Marco Aurelio: Meditaciones, libro 7
“En muy poco radica la vida feliz” . “La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el último, sin convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías”. “No sintás vergüenza de ser socorrido.“ “ Te es posible revivir“. “Cavá en tu interior”. “Vana afición a la pompa”.
Otro viernes, otro capítulo de las Meditaciones de Marco Aurelio. Esta vez vamos con el libro 7. Cuatro temas son muy, muy recurrentes a lo largo de los 75 aforismos.
El primero, el ser una buena persona. Marco Aurelio se recuerda constantemente que “su deber es ser bueno”, que debe ayudar a los demás porque así uno se hace bien a uno mismo y que debe buscar hacer cosas buenas por uno porque es lo mismo que hacer algo bueno por los demás, que es lo que hay que hacer. Así de repetitivo es sobre la “nobleza y bondad”, y así de conectadas están todas las cosas para el emperador. Sacando conclusiones, el emperador casi que dice hago por vos lo que hago por mí.
Parece que se encontraba en una fase en la que no aguantaba a alguien específicamente, o a álguienes, porque se recuerda ser tolerante con otros en una especie de “perdónalos porque no saben lo que hacen”, quitando la gravedad de estar en una cruz. Lo parafraseo para no recitarlo ni re-citarlo. Y, nota técnica, como en todos los capítulos de este libro, usamos la traducción de Ramón Bach Pellicer (1977) y la pellizcamos para que suene en el voseo latinoamericano.
Pero vuelvo al original, escrito en griego koiné, donde nuestro filósofo adulado se recuerda entender por qué obran así sus semejantes para así aceptarlos y “amarlos” — ya nos explicó Pierre Hadot que en el estoicismo el amor es aceptación, o viceversa. “Amá al género humano”, se auto-impone el emperador romano.
Lo mismo que con las personas, para con las cosas que suceden: como en todos los libros de la colección, escribe para sí mismo que no debe uno olvidar de aceptar lo que sucede y amar lo que le ponga en la mesa el destino. Si la vida se pone dura, recordá que “en muy poco radica la vida feliz”, y “recogete en vos mismo”. “Cavá en tu interior”, que ahí está la “fuente del bien”. Es una locura preocuparse por el mal ajeno que le sucede a uno, dice, y no preocuparse por el mal que uno hace, que eso sí depende de vos. De vos depende también no sentirte ofendido ni afectado, no sufrir, “no imaginar que lo acontecido es un mal”. Sos vos el que le pone “obstáculos a tu guía interior”, nadie más; hay que trabajar para que lo externo no nos afecte. Y si te cuesta ser racional, alejate un poco del problema, “mirá las cosas como desde una torre” para tener cierto desapego y observar la conexión de las cosas que suceden, y sus causas y sus efectos.
Un segundo mensaje repetitivo es que todo está conectado en el “conjunto universal”, “todas las cosas se hallan entrelazadas entre sí y su común vínculo es sagrado y casi ninguna es extraña a la otra”. Y en este conjunto, absolutamente nada sucede sin transformación. Marco Aurelio se recuerda cuan constante es el cambio, cuan natural es el cambio, y cuan importante es. Como canta Jorge Drexler poco más de dieciocho siglos después, Marco Aurelio se canta a sí mismo —y esto resume este libro—: “Cada uno da lo que recibe, Y luego recibe lo que da, Nada es más simple, No hay otra norma, Nada se pierde, Todo se transforma”.
No lo dice con versos pero sí que recita versos durante este libro, que es en el que más recita y re-cita. Ya sabemos que muchas de sus frases no son suyas — no porque lo que uno diga, al final y al cabo, no le pertenece, que también; sino porque muchas de sus reflexiones son citas de libros que leía en su momento, y que le gustaban, y que las anotaba y las repetía en estos sus ejercicios espirituales. Y hay un momento en este libro en el que el filósofo-emperador no hace más que recopilar citas. Lógicamente, como eran libros íntimos y sólo para él, no había necesidad de decir de quién eran, excepto cuando dice: “bello el texto de Platón”. Los transliteradores, traductores y editores del futuro han ido encontrando a quiénes pertenecen las frases que anotaba. Todavía hay alguno que otro que no reconocemos, o que no re-conocemos. A Platón vemos que lo cita mucho. Y de a ratos a Epicuro, y también a Epicteto. Pero su adulado definitivo en este libro es Eurípides.
