“The eyes chico”, y el daguerrotipo, con Schopenhauer

Cada rostro humano es más bien un jeroglífico que se puede descifrar y cuyo alfabeto llevamos dispuesto ya en nosotros. E incluso la cara de un hombre suele decir más cosas y más interesantes que su boca. El exterior, ¿reproduce y representa el interior? El rostro, ¿revela la esencia del hombre?

“The eyes chico”, y el daguerrotipo, con Schopenhauer
Daguerrotipos de Schopenhauer
Contexto Condensado

Leímos a Epicteto, hablando sobre la angustia, explicar cómo ésta se nota en el cuerpo del angustiado, en la cara. El que no esté ensimismado en sus propias elucubraciones, si presta atención al mundo de afuera, puede discernir con claridad quién está preocupado de quien anda por la vida con la seguridad de que todo está en su sitio. Epicteto dice que así como un “médico dice por el color: «ése padece del bazo, ése del hígado»”, de uno que “está pálido, igual” podemos decir que “padece del deseo y del rechazo, no anda bien, tiene fiebre”. Fiebre de necesidad de algo que no depende de él, fiebre de inseguridad, desconfianza en el futuro. Dicen que los perros huelen el miedo, muchos creemos que los humanos olemos la necesidad; y es que, que no quede duda, la duda la transpiramos. Y se nota en la cara.

Vámonos ahora, de la mano de Schopenhauer (traducido por Pilar López de Santa María), al mundo de la fisionomía, donde “el rostro expresa y revela toda la esencia del hombre”. Hay una historia, que no recuerdo ni quién la cuenta ni a quién pertenece, de un supuesto filósofo al que le traen una persona para que trabaje con él, creo que de aprendiz o ayudante. Tenía todas las cualidades para el trabajo y un currículum excepcional, pero el filósofo, o el rey, o el senador, no recuerdo bien, lo despacha. Cuando le preguntan por qué, responde: “no me gustó su cara”. Cuando le reprochan que una persona no tiene la culpa de la cara que tiene, el rey-filósofo-senador refuta diciendo que una persona mayor de cuarenta años sí tiene la culpa de cómo se ve.

Google no me puede responder quién dijo esto, o al menos no tengo el tiempo suficiente para ajustar mi búsqueda. No tengo tiempo porque no es tan importante. ChatGPT me dice que le atribuyen la siguiente frase al pintor Francisco de Goya: “Tiene usted la culpa de la cara que tiene”. Google no puede encontrarme nada sobre esta frase. Quote Investigator nos lleva a un párrafo que dice algo parecido por Lucius E. Chittenden, publicado en 1891 pero dicho probablemente durante la presidencia de Lincoln (hasta 1865). Luego existen varias variaciones, dichas o escritas por gente como Coco Chanel, George Orwell, Albert Camus. Pero la más famosa la conocemos todos, y es la más certera: the eyes, chico, they never lie.

Autor: Arthur Schopenhauer

Libro: Parerga y Paralipómena, volumen 2 (1851)

Capítulo 29: Sobre le teoría fisonómica

Sección 377 (extracto)

Que el exterior reproduce y representa el interior, y que el rostro expresa y revela toda la esencia del hombre, es un supuesto cuya aprioridad, y por lo tanto también su seguridad, se pone de manifiesto en el deseo generalizado y patente en toda ocasión por ver a un hombre que ha destacado en algo bueno o malo, o bien ha hecho algo extraordinario; o, en el caso de que no sea posible verlo, al menos oír de otros qué apariencia tiene; a eso se debe, por una parte, la general afluencia a los lugares donde se supone que va a estar presente y, por otra, los esfuerzos de los periódicos, sobre todo los ingleses, por describirlo minuciosa y certeramente; hasta que enseguida los pintores y los calcógrafos nos lo representan intuitivamente y al final el invento de Daguerre, tan estimado precisamente por eso, satisface esa necesidad a la mayor perfección. También en la vida común cada cual examina fisonómicamente a todo el que se le presenta, e intenta calladamente conocer de antemano su esencia moral e intelectual a partir de sus rasgos faciales. Todo eso no podría ser así si, como se figuran algunos necios, el aspecto del hombre no poseyera ningún significado, por ser el alma una cosa y el cuerpo otra distinta que no tuviera con aquella más relación que su chaqueta con él mismo.

Cada rostro humano es más bien un jeroglífico que se puede descifrar y cuyo alfabeto llevamos dispuesto ya en nosotros. E incluso la cara de un hombre suele decir más cosas y más interesantes que su boca: pues es el compendio de todo lo que este diga, al constituir el monograma de todo el pensamiento y las aspiraciones de ese hombre. La boca expresa solamente los pensamientos de un hombre; el rostro, un pensamiento de la naturaleza. De ahí que todos merezcan que se les observe atentamente, aunque no todos, que se hable con ellos. Si ya cada individuo en cuanto pensamiento particular de la naturaleza merece ser examinado, la belleza lo merece en el mayor grado: pues es un concepto más elevado y general de la naturaleza: es su pensamiento de la especie. Por eso cautiva tan poderosamente nuestra mirada. Es el pensamiento fundamental y principal de la naturaleza, mientras que el individuo no es más que un pensamiento accesorio, un corolario.

