Pecados de juventud *

Una tarde no cualquiera, me encuentro con Ernesto Sabato en su re-prólogo de Uno y el Universo, que publicó a sus 34 años, y que 23 años después reeditaba advirtiendo que “durante muchos años” se negó “a reeditar este librito” por estar “tan lejos de la mayor parte de las ideas expuestas en él”...

Una tarde no cualquiera, me encuentro con Ernesto Sabato en su re-prólogo de Uno y el Universo, que publicó a sus 34 años, y que 23 años después reeditaba advirtiendo que “durante muchos años” se negó “a reeditar este librito” por estar “tan lejos de la mayor parte de las ideas expuestas en él”. “¡Qué devastación ha traído el tiempo sobre aquella sonrisa y aquel resto de frescura o de espíritu juguetón!”

Para que no se entienda su negativa como “cobardía intelectual”, cedió a la reimpresión. Ya no era la misma persona, ya no pensaba las mismas cosas, ya tenía experiencia y sus ideas ya habían sido “en tantas ocasiones defraudadas por los hechos”. Pero alguna vez pensó así, y se hizo cargo: al final, se negó a negarse su pasado.

Me hizo recuerdo a una nota al pie de página dejada por Borges en una reedición de Evaristo Carriego, libro que publicó a sus 31 años, revisada 24 años después, : “Conservo estas impertinencias para castigarme por haberlas escrito”.

Son muchos los autores que pidieron que no se publicara su obra cuando hayan muerto; deseos que, para satisfacción nuestra, no fueron escuchados. “Por favor, cuando muera, no publiqués nada mío”. “Sure, bruh; vos tranqui, dale, no worries, andate tranquilo”. En la práctica, la muerte libera de toda culpa y toda obligación.

Pero entre los que asumieron sus culpas de juventud en vida, también están los ejemplos de David Hume, Nathaniel Hawthorne, Margaret Cavendish, Julio Cortázar, William Powell. Ninguno de ellos tuvo nunca redes sociales, pero todos los que las tenemos desde jóvenes podemos sentirnos identificados con esa vergüenza.

No queda duda que los millennials vamos a mirar, en un par de décadas, lo que hemos hecho durante la última anterior, con un nudo en el estómago, sintiendo la cara enrojecer de pena y vergüenza ajena. Y habrá que asumirlo, con la cabeza gacha pero la frente en alto, orgullosos de sentir ese bochorno porque significa que hemos crecido conforme quiso mamá Natura.

Si nuestra facha y nuestras utopías serán motivo de burla, no importa: en el existencialismo amargado, siempre nos quedarán los bailecitos y las delicadeces de la generación Z como consuelo, chivo expiatorio y delicatessen. Recordarán ellos su juventud como nosotros la nuestra como los boomers la suya, como todos los demás después y antes: el destino está sellado: nos vamos a arrepentir de las exuberancias del genio y la opinión (y las de las palabras).

Curioso y sádico juego el del Destino, que nos hace mirar con sonrisas y melancolía nuestros días más ingenuos, y sentirnos más plenos en la seriedad de la hora de juzgar la libertad y sus jugarretas. I guess ignorance is bliss, y estoy seguro que mañana me arrepentiré de esto.


#más sentido común, por favor