Lo que le sirvió a otros también le sirve a él: así funciona la materia, la naturaleza, la humanidad, a cuya imagen y semejanza está hecha la literatura, que usa lo antiguo para renacer, para “rejuvenecer”.
Ese es el tercer tema transversal del libro: como todo cambia, todo es efímero. Incluso lo es la maldad, que se ve en todas partes, que existe siempre, y que no es “nada nuevo”. Pocas verdades como esa y como saber que todos nos vamos a morir y nos vamos a transformar. Y, ojo, nos vamos a morir cualquier ratingo: la vida es breve. Y a todos nos van a olvidar, todo pasa. Y viendo las cosas desde el punto de vista de la grandeza universal, sub specie aeterni, somos minúsculos entonces, ¿qué valor tiene la fama? “Vana afición es la pompa”. Y es efímera. Se repite: mirá cómo a todos se olvida. Pero han pasado más de 1800 años y sus mensajes parecen no sonar menos, sino resonar más. Lo mismo su nombre, que parece resurgir en el mundo filósofico cada vez con más fuerza.
“Te es posible revivir”, Marco Aurelio. Dada su filosofía y su forma de encarar el reinado, quizá sería mejor replantear la frase en forma de pregunta: “¿te es posible revivir?” El mundo necesita más gobernantes que quieran menos fama, más gobernadores que sepan refugiarse en sí mismos, ver las cosas desde una perspectiva más amplia, buscar el bien común por encima de los votos, y amar la sabiduría. Y que sigan esta máxima:
“La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el último, sin convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías”.
Y que sigan esta otra:
“¿Basta mi inteligencia para eso o no? si no me basta, cedo la obra a quien sea capaz de cumplirla mejor”.
Cierro con un último mensaje que se da a sí mismo este tipo que, ya dijimos, ¿no? era emperador del Imperio Romano. El rey del mundo, literalmente. Y aún así, si él se hacía recuerdo de esto, yo creo que a vos y a mí también nos sirve:
“No sintás vergüenza de ser socorrido”. “Nadie se cansa de recibir favores, y la acción de favorecer está de acuerdo con la naturaleza. No te cansés, pues, de recibir favores al mismo tiempo que vos los hacés”.
De eso se trata la vida, quizás: transformación, cambio, conexión, aceptación y saber ayudar; porque todos —hasta los que nos caen pesados— somos parte de la misma especie, y sabemos —como ningún otro animal— cooperar y razonar. Nos debemos a los demás, pero no hay mejor forma de hacerlo bien que cultivándonos a nosotros mismos. Para Marco Aurelio, esto no pasa en vano y tiene sus motivos.
Autor: Marco Aurelio
Libro: Meditaciones (años 170-180)
Libro 7
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¿Qué es la maldad? Es lo que has visto muchas veces. Y a propósito de todo lo que acontece, tené presente también que eso es lo que has visto muchas veces. En suma, de arriba a abajo, encontrarás las mismas cosas, de las que están llenas las historias, las antiguas, las medias y las contemporáneas, de las cuales están llenas ahora las ciudades y las casas. Nada nuevo; todo es habitual y efímero.
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Las máximas viven. ¿Cómo, de otro modo, podrían morir, a no ser que se extinguieran las imágenes que les corresponden? En tus manos está reavivarlas constantemente. Puedo, respecto a esto, concebir lo que es preciso. Y si, como es natural, puedo, ¿para qué turbarme? Lo que está fuera de mi inteligencia ninguna relación tiene con la inteligencia. Aprendé esto y estás en lo correcto. Te es posible revivir. Mirá nuevamente las cosas como las has visto, pues en esto consiste el revivir.
