Epicteto: Contra epicúreos y académicos

Si alguien viene y te dice: «date cuenta de que no hay nada conocible, todo es incierto», o te viene otro con «créeme: no hay que creer en ningún hombre»; u otro con «aprende de mí que no es posible aprender; yo te enseñaré». ¿En qué difieren de éstos los que a sí mismos se llaman académicos?

Epicteto: Contra epicúreos y académicos
Contexto Condensado

Adentrémonos un poco, ahora, en la doctrina de Epicuro. Ya tuvimos una defensa del epicureísmo por parte de Thomas Jefferson, Founding Father y tercer presidente de los Estados Unidos, que en una carta a su amigo y ex-secretario William Short le declara: “así como usted, yo también soy epicúreo”. Y no se queda ahí, sino que arremete contra “la hipocresía y el teatro” del estoicismo, cuyo “mayor crimen estuvo en sus calumnias de Epicuro y la tergiversación de sus doctrinas”. Del estoicismo, Jefferson dice que “Epicteto, ciertamente, nos ha dado lo que había de bueno”, y que alguna vez “pensó en traducirlo” porque “nunca había sido tolerablemente traducido al inglés”. Es más, indica que “lo intentó con demasiada premura” en Washington, mientras era presidente.

Ahora, las críticas a las que se refiere el redactor principal de la Declaración de Independencia, las podemos hallar plasmadas en la siguiente disertación de Epicteto, llamada, ni más ni menos, Contra epicúreos y académicos. La leemos a continuación, traducida y anotada por Paloma Ortiz García (1993), para que nadie te cuente por qué a los estoicos no les caía Epicuro; o quizá, todavía menos, su club de fans. Ya sabemos que los fanáticos arruinan cualquier cosa, y de meterse muy temprano a defender una doctrina, la terminan manchando de por vida. La crítica que hace Epicteto de ellos no es dura, es durísima, y cargada de ironías.

(Una nota: se criticaba a Epicuro porque renegaba de los dioses y no confiaba en los sentidos para conocer con certeza, decía que nos engañaban; además, él y sus seguidores, quizá por el estilo de vida y la apertura, eran tomados por débiles y afeminados).

Las Disertaciones de Epicteto, también conocidas como Discursos, nos llegan, no porque las haya escrito el disertador estoico, sino escritas por Flavio Arriano, historiador romano que en su momento fue parte de la administración del imperio en la época del emperador Adriano, siendo gobernador de Capadocia. Epicteto, uno de los tres grandes exponentes del estoicismo junto a Séneca y Marco Aurelio, fue maestro de Arriano, probablemente el año 108 de nuestra era. Se piensa que Arriano compuso esta obra después de la muerte de su maestro (el año 135), mientras era gobernador, para mantener viva su memoria, pero intentando mantenerse lo más cerca posible al pensamiento original. Epicteto, como Confucio, como Sócrates, como Jesús, como Buda, no dejó obra escrita.

Ah, and three more things: su estoicismo vale doble porque fue esclavo del secretario de Nerón. Después de ser liberado viajó a Nicópolis, hoy Grecia, a abrir su escuela. Para conectar esto con lo recientemente publicado, Nicópolis fue fundada por Augusto, primer emperador de Roma, para celebrar su victoria contra Marco Antonio, su ex-socio en el mando, que a su vez fue socio de Julio César y el que persiguió, hasta Grecia, a los conspiradores Casio y Bruto. Nicópolis era una ciudad libre, y allí aparecieron algunas de las primeras sectas cristianas (de las que Jefferson critica en su carta), y algunas de las primeras traducciones al griego del Antiguo Testamento.
Autor: Epicteto (55-135)

Libro: Disertaciones (o, Discursos)
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Discursos,/disertaciones/conferencias dadas entre los años 100 y 135

Traducción de Paloma Ortiz García (1993)