Todos partimos tácitamente del principio de que cada cual es tal y como parece: eso es correcto; pero la dificultad yace en la aplicación, cuya capacidad es en parte innata y en parte se adquiere por la experiencia: mas nadie aprende del todo; hasta el más ejercitado se sorprende cometiendo errores. No obstante —diga lo que diga Fígaro—, el rostro no miente, sino que somos nosotros los que leemos lo que no hay en él. Por supuesto, el desciframiento del rostro es un arte grande y difícil. Sus principios nunca se pueden aprender in abstracto. La primera condición en eso es que captemos a nuestro hombre con mirada puramente objetiva, cosa que no es tan fácil. En efecto, tan pronto como se mezcla el más leve indicio de aversión o atracción, de miedo o esperanza, o bien el pensamiento de qué impresión le hacemos ahora nosotros mismos a él; en suma, cuando interfiere cualquier elemento subjetivo, entonces el jeroglífico se confunde y falsea. Así como solo quien no entiende un lenguaje oye su sonido, porque de lo contrario el signo es expulsado enseguida de la conciencia por lo designado, tampoco ve la fisonomía de un hombre más que quien le es aún ajeno, es decir, el que no se ha acostumbrado a su rostro por haberlo visto a menudo o incluso haber hablado con él. Por consiguiente, la impresión puramente objetiva de un rostro, y por lo tanto la posibilidad de descifrarlo, no se obtienen en un sentido estricto más que cuando se lo ve por primera vez. Así como los olores solo nos afectan en su primera aparición, y el sabor de un vino, en la primera copa, las caras no nos hacen una total impresión más que la primera vez. A esta impresión hemos de atender, pues, cuidadosamente: debemos retenerla en la memoria e incluso anotarla cuando se trate de hombres que desde el punto de vista personal nos resulten importantes, siempre y cuando podamos confiar en nuestro propio sentido fisonómico. Su posterior conocimiento, el trato con él, borrará esa impresión: pero el resultado la confirmará...

Sobre “el invento de Daguerre”, acudo al primer párrafo de su biografía de Wikipedia, que en estas cosas es poco falible: “Louis-Jacques-Mandé Daguerre, más conocido como Louis Daguerre, fue el primer divulgador de la fotografía, tras inventar el daguerrotipo, y trabajó además como pintor y decorador teatral”. La historia del daguerrotipo, como la de muchos inventos, tiene su toque de complot con fines comerciales: el invento parece que pertenecía más a Joseph Nicéphore Niépce; trabajaban juntos, pero éste se murió antes de que el invento se haga público, y Daguerre negoció con el hijo, y conocemos desde entonces el daguerrotipo y no “la placa de Niépce-Daguerre”. Niépce murió en 1833; el invento salió a la luz recién a finales de 1838; y no es que Daguerre haya sido un mal tipo, porque “en 1835, hizo un descubrimiento importante por accidente. Puso una placa expuesta en su armario químico y encontró después de unos días, que se había convertido en una imagen latente, por efectos del mercurio que se evaporaba y actuaba como revelador”. Como con casi todos los inventos, debemos este descubrimiento a un accidente.

En la sección 80 del volumen que leemos, Schopenhauer menciona de nuevo (o antes) a Daguerre; lo hace mientras critica el culto a la personalidad, sobre todo a astrónomos y el rendido a Isaac Newton, del que en el mismo periódico, el Times, escribían que era “the greatest of human beings, ¡y en otro artículo se intenta alentarnos asegurándonos que, no obstante, no era más que un hombre!” Habla después del descubrimiento de Neptuno, usando sólo matemáticas y datos de observaciones astronómicas previas, hecho por Urbain Le Verrier. Dice Schopi: “En cambio, el invento de Daguerre, si es que acaso no se ha de atribuir en gran medida al azar, como algunos afirman, por lo que Arago tuvo que idear después la teoría para él*, es cien veces más ingenioso que el tan admirado descubrimiento de Leverrier”. François Arago era otro matemático y astrónomo. El asterisco nos lleva a una nota al pie: “Los inventos se realizan la mayoría de las veces por simple ensayo y prueba: la teoría para cada uno de ellos se idea después, igual que la demostración para una verdad conocida”. Esto es una crítica al mundo de los astrónomos, matemáticos y académicos que se pierden en la búsqueda de explicaciones y teorías para cosas que ya conocemos, o que ya sabemos hacer. Es una crítica al mundo corporativo de hoy día que pierde el tiempo en reuniones, hipótesis, comités y teorías para confirmar cosas que todos ven a simple vista, para evitar hacer el trabajo que toca hacer que es el de campo, crear un producto, correr el riesgo. Un pajarito vuela sin saber por qué vuela. El perrito que nace gatea directo hasta la tetilla de la perrita sin preguntarse por qué. Vos, cuando hacés un deporte, o cuando bailás, te movés sin hacer cálculos físicos y matemáticos; y si querés hacerlos con seguridad que ni los cálculos ni los movimientos te van a salir bien. Hay que darnos cuenta que somos como los otros animales, que hay cosas que ya sabemos hacer por miles o millones de años de evolución, y cosas que nos salen por azar y por accidente, y no hay más vuelta que darle ni explicación que encontrarle. Hay cosas que suceden intuitivamente, y listo. Entre ellas está la cara del gusto, la de disgustado, y también la de angustiado.

#alemán


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