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Vana afición a la pompa, representaciones en escena, rebaños de ganado menor y mayor, luchas con lanza, huesecillo arrojado a los perritos, migajas destinadas a los viveros de peces, fatigas y acarreos de las hormigas, idas y venidas de ratoncillos asustados, títeres movidos por hilos. Conviene, en efecto, presenciar esos espectáculos benévolamente y sin rebeldía, pero seguir y observar con atención que el mérito de cada uno es tanto mayor cuanto meritoria es la tarea objeto de sus afanes.
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Es preciso seguir, palabra por palabra, lo que se dice, y, en todo impulso, su resultado; y, en el segundo caso, ver directamente a qué objetivo apunta el intento; y en el primero, velar por su significado.
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¿Basta mi inteligencia para eso o no? Si me basta, me sirvo de ella para esta acción como si fuera un instrumento concedido por la naturaleza del conjunto universal. Pero si no me basta, cedo la obra a quien sea capaz de cumplirla mejor. A no ser, por otra parte, que eso sea de mi incumbencia; o bien pongo manos a la obra como pueda, con la colaboración de la persona capaz de hacer, con la ayuda de mi guía interior, lo que en este momento es oportuno y beneficioso a la comunidad. Porque lo que estoy haciendo por mí mismo, o en colaboración con otro, debe tender, exclusivamente, al beneficio y buena armonía con la comunidad.
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¡Cuántos hombres, que fueron muy celebrados, han sido ya entregados al olvido! ¡Y cuántos hombres que los celebraron tiempo hace que partieron!
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No sintás vergüenza de ser socorrido. Pues está establecido que cumplás la tarea impuesta como un soldado en el asalto a una muralla. ¿Qué harías, pues, si, víctima de cojera, no pudieras vos solo escalar hasta las almenas y, en cambio, te fuera eso posible?
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No te inquiete el futuro; porque irás a su encuentro, de ser preciso, con la misma razón que ahora utilizás para las cosas presentes.
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Todas las cosas se hallan entrelazadas entre sí y su común vínculo es sagrado y casi ninguna es extraña a la otra, porque todas están coordinadas y contribuyen al orden del mismo mundo. Que uno es el mundo, compuesto de todas las cosas; uno el dios que se extiende a través de todas ellas, única la sustancia, única la ley, una sola la razón común de todos los seres inteligentes, una también la verdad, porque también una es la perfección de los seres del mismo género y de los seres que participan de la misma razón.
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Todo lo que es material se desvanece rapidísimamente en la sustancia del conjunto universal; toda causa se reasume rapidísimamente en la razón del conjunto universal; el recuerdo de todas las cosas queda en un instante sepultado en la eternidad.
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Para el ser racional el mismo acto es acorde con la naturaleza y con la razón.
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Derecho o enderezado.
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Como existen los miembros del cuerpo en los individuos, también los seres racionales han sido constituidos, por este motivo, para una idéntica colaboración, aunque en seres diferentes. Y más se te ocurrirá este pensamiento si muchas veces hicieras esta reflexión con vos mismo. Soy un miembro del sistema constituido por seres racionales. Pero si dijeras que sos parte, con el cambio de la letra «R»,[1] no amás todavía de corazón a los hombres, todavía no te alegrás íntegramente de hacerles favores; más aún, si lo hacés simplemente como un deber, significa que todavía no comprendés que te hacés un bien a vos mismo.
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Acontezca exteriormente lo que se quiera a los que están expuestos a ser afectados por este accidente. Porque ellos, si quieren, se quejarán de sus sufrimientos; pero yo, en tanto no imagine que lo acontecido es un mal, todavía no he sufrido daño alguno. Y de mí depende no imaginarlo.
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Dígase o hágase lo que se quiera, mi deber es ser bueno. Como si el oro, la esmeralda o la púrpura dijeran siempre eso: «Hágase o dígase lo que se quiera, mi deber es ser esmeralda y conservar mi propio color».
