Contradicciones de la libertad individual
¿Somos realmente libres? Si tuvieras todo el tiempo y dinero del mundo, ¿podrías en verdad hacer lo que quisieras? ¿Cuáles son las cárceles que elegiste imponerte a vos mismo? Porque, no te engañés, constantemente elegimos prisiones para habitar. La cultura que te rodea te permea inevitablemente.
¿Somos realmente libres? Si tuvieras todo el tiempo y dinero del mundo, ¿podrías en verdad hacer lo que quisieras? ¿Cuáles son las cárceles que elegiste imponerte a vos mismo? Porque, no te engañés, constantemente elegimos prisiones para habitar. La cultura que te rodea te permea inevitablemente.
Segunda entrega de esta serie sobre nuestras contradicciones, con motivo del aniversario de Conectorium.
Tercer aniversario de Conectorium
Parte 2: Contradicciones de la libertad individual
Decía Doris Lessing que en el mundo occidental, la gente se define a sí misma más o menos así:
“soy un ciudadano de una sociedad libre, y eso significa que soy un individuo que toma decisiones individuales. Mi mente es mía, mis opiniones las elijo yo, soy libre de hacer lo que quiera y, en el peor de los casos, las presiones sobre mí son económicas, es decir, puede que yo sea demasiado pobre para hacer lo que quiera hacer”.
Pero, más allá de que uno no pueda hacer lo que quiera por presiones económicas, ¿somos realmente libres? ¿Realmente elegimos nuestras opiniones?
Alguien que nació en una cuna católica no puede deshacerse del catolicismo aunque «renuncie» a él, lo mismo pasa con los valores del protestantismo, y los judíos, y musulmanes, hindúes, budistas... Y el uno piensa que el otro está en lo incorrecto, y que se va a ir al infierno o que es infiel simplemente porque no comparte la misma fe, cosa circunstancial que es consecuencia de haber nacido en otra parte del mundo. Dios nos ama a todos, excepto a los que piensan diferente; una contradicción que nosotros no elegimos creer, sino que nos la enseñaron.
Pero indaguemos más profundo, porque puede que vos ya te hayás dado cuenta de que uno no puede ver el mundo sino con los lentes que va heredando en el camino (y mientras más leés y más viajás, más probabilidades de coleccionar más lentes). Los occidentales nos creemos más o menos libres, pero, te pregunto: ¿podés opinar diferente de tu jefe sin riesgo a que te despidan? Y si no podés, ¿por qué no te buscás otro trabajo? Por la famosa «zona de confort», por tu familia, por tu estilo de vida, por tu sentido del deber, porque te pagan lo suficiente como para mantenerte callado... Si no podés irte de donde no estás feliz, sos un esclavo de esa situación. No te sintás mal ni culpable, porque hasta Marco Aurelio y Benedicto XVI se sentían presos siendo emperador y Papa, porque no eran libres para dedicarse al estudio.
Vamos a tu país: ¿podés criticar al gobierno sin riesgo de ir a la cárcel, de que te pongan una multa económica, de que las empresas dejen de hacer negocios con vos, o de que te maten? Si no podés, no vivís en democracia. Pero no es tan fácil decir “me voy de mi país” (si esto te molesta, porque puede que no te moleste): tenés a tu familia, tus amigos, tu rutina y el mantenerse en lo conocido, vivir en paz a cambio de mantener silencio y que otros se salgan con la suya.
Pero cavemos un poco más profundo, porque es fácil darse cuenta cuando uno tiene uno o varios amos y aceptar esta realidad (para sus adentros) con tal de que nuestra comodidad no se vea perturbada. Veamos otro tipo de cárceles que nos imponemos, sin querer y queriendo.