De lo cierto y evidente por necesidad se sirven aún los que lo contradicen. Y casi consideraría uno que esto es la mayor prueba de que algo es evidente, que se descubra que es necesario también para el que lo contradice servirse de ello. Igual que si alguien contradijera que exista un universal verdadero, estaría claro que ése debe hacer la declaración contraria: no hay universal verdadero. Esclavo, tampoco es eso. Pues ¿qué otra cosa es eso sino decir que si hay algún universal es falso? Luego, si alguien viene y te dice: «Date cuenta de que no hay nada cognoscible, sino que todo es incierto», o te viene otro con «Créeme y saldrás ganando: no hay que creer en ningún hombre»; u otro con «Aprende de mí, hombre, que no es posible aprender; yo te lo digo y te lo enseñaré, si quieres». ¿En qué difieren de éstos los que... —¿quiénes diría?— los que a sí mismos se llaman académicos: «Hombres, afirmad que nadie afirma; creednos que nadie cree a nadie»?

Así también Epicuro, cuando pretende refutar la sociabilidad natural de los seres humanos, se sirve de lo que quiere refutar. Pues, ¿qué dice? «No os engañéis, hombres, ni os distraigáis ni os disperséis: no hay sociabilidad natural de los seres humanos. Creedme. Los que dicen otra cosa os engañan y se equivocan en sus razonamientos».[1]

¿Y a ti qué te importa? Deja que nos engañemos. ¿Acaso te librarás de un mal mayor si todos los demás creemos que tenemos una sociabilidad común y que hay que preservarla por todos los medios? ¡Pues mucho mejor y más seguro! Hombre, ¿por qué te preocupas por nosotros, por qué velas por nosotros, por qué enciendes el candil, por qué madrugas, por qué compones tales libros? ¿Por si alguien se engañara respecto a los dioses, creyendo que se ocupan de los hombres, o por si alguien supusiera que hay otra esencia del bien distinta del placer? Pues si es así, échate a dormir y haz lo que el gusano, que es de lo que tú mismo te crees digno: come, bebe, fornica, caga y regüelda.

¿A ti qué te importa que los otros tengan ideas acertadas o desacertadas sobre eso? ¿Qué más nos da a ti y a nosotros? ¿Te importa de las ovejas que se nos ofrezcan para ser esquiladas, ordeñadas y, por último, degolladas? ¿No sería deseable que los hombres, seducidos y hechizados por los estoicos, pudieran adormecerse y ofrecerse a ti y a otros por el estilo para ser esquilados y ordeñados?

A tus compañeros de secta habrías de decirles eso y no ocultárselo a ellos, sino, mucho mejor, convencerles antes que a cualquiera de que somos por naturaleza sociables, de que la continencia es un bien, para que te hicieran caso en todo. ¿O ante unos hay que guardar esa sociabilidad y ante otros no? Entonces, ¿ante quién hay que observarla? ¿Con los que, a su vez, la observan o con los que la contravienen? ¿Y quiénes la contravienen más que vosotros, que discurrís esas cosas?

¿Qué era, entonces, lo que le despertaba de su sueño y le obligaba a escribir lo que escribía? ¿Qué otra cosa sino lo más fuerte que hay en el hombre, la naturaleza, arrastrándolo hacia sus designios aun contra su voluntad y gimiendo? Puesto que tienes esas ideas antisociales, escríbelas y transmítelas a otros, vela por ellas y sé tú con tu acción el acusador de tus propias doctrinas. Decimos que Orestes despertaba del sueño movido por las Erinias. ¿No eran más duras las Erinias y las Penas de éste? Cuando dormía le despertaban y no le dejaban en paz, sino que le obligaban a notificar sus desdichas, como a los galos el furor y el vino.[2] Tan fuerte e invencible es la naturaleza humana. ¿Cómo puede la viña comportarse no como una viña, sino como un olivo, y, al revés, el olivo no como un olivo, sino como una viña? Imposible, impensable. Por tanto, tampoco es posible que el hombre haga desaparecer por completo su comportamiento humano y a los castrados no se les pueden amputar los deseos viriles. Así también a Epicuro le amputaron lo que tenía de viril y de cabeza de familia y de ciudadano y de amigo, pero los deseos humanos no se los amputaron; y es que no era posible, igual que los desdichados académicos no pueden rechazar ni cegar sus sensaciones aunque se hayan esforzado en ello por encima de todo.[3]

¡Qué desgracia que alguien que ha recibido de la naturaleza medidas y cánones para el conocimiento de la verdad no se dedique a aplicarlos a estas cosas y a añadir lo que falta, sino, muy al contrario, intente destruir y echar a perder lo que pueda poseer de conocimiento de la verdad!