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Mi guía interior no se altera por sí mismo; quiero decir, no se asusta ni se aflige. Y si algún otro es capaz de asustarle o de afligirle, hágalo. Pues él, por sí mismo, no se moverá conscientemente a semejantes alteraciones. Preocúpese el cuerpo, si puede, de no sufrir nada. Y si sufre, manifiéstelo. También el espíritu animal, que se asusta, que se aflige. Pero lo que, en suma, piensa sobre estas afecciones, no hay ningún temor que sufra, pues su condición no le impulsará a un juicio semejante. El guía interior, por su misma condición, carece de necesidades, a no ser que se las cree, y por eso mismo no tiene tribulaciones ni obstáculos, a no ser que se perturbe y se ponga obstáculos a sí mismo.
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La felicidad es un buen numen o un buen 'espíritu familiar'. ¿Qué hacés entonces aquí, imaginación? ¡Andate, por los dioses, como viniste! No te necesito. Viniste según tu antigua costumbre. No me enfado con vos; únicamente, andate.
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¿Se teme el cambio? ¿Y qué puede producirse sin cambio? ¿Existe algo más querido y familiar a la naturaleza del conjunto universal? ¿Podrías vos mismo lavarte con agua caliente, si la leña no se transformara? ¿Podrías nutrirte, si no se transformaran los alimentos? Y otra cosa cualquiera entre las útiles, ¿podría cumplirse sin transformación? ¿No te das cuenta, pues, de que tu propia transformación es algo similar e igualmente necesaria a la naturaleza del conjunto universal?
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Por la sustancia del conjunto universal, como a través de un torrente, discurren todos los cuerpos, connaturales y colaboradores del conjunto universal, al igual que nuestros miembros entre sí. ¡A cuántos Crisipos, a cuántos Sócrates, a cuántos Epictetos absorbió ya el tiempo! Idéntico pensamiento acuda a vos respecto a todo tipo de hombre y a toda cosa.
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Una sola cosa me inquieta, el temor a que haga algo que mi constitución de hombre no quiere, o de la manera que no quiere, o lo que ahora no quiere.
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Próximo está tu olvido de todo, próximo también el olvido de todo respecto a vos.
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Propio del hombre es amar incluso a los que tropiezan. Y eso se consigue, en cuanto se te ocurra pensar que son tus familiares, y que pecan por ignorancia y contra su voluntad, y que, dentro de poco, ambos van a estar muertos, y que, ante todo, no te dañó, porque que no hizo a tu guía interior peor de lo que era antes.
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La naturaleza del conjunto universal, valiéndose de la sustancia del conjunto universal, como de una cera, modeló ahora un potro; después, lo fundió y se valió de su materia para formar un arbusto, a continuación un hombrecito, y más tarde otra cosa. Y cada uno de estos seres ha subsistido poquísimo tiempo. Pero no es ningún mal para un cofrecito ser desarmado ni tampoco ser ensamblado.
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El semblante rencoroso es demasiado contrario a la naturaleza. Cuando se afecta reiteradamente, su belleza muere y finalmente se extingue, de manera que resulta imposible reavivarla. Intentá, al menos, ser consciente de esto mismo, en la convicción de que es contrario a la razón. Porque si desaparece la comprensión del obrar mal, ¿qué motivo para seguir viviendo nos queda?
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Todo cuanto ves, en tanto que todavía no es, será transformado por la naturaleza que gobierna el conjunto universal, y otras cosas hará de su sustancia, y a su vez otras de la sustancia de aquéllas, a fin de que el mundo siempre se rejuvenezca.
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Cada vez que alguien cometa una falta contra vos, meditá al punto qué concepto del mal o del bien tenía al cometer dicha falta. Porque, una vez que hayás examinado eso, tendrás compasión de él y ni te sorprenderás, ni te irritarás con él. Ya que vos también comprenderás el mismo concepto del bien que él, u otro similar. En consecuencia, es preciso que le perdonés. Pero incluso si no llegás a compartir su concepto del bien y del mal, serás más fácilmente benévolo con su extravío.
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No imaginés las cosas ausentes como ya presentes; antes bien, seleccioná entre las presentes las más favorables, y, a la vista de esto, recordá cómo las buscarías, si no estuvieran presentes. Pero al mismo tiempo tené precaución, no vaya a ser que, por complacerte hasta tal punto en su disfrute, te habitués a sobrestimarlas, de manera que, si alguna vez no estuvieran presentes, pudieras sentirte inquieto.