Uno es presa de sus ideas e ideologías. Vos no sos libre si decidiste encerrarte en una etiqueta e identificarte como empresario, o founder, o artista, o runner, o vegano, o crossfitter, o escritor, o influencer, o activista, o cualquier otra etiqueta que te hayás auto impuesto; no sos libre si convertiste un hobby, un trabajo u otra actividad en una característica principal de tu personalidad. Y lo mismo pasa si te pensás de izquierda o de derecha, liberal o conservador, libertario o socialista, capitalista o anarquista; llevamos estas narrativas al mismo extremo que las religiones, y caemos en el pecado contra el que predicaba Baltasar Gracián: “Nunca por tema seguir el peor partido porque el contrario se adelantó y escogió el mejor”. Ese “por tema” quiere decir por obstinación, por temático, por testarudez; “no te pongás en el lado malo de un argumento simplemente porque tu oponente se ha puesto en el lado correcto”, como citan en libros y redes sociales (erróneamente). Obviamente que con el tiempo uno puede deshacerse de estos tags, pero ya te limitaste. Ya pensaste: “si esto lo hace el otro, es malo; si nosotros hacemos lo mismo, es necesario”. O peor, ni siquiera lo analizaste. Porque pasa que es difícil tener una opinión propia, no seguir a la tribu, no seguir la moda; pensar diferente conlleva soledad, y nadar contra la corriente es una batalla demasiado dura, te quita casi todas las energías; es más cómodo dejarse llevar, vivir tranquilo.
Continuaba doña Doris:
“Cuando estamos en un grupo, tendemos a pensar como lo hace ese grupo: puede que incluso nos hayamos unido al grupo para encontrar personas “afines”. Pero también descubrimos que nuestra forma de pensar cambia por pertenecer a un grupo. Es lo más difícil del mundo mantener una opinión individual disidente, siendo miembro de un grupo”.
Nos metemos a foros y grupos, y nos inmiscuimos en narrativas porque buscamos gente que piense parecido a nosotros, y luego nos dejamos arrastrar. Y luego terminamos defendiendo lo indefendible, pero esto se pone político y lo político es tema para otro capítulo.
Volvamos a lo civilizado, a la libertad individual (libertad que precede y que hay que conquistar antes de demandar libertad política), volvamos al cómo elegimos cárceles para nosotros mismos, prisiones que a veces consideramos como «tradiciones». Los domingos se va a misa, o al estadio, o se almuerza con la familia, y esto lo convertimos en dogma. Y no podemos dejar de ver los partidos de fútbol de nuestro equipo, aunque se pongan aburrídisimos, y convertimos este gusto en una jaula. Y la final de la Champions hay que verla, y entre hombres, y tomando cerveza (y Heineken, porque es el auspiciador oficial). Y no se te ocurra ponerte una camisa floreada ese día porque eso «no se hace», no sos libre de hacerlo. Y si hace calor no te podés poner toga, aunque jurés que no te importa la moda y que te ponés lo que te ponés de forma utilitaria. Y si vas a la oficina de la startup donde trabajás, vas de polera negra o blanca, porque ése es el uniforme; y si vas al campo es con jeans, camisa afuera y algún tipo de botines, y vas al banco vestido igual, y eso te delata; y el oficial del banco va con la camisa adentro y abrochada hasta el cuello, y si tiene un cargo más alto incluso con saco y corbata, aunque hagan 38 grados en la acera. Y de moda de mujeres no hablo porque eso es un universo que no entiendo, pero que entiendo que tiene sus reglas, y que son todavía más duras.
Y, decime, ¿qué marca es tu celular? Si es Apple no lo vas a cambiar nunca, y si utilizás Android «quizás» tampoco, y el que usa uno se burlará del otro, como los usuarios de Mac vs Windows, y dejamos que esto defina nuestra personalidad. (Si te guiás por la estética ya sabés cuál de estas dos opciones es un pecado, y lo contrario si sos ingeniero o programador.) Y se complementa el outfit con un reloj inteligente en la muñeca que nos esclaviza, porque resulta que ahora es absolutamente necesario lo que nunca lo fue: medir los pasos que damos, el nivel de oxigenación, los latidos por minuto, las horas y minutos exactos de sueño y si roncamos y a cuántos decibeles; y anotamos cuántos gramos de proteínas y carbohidratos y calorías tiene cada comida... ¡para eso usamos la libertad en occidente! Pero esto es natural: los humanos, a falta de controles externos, usamos la libertad para inventar formas de controlarnos a nosotros mismos. Ni podemos ni sabemos vivir sin límites, sin reglas de juego, sin certidumbre.
