El celibato y el Vaticano, con Ralph M. Wiltgen

Últimamente se han multiplicado en la prensa historias, entrevistas y comentarios extravagantes sobre la ley del celibato eclesiástico. Estamos autorizados para hacer las siguientes aclaraciones: tras un riguroso examen de los motivos, la ley va a conservarse intacta y en pleno vigor...

El celibato y el Vaticano, con Ralph M. Wiltgen
Sesión del Concilio Vaticano II
Contexto Condensado

El celibato ha sido tema —o excusa— central en los dos grandes divorcios de la Iglesia católica. En 1054, por motivos políticos y como catarsis de una discusión que había empezado cinco siglos antes, en el Cisma de Oriente y Occidente, la cosa se dividió entre la Iglesia católica apostólica romana y la Iglesia católica apostólica ortodoxa; para los ortodoxos el celibato era innegociable, para los latinos o romanos había y hay todavía excepciones: long story, short: se pueden ordenar como sacerdotes a hombres casados, siempre y cuando no vuelvan a tener sexo con sus esposas. Que sean continentes. No biggie.

Castidad es una cosa —“abstinencia de todo goce sexual”—, celibato es otra —“soltería”—. Si te gusta «la vida de soltero» y no te querés casar, técnicamente podrías andar diciendo que sos célibe, porque el celibato se demanda para comprometerse con una causa y vos estarías comprometido con la tuya; pero el celibato es “soltería” con un addendum: “especialmente la de quien ha hecho voto de castidad”. Las Iglesias demandan este voto para evitar distracciones, para que la única preocupación del sacerdote sea, en terminología corporativa, atraer leads, tener una buena tasa de conversión y una tasa de retención alta con un churn muy bajo (evangelizar y administrar fieles). Las Iglesias no quieren que el sacerdote se preocupe de cosas mundanas como mantenerse a sí mismos y a su familia, y mantenerla unida, y equilibrar los intereses de su trabajo con los del bienestar familiar; quieren a los curas con la menor cantidad de preocupaciones posibles para que puedan hacer mejor su trabajo, como cualquier empleador. En palabras de Pablo VI: “gracias a él, los sacerdotes pueden consagrar todo su amor sólo a Cristo y dedicarse total y generosamente al servicio de la Iglesia y al cuidado de las almas”.

Se demanda celibato porque se demanda castidad: si no estás casado obviamente que el sexo está prohibido (en teoría). Y aún con la excusa perfecta para no comprometerte con nadie («no puedo, soy cura»), se pide castidad porque si fueras libre de mantener relaciones sexuales cuando quisieras y con quien quisiera, le dedicarías tiempo, energía y recursos a conseguir a alguien que se ajuste a tus necesidades, como lo hacen los solteros. Aunque el discurso es que se pide el celibato para seguir mejor los pasos de Jesús, que no se casó y que el lazo más cercano que tuvo con María Magdalena fue el de Maestro-discípula.

En la película Los Dos Papas, que novela la transición entre el Papa Benedicto XVI y el actual Papa Francisco, una parte importante de la trama es la confesión de cada uno con el otro. Bergoglio escucha a un contrariado Ratzinger contar cómo no hizo nada con la información que tuvo sobre el abuso de niños —sobre todo por un sacerdote en particular—, y el hincha de San Lorenzo reacciona con estupor. Varias escenas antes, el reformista le había recordado al conservador que “San Pedro era casado”, y que “no le pedimos a los sacerdotes que sean célibes hasta el siglo 12”, desde el II Concilio de Letrán en 1139.