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Recogete en vos mismo. El guía interior racional puede, por naturaleza, bastarse a sí mismo practicando la justicia y, según eso mismo, conservando la calma.
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Borrá la imaginación. Detené el impulso de marioneta. Circunscribite al momento presente. Comprendé lo que te sucede a vos o a otro. Dividí y separá el objeto dado en su aspecto causal y material. Pensá en tu hora postrera. La falta cometida por aquél, dejala ahí donde se originó.
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Cotejá el pensamiento con las palabras. Sumergí tu pensamiento en los sucesos y en las causas que los produjeron.
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Hacé resplandecer en vos la sencillez, el pudor y la indiferencia en lo relativo a lo que es intermedio entre la virtud y el vicio. Amá al género humano. Seguí a Dios. Aquél dice:[2] «Todo es convencional, y en realidad sólo existen los elementos». Y basta recordar que no todas las cosas son convencionales, sino demasiado pocas.
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Sobre la muerte: o dispersión, si existen átomos; o extinción o cambio, si existe unidad.
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Sobre el pesar:[3] lo que es insoportable mata, lo que se prolonga es tolerable. Y la inteligencia, retirándose, conserva su calma y no va en detrimento del guía interior. Y respecto a las partes dañadas por el pesar, si tienen alguna posibilidad, manifiéstense sobre el particular.
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Sobre la fama: Examiná cuáles son sus pensamientos, qué cosas evitan y cuáles persiguen. Y que, al igual que las dunas al amontonarse una sobre otras ocultan las primeras, así también en la vida los sucesos anteriores son rapidísimamente encubiertos por los posteriores.
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«Y a aquel pensamiento que, lleno de grandeza, alcanza la contemplación de todo tiempo y de toda esencia, ¿creés que le parece gran cosa la vida humana? Imposible, dijo. Entonces, ¿tampoco considerará terrible la muerte un hombre tal? En absoluto.»[4]
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Es vergonzoso que el semblante acate acomodarse y alinearse como ordena la inteligencia, y que, en cambio, ella sea incapaz de acomodarse y seguir su línea.
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«No hay que irritarse con las cosas, porque a ellas nada les importa».[7]
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«¡Ojalá pudieras dar motivos de regocijo a los dioses inmortales y a nosotros!».[8]
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«Segar la vida, a modo de espiga madura, y que uno exista y el otro no».[9]
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«Si los dioses me han olvidado a mí y a mis dos hijos, también esto tiene su razón».[10]
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«El bien y la justicia están conmigo».[11]
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No asociarse a sus lamentaciones, ni a sus estremecimientos.
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«Mas yo le replicaría con esta justa razón: Te equivocás, amigo, si pensás que un hombre debe calcular el riesgo de vivir o morir, incluso siendo insignificante su valía, y, en cambio, pensás que no debe examinar, cuando actúa, si son justas o no sus acciones y propias de un hombre bueno o malo».[12]
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«Así es, atenienses, en verdad. Dondequiera que uno se sitúe por considerar que es lo mejor, o en el puesto que sea asignado por el gobernante, ahí debe, a mi entender, permanecer y correr riesgo, sin tener en cuenta en absoluto ni la muerte ni ninguna otra cosa con preferencia a la infamia».[13]
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«Pero, mi buen amigo, mirá si la nobleza y la bondad no serán otra cosa que salvar a los demás y salvarte a vos mismo. Porque no debe el hombre que se precie de serlo preocuparse de la duración de la vida, tampoco debe tener excesivo apego a ella, sino confiar a la divinidad estos cuidados y dar crédito a las mujeres cuando afirman que nadie podría evitar el destino. La obligación que le incumbe es examinar de qué modo, durante el tiempo que vaya a vivir, podrá vivir mejor».[14]
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Contemplá el curso de los astros, como si vos evolucionaras con ellos, y considerá sin cesar las transformaciones mutuas de los elementos. Porque estas imaginaciones purifican la suciedad de la vida a ras del suelo.