Y si los relojes y tener las notificaciones vibrando y sonando en la cartera o el bolsillo no eran cosa suficiente, ahora tenemos visores salidos de Black Mirror que nos interrumpen todavía más la relación con el mundo «real». Y tenemos que ver todas las notificaciones, y responder todos los mensajes, todos los correos, y ver todas las noticias, y no perdernos ningún meme, y Dios nos perdone por no conocer un chisme, y la última moda, y el último video viral en TikTok... pero vos tranquilo, que sos libre.
Me remito a Epicteto:
“Mirá cómo nos servimos del concepto de libertad en el caso de los animales. Crían leones domesticados y los alimentan y algunos los llevan consigo. ¿Y quién dirá de ese león que es libre? ¿No será que cuanto más cómodamente viva, más esclavizado? ¿Qué león que cobrara sentido y raciocinio iba a querer ser uno de esos leones?”
Pero vos, que vivís con todas las comodidades del mundo a las que no quisieras renunciar, sos un león de la selva, una pantera, ¿no? Sos indomable. Vos tranquilo que sos empresaria o jefe y podés dejar tu negocio un rato para ir a juntarte con tus amigas, o jugar pádel, o golf. Excepto si tenés reuniones, y reuniones y más reuniones, y la mayoría innecesarias y llenas de palabreríos y terminologías que tenés que entender y enfatizar porque eso es lo que «se hace». Y te creés libre y sin embargo te debés a tus proveedores, tus clientes, tus empleados, tu estilo de vida. “El que quiera tienda, que la atienda”. The things you own, own you.
Y te debés también al Estado, porque si no pagás impuestos podés ir preso. Y, sobre todo, te debés a tu familia, a la que le tenés que dedicar tiempo. Y a tu sociedad. Esa que dice que tenés que ser miembro de tal club, que tus hijos tienen que ir a tal colegio, que tenés que vivir en tal barrio, apoyar a tal candidato político, y ser de tal ideología. The people you love, own you. Y esto no está mal, pero no digás que sos libre. La cultura que te rodea, sus publicidades, propagandas y narrativas determinan tu personalidad tanto como tu ADN (y no nos metamos ni siquiera con lo complicado que se pone esto a nivel biológico).
Porque decime si sos libre cuando te comprás una casa porque está cerca a tu trabajo o al colegio de tus hijos (y cuando hacés eso para no ser presa del tráfico vehicular de la ciudad). Y decime si sos libre cada vez que no querés ir a ese evento al que te invitaron, pero al que «tenés que ir» porque «no podés fallar». Y cada vez que querés ir a un bar o boliche diferente, pero «ahí no van» los tuyos, y cada vez que vas a un lugar porque es «donde va la gente». Y decime si sos libre, si escuchás la música que escucha tu grupo, la que «no te gusta» pero terminás cantando, o la que define un algoritmo por vos. Pensamos que somos libres pero ni siquiera elegimos nacer, ni en qué lugar del mundo hacerlo. Y aún así decimos que elegimos a nuestros amigos, pero quizá lo hizo una computadora cuando decidió quién iba a ser nuestro compañero o roomate, en el colegio, en la universidad, en el trabajo; o nuestros padres cuando decidieron que vayamos a esas clases, a esas juntadas con sus amigos, y a esas instituciones; o el destino o el azar cuando nos encontramos con esas personas en algunos lugares. Aunque, digamos que una vez conocemos a alguien que nos cae bien podríamos decidir «aquí quiero una amistad», y de que podemos romper amistades a gusto; pero yo creería que esta conexión con las personas también está codificada.
