Francisco de Quevedo: rey que descansa no cumple su misión

Rey que duerme, y se echa a dormir descuidado con los que le asisten, es sueño tan malo que la muerte no le quiere por hermano, le niega el parentesco: deudo tiene con la perdición y el infierno. Reinar es velar. Quien duerme no reina. Rey que cierra los ojos, da la guarda de sus ovejas a los lobos.

Francisco de Quevedo: rey que descansa no cumple su misión
Detalle de La Última Cena de Bernardino Lanino (mediados del siglo 16), que muestra a Juan “reclinado” sobre Jesús
Contexto Condensado

Natalia Ginzburg escribe en su ensayo El Hijo del Hombre:

“No hay paz para el hijo del hombre. Los zorros y los lobos tienen su guarida, pero el hijo del hombre no tiene dónde apoyar la cabeza”.

Las palabras de Ginzburg hacen eco de un pasaje famoso en los Evangelios, son un remix de algo dicho por Jesús:

“Se le acercó entonces un maestro de la ley, que le dijo: Maestro, deseo seguirte adondequiera que vayas. Jesús le contestó: Las zorras tienen guaridas, y las aves, nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza”.

En el texto de Ginzburg conversamos sobre el significado de la frase “el hijo del hombre”, que en el judaísmo es claro—lo humano—, pero en el cristianismo lleva siendo debatido por siglos y en una gran cantidad de ensayos—tirando a lo divino—. Si el Mesías le da a la expresión una cualidad de divinidad, Ginzburg las devuelve a la humanidad, como en sus orígenes judíos (los de la frase, los de Jesús, y los de Ginzburg).

Sobre lo que se dice a continuación, “no tiene dónde recostar la cabeza”: muchos académicos cristianos llevan también siglos proponiendo que es una muestra de la necesidad de pobreza, o voto de pobreza que habría hecho Jesús, del renegar de la riqueza. Pero esto es a bit of a stretch. No tener dónde reposar la cabeza es distinto a no tener dónde caerse muerto.

Tomo lo escrito por el sacerdote argentino Leonardo Luis Castellani, que también fue filósofo, novelista, poeta, ensayista y periodista. En su libro Las Parábolas de Cristo (1959), el Padre Castellani escribe:
“Los comentadores pasan por alto esta sobria y amarga observación, o se extienden en consideraciones devotas acerca de la pobreza de Cristo; mas ella tiene un sentido «profesional», son las condiciones del discipulado las que son presentadas al candidato. Y Cristo no puso en el segundo miembro la secuencia lógica, que sería «y yo no tengo techo que me cubra», sino que fue más allá, «no tengo donde reclinar la cabeza». Alude a la soledad interior propia de todo Singular (no puede verter sus lágrimas sobre el pecho de una mujer o un amigo) pues eso del techo material lo tenía generalmente, ya que era hospedado por doquiera andaba”.
Que “el hijo del hombre” y “el Hijo del Hombre” no tengan dónde reposar la cabeza, significa que, cuando hay campaña de cualquier tipo, ni Dios ni el humano tienen descanso.

La respuesta de Cristo a la propuesta del maestro de la ley que quería seguirlo—a quien le advierte que no hay descanso en esta misión—aparece en los Evangelios en: Mateo 8, 20; Lucas 9, 58.

Avancemos del siglo 1 de los evangelistas, que escribían también en griego, a la primera mitad del siglo 17 y a don Francisco de Quevedo. A su libro Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás, una de sus obras que más le valieron los títulos de trivial, reiterativo y poco original—y donde expone su visión política. En el capítulo 10—No descuidarse el rey con sus ministros es doctrina de Cristo, verdadero Rey—Quevedo larga una original, poco trivial, y bastante reiterativa exposición sobre el no reclinar la cabeza, sobre el no descansar, como mensaje para los reyes. Lo hace con base en lo dicho por Jesús. Lo hace citando a San Pedro Crisólogo, Padre de la Iglesia. Lo hace en un recital de citas, sobre todo del Evangelio de Lucas, y sobre todo del latín; y lo hace conociendo el idioma base que hablaba Jesús, porque como cuenta el Padre Castellani, “Don Francisco de Quevedo... sabía hebreo”.

“El rey ha de velar para que duerman todos, y ha de ser centinela del sueño de los que le obedecen”, dice Quevedo. En la política de Dios, el rey cuida a su gente. En la política de Dios, el rey no se duerme para que no le quiten la corona. “Reinar es velar. Quien duerme no reina. Rey que cierra los ojos, da la guarda de sus ovejas a los lobos, y el ministro que guarda el sueño a su rey, le entierra, no le sirve”. Rey que se duerme, no cumple su misión, y le serruchan el piso.