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Bello el texto de Platón:[15] «Preciso es que quien hace discursos sobre los hombres examine también lo que acontece en la tierra, como desde una torre: manadas, ejércitos, trabajos agrícolas, matrimonios, divorcios, nacimientos, muertes, tumulto de tribunales, regiones desiertas, poblaciones bárbaras diversas, fiestas, trenos, reuniones públicas, toda la mezcla y la conjunción armoniosa procedente de los contrarios».[16]
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Con la observación de los sucesos pasados y de tantas transformaciones que se producen ahora, también el futuro es posible prever. Porque enteramente igual será su aspecto y no será posible salir del ritmo de los acontecimientos actuales. En consecuencia, haber investigado la vida humana durante cuarenta años que durante diez mil da lo mismo. Porque ¿qué más verás?
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«Lo que ha nacido de la tierra a la tierra retorna; lo que ha germinado de una semilla etérea vuelve nuevamente a la bóveda celeste». O también esto: disolución de los entrelazamientos en los átomos y dispersión semejante de los elementos impasibles.[17]
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«Con manjares, bebidas y hechizos, tratando de desviar el curso, para no morir».[18] «Es forzoso soportar el soplo del viento impulsado por los dioses entre sufrimientos sin lamentos».[19]
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Es mejor luchador; pero no más generoso con los ciudadanos, ni más reservado, ni más disciplinado en los acontecimientos, ni más benévolo con los menosprecios de los vecinos.
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Cuando puede cumplirse una tarea de acuerdo con la razón común a los dioses y a los hombres, nada hay que temer allí. Cuando es posible obtener un beneficio gracias a una actividad bien encauzada y que progresa de acuerdo con su constitución, ningún perjuicio debe sospecharse allí.
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Por doquier y de continuo de vos depende estar piadosamente satisfecho con la presente coyuntura, comportarte con justicia con los hombres presentes y poner todo tu arte al servicio de la impresión presente, a fin de que nada se infiltre en vos de manera imperceptible.
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No pongás tu mirada en guías interiores ajenos, antes bien, dirigí tu mirada directamente al punto donde te conduce la naturaleza del conjunto universal por medio de los sucesos que te acontecen, y la tuya propia por las obligaciones que te exige. Cada uno debe hacer lo que corresponde a su constitución. Los demás seres han sido constituidos por causa de los seres racionales y, en toda otra cosa, los seres inferiores por causa de los superiores, pero los seres racionales lo han sido para ayudarse mutuamente. En consecuencia, lo que prevalece en la constitución humana es la sociabilidad. En segundo lugar, la resistencia a las pasiones corporales, pues es propio del movimiento racional e intelectivo marcarse límites y no ser derrotado nunca ni por el movimiento sensitivo ni por el instintivo. Pues ambos son de naturaleza animal, mientras que el movimiento intelectivo quiere prevalecer y no ser subyugado por ellos. En tercer lugar, en la constitución racional no se da la precipitación ni la posibilidad de engaño. Así pues, el guía interior, que posee estas virtudes, cumpla su tarea con rectitud, y posea lo que le pertenece.
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Como hombre que ha muerto ya y que no ha vivido hasta hoy, debés pasar el resto de tu vida de acuerdo con la naturaleza.
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Amar únicamente lo que te acontece y lo que es tramado por el destino. Porque ¿qué se adapta mejor a vos?
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En cada suceso, conservar ante los ojos a esos a quienes acontecían las mismas cosas, y luego se afligían, se extrañaban, censuraban. Y ahora, ¿dónde están ellos? En ninguna parte. ¿Qué, entonces? ¿Querés proceder de igual modo? ¿No querés dejar estas actitudes extrañas a quienes las provocan y las sufren, y aplicarte enteramente a pensar cómo servirte de los acontecimientos? Te aprovecharás bien de ellos y tendrás materia. Prestá atención y sea tu único deseo ser bueno en todo lo que hagás. Y tené presentes estas dos máximas: es indiferente el momento en que la acción...[20]
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Cavá en tu interior. Dentro se halla la fuente del bien, y es una fuente capaz de brotar continuamente, si no dejás de excavar.