—¿Qué dices, filósofo? ¿Qué te parece que son lo piadoso y lo sagrado?

—Si quieres, afirmaré que son un bien.

—Sí, afírmalo, para que nuestros ciudadanos, convirtiéndose, honren lo divino y dejen de una vez de ser despreocupados en lo de más importancia.

—¿Has captado las razones para afirmarlo?

—Las he captado y te doy las gracias.

—Puesto que eso te agrada tanto, acepta también lo contrario: «Que los dioses no existen y, si existen, no se preocupan de los hombres ni hay nada en común entre nosotros y ellos, y que eso de la piedad y la santidad de que hablan la mayor parte de los hombres es una mentira de hombres fanfarrones y sofistas y, ¡por Zeus!, legisladores para temor y recato de malhechores».[4]

— ¡Bien, filósofo! Has beneficiado a nuestros ciudadanos; rescata ahora a los jóvenes que ya se inclinan al desprecio de lo divino.

—Entonces, ¿qué? ¿No te agrada? Acepta ahora que la justicia no es nada, que la modestia es estupidez, que un padre no es nada, que un hijo no es nada.[5]

— ¡Bien, filósofo! Persiste, convence a los jóvenes, para que tengamos más que sientan y digan lo mismo que tú. A partir de esos razonamientos se engrandecieron nuestras ciudades bien gobernadas: Lacedemonia surgió gracias a esos razonamientos;[6] Licurgo les inculcó por medio de sus leyes y su educación ese convencimiento de que ni ser esclavos es más deshonroso que bello ni ser libres más bello que vergonzoso; los que murieron en las Termópilas murieron por esa doctrina;[7] pero, ¿por qué otros razonamientos abandonaron los atenienses su ciudad?[8]

—Y luego, los que dicen esas cosas se casan y tienen hijos y participan en política y se hacen a sí mismos sacerdotes y profetas... ¿de qué? ¿De lo que no existe? Y consultan ellos mismos a la Pitia para enterarse de mentiras e interpretar los oráculos a los otros. ¡Que gran desvergüenza y charlatanería!

—Hombre, ¿qué haces? ¿Te refutas a ti mismo todos los días y no quieres abandonar esos fríos epiqueremas?[9] Al comer, ¿a dónde llevas la mano? ¿A la boca o al ojo? Al lavarte, ¿dónde te metes? ¿Acaso llamas a la olla plato o a la cuchara asador? Si yo fuera esclavo de uno de ésos, aunque fuera menester que me desollara a diario, yo le atormentaría constantemente.

—Muchacho, pon aceite en el baño.

Yo cogería un poco de salmuera e iría y se la echaría por la cabeza.

—¿Y eso por qué?

—Me dio la impresión de que era indiscernible del aceite, parecidísima, ¡por tu suerte!

—Dame la tisana.

Y le llenaría un plato de encurtidos y se los llevaría.

—¿No te he pedido la tisana?

—Sí, señor. Esto es la tisana.

—¿No ves que son encurtidos?

—¿Por qué no tisana?

—Toma y huele, toma y pruébalo.

—¿Por qué lo sabes, si los sentidos nos engañan?

Si tuviera tres o cuatro compañeros de esclavitud de la misma opinión, le haría reventar y colgarse o cambiar. Pero, en realidad, se burlan de nosotros sirviéndose de todos los dones de la naturaleza, aunque de palabra los estén destruyendo.