Autor: Francisco de Quevedo

Libro: Política de Dios (1617 - 1635)

Capítulo 10: No descuidarse el rey con sus ministros es doctrina de Cristo, verdadero Rey

La voz de la adulación, que con tiranía reina en los oídos de los príncipes, esforzada en su inadvertencia, suele halagarlos con decir que bien pueden echarse a dormir (quiere decir, descuidarse) con los ministros. Éste es engaño, no consejo.

Cristo enseñó lo contrario, pues en lugar de echarse a dormir confiado en los suyos, en los mayores negocios a que los llevó se durmieron, y él velaba. La noche de la cena, Juan el amado se duerme sobre el pecho de Cristo, no Cristo en el de Juan. Pero adviértase que fue para que descansase en quien no tenía descanso por el hombre. El rey ha de velar para que duerman todos, y ha de ser centinela del sueño de los que le obedecen.

Tres grandes negocios trató Cristo, en que llevó a Pedro, Jacobo y Juan; y el último le trató con todos. Fue el primero de gloria en el Tabor cuando se trasfiguró.[1] «Pedro y los demás que con él estaban dormían sueño pesado.» En la oración del huerto los despertó más de una vez. En la cena, como he referido, Juan se duerme. En el prendimiento, yendo ya en poder de los ministros, lo que advirtió no fue por su tratamiento ni por su inocencia, sólo habló por sus discípulos:[2] «Dejad ir a éstos.» Díjolo, no porque no quería que padeciesen, que ya había mandado que tomase cada uno su cruz y le siguiese; y a Diego y a Juan que beberían su cáliz, que es morir. Mas esto del padecer quiere que sea cuando en su ausencia y en su lugar gobiernen: ahora son súbditos, padezca el Maestro y la cabeza. Cuando temporalmente le sucedieren y cada uno asista al gobierno de su provincia, entonces quien aquí siendo ovejas les desvía la mala palabra, el empellón, la cuerda y la cárcel, les enviará como a pastores y prelados el cuchillo, el fuego, las piedras, la cruz y los azotes, y los pondrá en el albedrío de los tiranos.

Este precepto, en que vive la médula de la caridad, les dejó para que gobernasen con acierto. Durmiéronse en la oración del huerto; cuando los llevó ya sabía se habían de dormir. Despertolos, no para dormirse Cristo, mas para que viesen oraba al Padre, y entendiesen que los negocios grandes aun el propio Hijo de Dios los dispone en la oración, y conociesen cuán eficaz medio es. Cristo suda y agoniza, y ellos vuelven al sueño más seguros. Con todo les dice que velen y oren, no entren en tentación. Pues, señor, si quien duerme, velándole Cristo, es menester que despierte para no entrar en tentación, quien duerme, velando contra su sueño los ministros de Satanás, ¿a qué riesgo irá? ¿Qué tentaciones no harán suertes en él? ¿A qué enemigo no ruega con la puerta de su corazón?

Rey que duerme, y se echa a dormir descuidado con los que le asisten, es sueño tan malo que la muerte no le quiere por hermano, y le niega el parentesco: deudo tiene con la perdición y el infierno. Reinar es velar. Quien duerme no reina. Rey que cierra los ojos, da la guarda de sus ovejas a los lobos, y el ministro que guarda el sueño a su rey, le entierra, no le sirve; le infama, no le descansa; guárdale el sueño, y piérdele la conciencia y la honra; y estas dos cosas traen apresurada su penitencia en la ruina y desolación de los reinos. Rey que duerme, gobierna entre sueños; y cuando mejor le va, sueña que gobierna. De modorras y letargos de príncipes adormecidos adolescieron muchas repúblicas y monarquías. Ni basta al rey tener los ojos abiertos para entender que está despierto; que el mal dormir es con los ojos abiertos. Y si luego los allegados velan con los ojos cerrados, la noche y la confusión serán dueños de todo, y no llegará a tiempo alguna advertencia. Señor, los malos ministros y consejeros tiene el demonio (como al endemoniado del Evangelio) ciegos para el gobierno, mudos para la verdad, y sordos para el mérito: sólo tienen dos sentidos libres, que son olfato y manos; y es tan difícil curar un ciego de éstos, que para sanarle fue menester mano de Cristo, tierra y saliva: en que, a mi ver, se mostró que sola la palabra de Dios en las manos de Cristo, que era su Hijo, con el conocimiento propio, pueden abrir los ojos a tales ciegos.