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Es preciso que el cuerpo quede sólidamente fijo y no se distorsione, ni en el movimiento ni en el reposo. Porque del mismo modo que la inteligencia se manifiesta en cierta manera en el rostro, conservándolo siempre armonioso y agradable a la vista, así también debe exigirse en el cuerpo entero. Pero todas esas precauciones deben observarse sin afectación.
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El arte de vivir se asemeja más a la lucha que a la danza en lo que se refiere a estar firmemente dispuesto a hacer frente a los accidentes incluso imprevistos.
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Considerá sin interrupción quiénes son esos de los que deseás que aporten su testimonio, y qué guías interiores tienen; pues, ni censurarás a los que tropiezan involuntariamente, ni tendrás necesidad de su testimonio, si dirigís tu mirada a las fuentes de sus opiniones y de sus instintos.
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«Toda alma, afirman,[21] se ve privada contra su voluntad de la verdad». Igualmente también de la justicia, de la prudencia, de la benevolencia y de toda virtud semejante. Y es muy necesario tenerlo presente en todo momento, pues serás más condescendiente con todos.
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En cualquier caso de pesar acuda a vos esta reflexión: no es indecoroso ni tampoco deteriorará la inteligencia que me gobierna; pues no la destruye, ni en tanto que es racional, ni en tanto que es social. En los mayores pesares, sin embargo, que te sirva de ayuda la máxima de Epicuro:[22] ni es insoportable el pesar, ni eterno, si recordás sus límites y no imaginás más de la cuenta. Recordá también que muchas cosas que son lo mismo que el pesar nos molestan y no nos damos cuenta, así, por ejemplo, la somnolencia, el calor exagerado, la inapetencia. Luego, siempre que te disgustés con alguna de esas cosas, decite a vos mismo: cedés al pesar.
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Cuidá de no experimentar con los hombres inhumanos algo parecido a lo que éstos experimentan respecto a los hombres.
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¿De dónde sabemos si Telauges[23] no tenía mejor disposición que Sócrates? Porque no basta con el hecho de que Sócrates haya muerto con más gloria ni que haya dialogado con los sofistas con bastante más habilidad ni que haya pasado toda la noche sobre el hielo más pacientemente ni que, habiendo recibido la orden de apresar al Salaminio[24], haya decidido oponerse con mayor gallardía ni que se haya ufanado por las calles,[25] extremo sobre el que no se sabe precisamente ni si es cierto. Sino que es preciso examinar lo siguiente: qué clase de alma tenía Sócrates y si podía conformarse con ser justo en las relaciones con los hombres y piadoso en sus relaciones con los dioses, sin indignarse con la maldad, sin tampoco ser esclavo de la ignorancia de nadie, sin aceptar como cosa extraña nada de lo que le era asignado por el conjunto universal o resistirla como insoportable, sin tampoco dar ocasión a su inteligencia a consentir en las pasiones de la carne.
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La naturaleza no te mezcló con el compuesto de tal modo que no te permitiera fijarte unos límites y hacer lo que te incumbe y es tu obligación. Porque es posible en demasía convertirse en hombre divino y no ser reconocido por nadie. Tené siempre presente eso y todavía más lo que te voy a decir: en muy poco radica la vida feliz. Y no porque tengás escasa confianza en llegar a ser un dialéctico o un físico, renunciés en base a eso a ser libre, modesto, sociable y obediente a Dios.
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Pasá la vida sin violencias en medio del mayor júbilo, aunque todos clamen contra vos las maldiciones que quieran, aunque las fieras despedacen los pobres miembros de esta masa pastosa que te circunda y sustenta. Porque, ¿qué impide que, en medio de todo eso, tu inteligencia se conserve en calma, tenga un juicio verdadero de lo que acontece en torno tuyo y esté dispuesta a hacer uso de lo que está a su alcance? De manera que tu juicio pueda decir a lo que acaezca: «Vos sos eso en esencia, aunque te mostrés distinto en apariencia». Y tu uso pueda decir a lo que suceda: «Te buscaba. Pues para mí el presente es siempre materia de virtud racional, social y, en suma, materia de arte humano o divino». Porque todo lo que acontece se hace familiar a Dios o al hombre, y ni es nuevo ni es difícil de manejar, sino conocido y fácil de manejar.