¡Menudos hombres agradecidos y reverentes! Si no otra cosa, todos los días, mientras comen pan, se atreven a decir: «No sabemos si existe alguna Deméter, o Core o Plutón».[10] Por no mencionar que, disfrutando de la noche y del día, del cambio de las estaciones, de los astros, del mar y la tierra y de la cooperación humana, no se convierten ni un poco por ninguna de esas cosas, sino que sólo buscan vomitar su problemita y, una vez ejercitado el estómago, irse al baño. Lo que hablen y sobre qué o con quién y lo que saquen de esos razonamientos no les preocupa ni pizca: ni que algún joven bien nacido al oír esas palabras experimente algo bajo su influjo o que al experimentarlo eche a perder toda simiente de su nobleza, ni que ofrezcamos a algún adúltero ocasión para que deje de avergonzarse de sus obras, ni que alguno de los que roban al erario público saque algún pretexto de estas palabras, ni que alguno de los que se despreocupan de sus propios padres se envalentone con ellas.

Entonces, ¿qué es, según tú, bueno o malo o hermoso? ¿Lo uno o lo otro? Entonces, ¿qué? ¿Todavía llevará alguien la contraria a uno de éstos o le dará razones o las recibirá o intentará hacerle cambiar de opinión? Mejor esperaría uno, ¡por Zeus!, hacer cambiar a los maricas que a los que se han vuelto tan sordos y tan ciegos.


  1. Epicuro, fragmento 523 (fragmentos de origen conocido recopilados por Usener). ↩︎

  2. Los sacerdotes de Cibeles (Gallói) eran bien conocidos en Roma desde la época de la República, pues se les veía con frencuencia recorrer las calles vestidos de blanco y llevando en procesión la imagen de la diosa. Antes de entrar al servicio de la misma se autoemasculaban en señal de pureza. ↩︎

  3. Crítica a las posturas epistemológicas de los académicos (que decían que no podemos conocer nada). ↩︎

  4. Epicuro, fragmento 368. ↩︎

  5. Epicuro, fr. 511. ↩︎

  6. Irónico, igual que las frases que siguen. ↩︎

  7. Nota de Conectorium: Los famosos espartanos que inspiraron la película 300, que pelearon contra Jerjes el año 480 a.C. ↩︎

  8. Los atenienses abandonaron Atenas en 480 y 479 a. C. para no someterse a los persas. ↩︎

  9. Véase n. a libro 1, 8. Hasta aquí critica Epicteto el desprecio epicúreo de las normas morales y de la sociabilidad humana y a partir de aquí critica de nuevo la negación de la posibilidad del conocimiento que sostenían los académicos. ↩︎

  10. Deméter dio a los hombres los cereales y les enseñó a cultivarlos. Su hija Core, raptada por Plutón, con el que se desposó, pasaba parte del año en el reino infernal de su marido y parte en la tierra, con su madre, lo que hace de ella una imagen mítica del grano de cereal. ↩︎


Cita a:

Epicuro - Conectorium
Ἐπίκουρος (Epikouros, «aliado» o «camarada»), también conocido como Epicuro de Samos (341 a. C. – Atenas, 270 a. C.), fue un filósofo griego. Estableció su propia escuela en Atenas, conocida como el “Jardín”, donde permitió la entrada de mujeres, prostitutas y esclavos. Los aspectos más destacados d…

Referenciado por:

Thomas Jefferson: yo también soy epicúreo
Así como usted, yo también soy epicúreo. Considero que las doctrinas genuinas de Epicuro contienen todo lo que hay de racional en la filosofía moral que nos han dejado Roma y Grecia. Epicteto nos ha dado lo que había de bueno en los estoicos; todo lo demás, lo de sus dogmas, es hipocresía y teatro.

Complementar con:

Epicuro: Sobre la felicidad
Cuando decimos que el placer es la única finalidad, no nos referimos a los placeres de los viciosos y libertinos, como afirman algunos que desconocen nuestra doctrina o no están de acuerdo con ella o la interpretan mal, sino al hecho de no sentir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma.
Séneca: Sobre la felicidad y Epicuro
Por esto no diré, como la mayoría de los nuestros, que la escuela de Epicuro es maestra de infamias, sino que digo: tiene mala reputación, tiene mala fama, y no la merece. El que llama felicidad al ocio perezoso y a los goces de la gula y la lujuria, busca un buen apoyo para una mala causa.