Y de este género son, y peores por el mayor inconveniente en lo eficaz de su ejemplo, los príncipes que duermen; porque ciegan voluntariamente, y tienen la ceguedad por descanso, y suelen la perdición llegarla a tener por disculpa. El ciego no ve, ni el que duerme: peor es éste que no ve porque no quiere, que el otro porque no puede. El uno es enfermo, el otro malo. No sólo es obligación del buen rey cristiano velar para que duerman sus ovejas, sino velar para despertarlas si duermen en el peligro. Expira Cristo: cerró los ojos; mas cerrolos, (el texto santo lo dice) para que se levantasen muchos cuerpos de santos que dormían en la muerte. Cierra los ojos; y la sangre, y el agua salió de su costado, corriente sacramental de que escribe Cirilo:[3] «Agua para el que juzgó, y sangre para los que la pedían.» Esta corriente pues dio vista al incrédulo. ¡Oh buen Rey! ¡Oh solamente Rey! ¡Oh Rey, Dios y Hombre, que ni muerto cierras los ojos, antes los abres a los que están ciegos!

En los evangelios se hace mención de todas las pasiones que como hombre tuvo Cristo: de la sed, del cansancio: «cansado del camino; tengo sed»; que comió algunas veces; que lloró, que se enojó; amenazó a Pedro, riñole. Que se entristeció, él lo dijo: «Triste está mi alma hasta la muerte»; y cuando Lázaro, y en la muerte de San Juan Bautista. Y con ser acción natural, forzosa honesta el dormir, no se hace mención de que durmió más que en la borrasca.[4] El dormir mucho, es peligroso en los príncipes; el dormir siempre, es condenación y muerte. Los evangelistas a las vigilias de Cristo y a sus desvelos guardaron este decoro, acordándose de que él dijo: «Yo duermo, y mi corazón vela.» Y San Pedro Crisólogo tiene por tan escrupuloso el decir, aun una vez, que duerme Cristo, que en el propio lugar de la borrasca,[5] sobre aquellas palabras:[6] «y estaba durmiendo en la popa», dice, razonando oro (tales son sus palabras): «Al que duerme acuden los que velan.» Y más abajo seis renglones:[7] «¿Adónde está lo que dice el Profeta: Veis aquí que no dormirá ni se adormecerá el que guarda a Israel? Por sí no duerme, ni para sí se adormece la majestad, que no se puede cansar.» Interesose el celo de Crisólogo en dar razón de este sueño y de advertir cuánto velaba Dios en él, y prosigue en esta consideración: «Y no sólo se ha de preciar el rey de no tener sueño, empero ni cama. Así lo dijo Cristo: Las raposas tienen cuevas, y el Hijo del hombre no tiene donde inclinar la cabeza.» Tiene discípulos, no tiene privados que le descansen; él los descansa a ellos; su oficio fue su amor, su caridad, su desvelo; vino a redimir, no a ensoberbecer con vanidad a ambiciosos ni entremetidos. Eso es no inclinar la cabeza, ni tener dónde. Discurramos por toda su vida, y veremos que hasta su muerte no inclinó la cabeza:[8] «Inclinada la cabeza dio el espíritu»; y eso fue para darle a su Padre eterno. ¡Oh gran justicia! ¡Oh grande monarca en poco número de gente! ¡Oh majestad inefable, que no tiene Cristo donde inclinar la cabeza, y a Juan en la cena le da donde incline la suya!

El raposo rey, a quien aconseja la maña, la ambición y la tiranía, ése tiene cuevas donde reclinar la cabeza, donde esconderse y donde no parezca rey; mas el Hijo del hombre, el Rey que conoce que es hombre, y que lo son los que gobierna, y que es rey para ellos por voluntad de Dios, ése no tiene cuevas donde esconderse ni donde inclinar la cabeza. La cabeza de los reyes no se ha de inclinar más a una parte que a otra. El rey es cabeza; y cabeza inclinada, mal enderezará los demás miembros. Reyes hombres: ¡oh si lo temeroso de mis gritos os arrancase despavoridos del embaimiento de la vanidad, y os rescatase de los peligros de vuestra confianza! Cristo dice que su cabeza no se inclina. No es cabeza en el pueblo de Cristo la que se inclina; desdén hace al otro lado; sin atención tiene lo que no ve. Ni se puede dudar que llame raposas Cristo a los reyes que se inclinan a personas ambiciosas y descaminadas. Él lo dijo así:[9] «En el propio día llegaron algunos de los fariseos diciéndole: Sal, y vete de aquí, porque Herodes te quiere matar. Y respondioles a ellos: Id, y decid a esa raposa...». Así la llamó Cristo, y se sabe que Herodias era su descanso.