Vos que sos libre, a ver, andá y hacé amigos a una ciudad extranjera, en un idioma extranjero, con costumbres diferentes. O te doy una más fácil: no te molestés cuando el internet se ponga lento, o cuando se caiga el servicio de Instagram, Twitter o Whatsapp; o, más importante aún, el de Amazon Web Services. No te molestés cuando tu pedido no llegue a tiempo, ese que pediste a domicilio porque no sabías qué más hacer o por mera comodidad. Y no te enojés con alguien que piense diferente, porque si vos sos libre, esa persona también. Vos que sos libre, no caigás presa de tus pasiones, te quiero ver. Como dice la Medea de Eurípides: “Reconozco el mal que voy a hacer, pero mi pasión es más fuerte que mi voluntad”.
Te quiero ver: vos que sos libre, actuá como si no sintieras culpa o arrepentimiento, o como si no te importara tu reputación, o como si no hubieran leyes ni consecuencias, o como si no sintieras que tenés una responsabilidad moral. Si sos libre, desprendete mañana de tus propiedades, tus responsabilidades, y la gente que querés. Vos que sos libre, separate mañana de esa cosa o esa persona que ya no querés. Dejá tus remedios y tus vicios que considerás remedios. Dejá tu «terapia» o tu pasatiempo. Vos que sos libre, creá mañana esa obra que tanto querés hacer. Algo te lo impide, ¿no? Pero tranquilo, que si te sentís atrapado es normal. Poco es lo que decidimos realmente nosotros, mucho es lo que se nos impone. Somos esclavos de nuestras pasiones y nuestras circunstancias.
Como Einstein —porque no soy libre de no justificar y validar mi siguiente opinión—, soy determinista. Él mismo se justificaba diciendo, en una entrevista:
“Soy un determinista. Como tal, no creo en el libre albedrío. Los judíos creen en el libre albedrío. Ellos creen que el hombre forma su propia vida. Rechazo esa doctrina filosóficamente. En ese sentido, no soy judío...
Creo, con Schopenhauer: podemos hacer lo que deseamos, pero sólo podemos desear lo que nos corresponde. Sin embargo, en la práctica, estoy forzado a actuar como si existiera el libre albedrío. Si quiero vivir en una comunidad civilizada, debo actuar como si el hombre fuera un ser responsable”.
Seguramente Einstein pensaba que lo de ser un alma libre y no sumisa se le impuso. Que la pasión por la física también. Yo creo que esto de ser ensayista, a mí, se me impuso; no creo que haya sido realmente yo quien tomó la decisión, por mucho que me guste pensar que así es. Predico que el amor es una decisión diaria —y así lo creo—, pero sé no se puede amar lo que uno no soporta, y que no se puede decidir lo que uno va a amar. No sos vos quien decide lo que te va a gustar, lo que te va a seducir, lo que te va a llamar, lo que vas a desear.
Somos presas de nuestros deseos y necesidades — la única libertad está en aprender a desprenderse de esto, si es que de verdad se puede. Porque hay gente que nació con mayor predisposición a no tener deseos y apegos, y gente que nació con predisposición a lo contrario: ¿qué tanto se puede trabajar y pulir esta condición?
Yo quisiera sentarme a escribir sin distracciones y sin obligaciones con nadie —como quiere cualquier artista que no es libre de hacer lo que le da la gana—, y además quisiera poder leer y escribir y no hacer nada más; o quisiera querer eso; pero no puedo, me llaman otras pasiones. Y al momento de sentarme a redactar, me cuesta, como a cualquier mortal, dejar mi celular a un lado, porque por ahí «el mundo me llama», porque por ahí «sucede una emergencia» (como nos mentimos tan seguido), porque soy un adicto como casi todos nosotros. Quisiera escribir tranquilo, pero suena el timbre, o mi padre necesita mi ayuda, o mi madre, o mis hijos, o mis hermanos, o mis tíos, o algún cliente, o algún proveedor, o algún colega, o mi mascota, o la noticia del momento, o el ardiente grupo de Whatsapp. Hace tiempo que perdimos la libertad de desaparecer del mundo: basta con que no entrés a ninguna red social por un día para que tus familiares te estén buscando con la policía. Y si avisás que «no vas a tener señal», sólo puede ser por un tiempo, porque no sos libre.