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La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el último, sin convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías.
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Los dioses, que son inmortales, no se irritan por el hecho de que durante tan largo período de tiempo deban soportar de un modo u otro repetidamente a los malvados, que son de tales características y tan numerosos. Más aún, se preocupan de ellos de muy distintas maneras. ¿Y vos, que casi estás a punto de terminar, renunciás, y esto siendo vos uno de los malvados?
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Es ridículo no intentar evitar tu propia maldad, lo cual es posible, y, en cambio, intentar evitar la de los demás, lo cual es imposible.
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Lo que la facultad racional y sociable encuentra desprovisto de inteligencia y sociabilidad, con mucha razón lo juzga inferior a sí misma.
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Cuando hayás hecho un favor y otro lo haya recibido, ¿qué tercera cosa andás todavía buscando, como los necios?
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Nadie se cansa de recibir favores, y la acción de favorecer está de acuerdo con la naturaleza. No te cansés, pues, de recibir favores al mismo tiempo que vos los hacés.
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La naturaleza universal emprendió la creación del mundo. Y ahora, o todo lo que sucede se produce por consecuencia, o es irracional incluso lo más sobresaliente, objetivo hacia el cual el guía del mundo dirige su impulso propio.[26] El recuerdo de este pensamiento te hará en muchos aspectos más sereno.
Nota del Traductor: Juego de palabras intraducibie entre mélos, que significa miembro, y meros, que significa parte. En griego ambas palabras se diferencian por una sola letra. ↩︎
N.T.: Demócrito, fr. 9, 117, 125 D. ↩︎
N.T.: Cf. Epicuro, fr. 447 Usener. ↩︎
N.T.: Platón, República VI 486 a. ↩︎
N.T.: Palabras de Antístenes dirigidas a Ciro, citadas por Epicteto, IV 6, 20. Cf. también Diógenes Laercio, VI 3. ↩︎
Nota de Conectorium: Cf. Meditaciones, libro 6, 55. ↩︎
N.T.: Fragmento de Eurípides, 287 Nauck. ↩︎
N.T.: Desconocemos su autor. ↩︎
N.T.: Eurípides, Hipsipila, fr. 757 N. ↩︎
N.T.: Eurípides, Antiope, fr. 208 N. ↩︎
N.T.: Eurípides, fr. 918 N. ↩︎
N.T.: Platón, Apología de Sócrates 28 b. ↩︎
N.T.: Platón, Apología 28 d ↩︎
N.T.: Platón, Gorgias 512 d. ↩︎
N.T.: Según Farquharson este inicio de capitulo es una glosa. ↩︎
N.T.: De autor desconocido. Cf. Ηeráclito, fr. 8 D en relación con la conclusión final. ↩︎
N.T.: Eurípides, Crisipo, fr. 839 N. Cf Lucrecio, II 991. ↩︎
N.T.: Eurípides, Suplicantes 1110. ↩︎
N.T.: Desconocemos el autor de estos versos. ↩︎
N.T.: Existe en este lugar una laguna insalvable. A I. Trannoy sugiere sobrentender: «lo que importa es la manera de actuar». ↩︎
N.T.: Platón, citado por Epicteto, I 28; II 22. ↩︎
N.T.: Epicuro, fr. 447 Usener. ↩︎
N.T.: Resulta difícil identificar este nombre. Telauges es el nombre de uno de los hijos de Pitágoras. Es también el título de un diálogo de Es- quines de Esfeto en el que presentaba a Sócrates dialogando con un pitagórico. ↩︎
N.T.: León el Salaminio, a quien los Treinta querían detener y dar muerte mediante la colaboración de Sócrates. Cf. Platón, Apología de Sócrates 32 c. ↩︎
N.T.: Aristófanes, Nubes 362. Cf. Platón, Banquete 221 b. Según A. I. Trannoy, desde la frase citada hasta el punto existe una clara interpolación. ↩︎
N.T.: La segunda alternativa es absurda para la creencia estoica en la racionalidad del universo. ↩︎
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