Al fin, Señor, quien no tiene donde inclinar la cabeza, a Cristo imita; quien tiene donde inclinarla, es raposa, es Herodes. No hay dormir, Señor, ni tener donde reclinar la cabeza: con todos los príncipes habla Cristo por San Lucas:[10] «Bienaventurados aquellos criados que cuando viniere el Señor los hallare velando.» Por el contrario serán reprendidos y miserables los que hallare durmiendo; que los reyes son los primeros criados de Dios en más dignidad; y que habla con ellos, Homero lo dijo cuando los llamó Δεοτρεφέες, Diotrefees, criados por Júpiter. Favorino interpreta esta voz: «Discípulos de Jove, discípulos de Dios.» Lo propio es Diotrefees, que enseñados. ¿Pues cómo será rey quien no se mostrare enseñado por Dios, siendo ésta su doctrina y su ejemplo, y mandando que velen y no duerman, y llamando bienaventurado sólo al que hallare velando? Los hombres, luego que se durmieron, dieron lugar a los malos para que sembrasen en su heredad cizaña, y aguardaron a que se durmiesen para sembrarla:[11] «Es semejante el reino de los cielos al hombre que siembra buena semilla en su heredad, que luego que se durmieron los hombres, vino su enemigo, y en medio del trigo sembró cizaña.»

De suerte, Señor, que no se cumple con la heredad labrándola ni sembrándola de buena semilla, sino que no se ha de dormir; y menos los reyes, porque el enemigo advertido no venga asegurado en el sueño, y siembre abrojos en que se ahogue el grano, se infame la cosecha, y se pierda el trabajo y el fruto.


  1. Petrus vero et qui cum illo erant gravati erant somno. (Luc., 9.) ↩︎

  2. Sinite hos abire. ↩︎

  3. Catechesis, 13. ↩︎

  4. Lucas, capítulo 8. ↩︎

  5. Serm., 21. ↩︎

  6. Et era ipse in puppi dormiens. ↩︎

  7. Et ubi est illud (del Psalm., 12): Ecce non dormitabit, neque dormiet qui custodit Israel? Per se non dormitavit, neque dormiet Majestas, expers lassitudinis, quietis ignara. ↩︎

  8. Inclinato capite tradidit spiritum. ↩︎

  9. In ipsa die accesserunt quidam pharisaeorum, dicentes illi: Exi, et vade hinc, quia Herodes vult te occidere. Et ait illis: Ite et dicite vulpi illi. (Lucas, cap. 13.) ↩︎

  10. Beati servi illi, quos cum venerit dominus invenerit vigilantes. (Cap. 12.) ↩︎

  11. Simile factum est Regnum coelorum homini, qui seminavit bonum semen in agro suo, cum autem dormirent homines, venit inimicus ejus, et superseminavit zizania in medio tritici, et abiit. (Mateo, capítulo 13.) ↩︎


Cita a:

Jesús: el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza
Y vino un escriba y le dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza».

Citado por:

José Luis Aranguren: el descanso y la diversión en los reyes y en Quevedo
Comenzamos diciendo que “el reinar es tarea” y terminamos con el “cuidado” regio. El tema estoico de la preocupación o cuidado es el motivo conductor. Quevedo a los reyes: “a vuestro cuidado, no a vuestro albedrío, encomendó las gentes Dios nuestro Señor”. “Reinar es velar. Quien duerme no reina”

Cf. de Conectorium:

Diego Saavedra Fajardo: El trabajo vence todo
No multiplicó Coronas en sus sienes el príncipe que se entregó al ocio y a las delicias. En todos los hombres es necesario el trabajo, en el príncipe más; porque cada uno nació para sí mismo, el príncipe para todos. No es oficio de descanso el reinar. (Negocio = negación del ocio.)
Natalia Ginzburg: El hijo del hombre
No hay paz para el hijo del hombre. Los zorros y los lobos tienen su guarida, pero el hijo del hombre no tiene dónde apoyar la cabeza. Nuestra generación es una generación de hombres. No es una generación de zorros y de lobos. Cada uno de nosotros tendría muchas ganas de apoyar la cabeza en algo...

#español#cómo reinar