a vos tampoco. Y estar en contra de tus amigos, o cambiar de opinión, es considerado pecado. Por muchas contradicciones que tenga el movimiento, que las tenemos todos. Aceptar que si “me contradigo, pues muy bien, me contradigo”, depende del contexto. Aceptar el cambio depende si es el cambio que ellos quieren, como en todas partes. Pero el cambio es la mayor constante del Universo. Y el anarquismo madura y se va volviendo libertarismo; sirva de ejemplo Robert Anton Wilson, ocultista y gran novelista de las teorías de conspiración de la segunda mitad del siglo 20, referente de la sátira y el anarquismo:

“Mis primeros trabajos son ficción políticamente anarquista, en el sentido de que fui anarquista durante un largo período de tiempo. Ya no soy anarquista, porque he llegado a la conclusión de que el anarquismo es un ideal impracticable. Hoy en día, me considero un libertario. Supongo que un anarquista diría, parafraseando lo que dijo Marx acerca de que los agnósticos son “ateos asustados”, que los libertarios son simplemente anarquistas asustados. Habiendo expuesto el caso de la oposición, seguiré la corriente y estaré de acuerdo con ellos: sí, tengo miedo. Soy libertario porque no confío tanto en la gente como los anarquistas. Quiero ver al gobierno limitado tanto como sea posible; me gustaría verlo reducido a donde estaba en la época de Jefferson, o incluso más pequeño. Pero no me gustaría verlo abolido. Creo que el estadounidense promedio, si se le dejara totalmente libre, actuaría exactamente como Idi Amin [dictador, “el carnicero de Uganda”]. No confío en la gente más de lo que confío en el gobierno.”

Same bruh, same. Y también estoy un poco asustado. Los grandes ganadores de la pandemia del covid19 no son los Big Pharma, el autoritarismo y la tiranía: son lo digital, la realidad de lo virtual y la tendencia hacia la anarquía, a la que le sigue, siempre, gente que quiere restaurar el orden con mano dura y guerras civiles. Si le sumamos que a las épocas de confort y conformismo les siguen shocks para sacudirnos el debilitamiento, y que luego de las pandemias por lo general siguen guerras grandes entre varios países, y que a la realidad virtual le toca un reality-check... Si la anarquía madura y se vuelve libertarismo y liberalismo, y si estos pierden la ingenuidad y tiran hacia el localismo; si aprovechamos la oportunidad para generar más comercio—la mejor arma que tenemos para mantener la paz—, si aprovechamos esta expansión de la creatividad y este renacimiento para reparar lo dañado, quizá podremos evitarlas. Pero a los momentos de motivación y creatividad expansiva siempre les sigue la edición. Y hay historias, coyunturas y geografías que sacan lo más profundo de nuestra naturaleza.


Así como en Afganistán, la próxima serie nos vamos a Ucrania.


Ouida: El estado como preceptor inmoral
La diseminación de la cobardía es un mal mayor que el aumento de cualquier mal físico. Dirigir la mente de los hombres hacia sus cuerpos es convertirlos en un grupo tembloroso de idiotas. El microbio puede o no existir; pero los terrores generados en su nombre son males peores que cualquier bacilo.
👈🏽 SOBRE LA VACUNACIÓN, CAPÍTULO 8

¿Qué pasa en Ucrania? (serie en desarrollo)
Acompañanos a explorar los orígenes del conflicto Ucrania-Rusia, y su actualidad.
SERIE

#sobre la vacunación#más sentido común, por favor