Las cosas suceden por un caos o por unas reglas que no comprendemos —nuestro cerebro es demasiado pequeño para entender el Universo—, pero nos ilusionamos con la libertad de acción, decisión y opinión. Un incidente o accidente mañana por la mañana —ni siquiera tuyo, puede ser ajeno— te mueve todos los planes. Un ligero cambio de percepción o de interés, y cambiás de opinión. Nos imaginamos que tenemos la potestad de pensar lo que querramos, de valorar libremente, de elegir cómo actuar, pero todo esto sucede en función a otros, a lo que pasa a nuestro alrededor, y hasta por peer pressure. Y ay de mí que estoy abusando de los anglicismos y el Spanglish, cosa que no se estila en la literatura académica o culta. En todo hay un estilo y unas normas implícitas a las que estamos forzados a adaptarnos. Pero algunos no pueden, o no podemos. No por nada no son pocos esos espíritus que conocés que «no cuadran» y que quieren mandarse a volar, que quieren salir de su sociedad, que necesitan hacerlo porque ya no aguantan vivir bajo las prisiones ideológicas de ese entorno y necesitan buscar otras prisiones nuevas.
Vuelvo a Epicteto:
“¿Y esos pájaros que cogen y alimentan en cautividad, ¿cuánto sufren intentando huir? Incluso algunos de ellos mueren de hambre antes que soportar tal género de vida; y los que sobreviven a duras penas y con dificultades y consumiéndose, sólo con que hallen un resquicio, se echan a volar. Tanto desean la natural libertad y el ser independientes y sin trabas... Nací para volar a donde quiera, para vivir al aire libre, para cantar cuando quiera...”
Pero hasta las ganas de huir son una cárcel que nos imponemos, porque no podemos vivir sin ellas. La verdadera libertad está en aceptar las cosas como son y adaptarse, en saber vivir dentro de lo que se nos ofrece, y en no abrumarse cuando podemos decidir qué hacer con nuestros recursos y nuestro tiempo (porque las opciones abundan, el costo de oportunidad es carísimo, y también los costos hundidos de lo que ya venimos haciendo).
“Ni ansiar ni temer, eso es la libertad”. Recito al filósofo estoico, cuyas palabras me resuenan a otras de Rubem Alves, palabras que alguien «decidió» inventarse que eran de Dostoievski, y ahora en libros y redes sociales se reparten como si pertenecieran a Los hermanos Karamazov:
Somos así. Soñamos el vuelo, pero tememos a las alturas. Para volar es necesario amar el vacío. Porque el vuelo solo ocurre si existe el vacío. El vacío es el espacio de la libertad, la ausencia de las certezas. Los hombres quieren volar, pero temen al vacío. No pueden vivir sin certezas. Por eso cambian el vuelo por jaulas. Las jaulas son el lugar donde las certezas viven.
Es un engaño pensar que los hombres serían libres si pudieran, que ellos no son libres porque un extraño los enjauló, que si las puertas de la jaula estuvieran abiertas ellos volarían. La verdad es lo opuesto. Los hombres prefieren las jaulas al vuelo. Son ellos mismos los que construyen las jaulas donde pasarán toda su vida.
Somos una especie que necesita certidumbre, abrazos de tribu, pertenencia y apegos; necesitamos, por naturaleza, echar raíces en algún lugar, aunque sea en el aire. Y no está mal que así sea; lo que no está bien es que nos mintamos. Lo que no está bien es que no seamos conscientes de las cárceles que estamos construyendo para nosotros mismos, o las que se nos imponen.
La única libertad está en ser esclavo exclusivamente de las cosas y personas que uno verdaderamente ama.
#más sentido común, por favor
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