Y sin embargo en la vida real, Francisco dijo en 2019, citando las palabras del Papa Pablo VI en la década de 1960: “Prefiero dar la vida antes que cambiar la ley del celibato”. Pero entre el 2019 y hoy hay una pandemia y varios escándalos de por medio, y hace pocas semanas, en una entrevista para Infobae, se ha visto presa y carne de una contradicción. Ante la pregunta sobre si se “imagina la existencia de sacerdotes con la posibilidad de estar casados”, responde que “en la iglesia católica hay sacerdotes casados: todo el rito oriental es casado. Todo. Todo el rito oriental”, que depende del papado y no de la Iglesia ortodoxa, que ve al Papa no como infalible, sino simplemente como el Obispo de Roma y ahora como el primero de los quince patriarcas. Continúa éste: “Acá en la Curia tenemos uno [casado] —hoy mismo me lo crucé— que tiene su señora, su hijo. No hay ninguna contradicción para que un sacerdote se pueda casar. El celibato en la Iglesia occidental es una prescripción temporal”. Abrió la puerta a la revisión del tema, que no se termina de cerrar desde el siglo 12, y que fue excusa importante de lo que sucedió en Europa los siglos 15 y 16.

En la Reforma protestante, que bañó con sangre al Viejo Continente porque sus líderes y fieles decidieron que era noble y santo masacrarse entre hermanos, por décadas, para determinar así quién vivía más acorde al amor que predicó Cristo, y porque un rey inglés quería divorciarse —una vez, y otra vez, y otra vez, y otra vez, y cortarle la cabeza a sus ex mujeres—, la Iglesia vio separarse de ella a varias congregaciones que no tienen una estructura formal ni una cabeza única, y que desarrollaron la idea de la “iglesia invisible”. Esta agrupación de iglesias no sólo no reconoce la infalibilidad papal, sino tampoco la autoridad de los patriarcas ortodoxos. La mayoría no quiere ni escuchar de la alocada idea de comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre. A la Virgen María no le rinden ningún tributo especial. Tampoco gustan de venerar imágenes, y como contraposición nació el maximalismo del barroco. No rezan por los muertos porque no aceptan el purgatorio, y tampoco escuchan confesiones. Y el celibato no es una petición expresa, sino al contrario, la imagen común del pastor protestante es la de un hombre de familia.

El celibato fue un tema central de la Reforma impulsada por Martín Lutero, que se casó con una ex monja católica y que llamó al Papa de anticristo (no se puede quejar de su excomunión). Lutero abogó por la abrogación de este voto: “estoy determinado a atacar los votos de los religiosos y liberar a los jóvenes de este infierno del celibato inmundísimo y condenabilísimo a causa del prurito y de las poluciones”, escribió, haciendo eco de lo que postulaban algunos de sus compañeros y antecesores en la lucha de protesta.

Otros quinientos años después, imagino que el celibato seguirá siendo tema central de otro cisma, uno entre quienes quieren abolirlo —aprovechando la ocasión para cambiar también otras cosas— y quienes quieren dejar las cosas más o menos como están. Según encuestas, la proporción entre quienes están a favor y en contra de abolir el celibato es 60-40. En la división habrán herejes, y los debates y la propaganda pasarán de panfletos, cartas y obritas a tuits, mensajes de Whatsapp y blogposts. Y el tema central será: ¿cómo hacemos para que los sacerdotes dejen de abusar niños? Creemos que la abolición del celibato puede ser una salida; que el sexo y la responsabilidad de un matrimonio y una familia pueden ayudar al Dios que todo lo ve a reprimir los accesos irracionales e imperdonables de esos sacerdotes católicos. En las iglesias protestantes y la ortodoxa hay casos de abusos de menores, pero, o no son tantos ni de cerca, o se esconden muy bien. Lo mismo con el budismo, donde el celibato se practica desde antes de Cristo, como sucedía en algunos casos en el hinduismo y el judaísmo; pero ahora los brahmanes se pueden casar (y más de una vez), como también pueden los presbíteros ortodoxos, y los rabinos no sólo pueden sino que están obligados a hacerlo. Y de los monjes budistas no hablaríamos si no fuera por el reciente “now suck my tongue” del Dalai Lama, luego de besar a un niño en la boca.

Hay cerca de 500 millones de budistas en el mundo, y apenas 20 millones de fieles judíos; 1200 millones son los hinduistas, más o menos los mismos que los católicos romanos, que componen cerca de la mitad del total de los cristianos —cerca de 2400 millones—, donde 800 millones serían protestantes y 300 millones ortodoxos. Un dato curioso es que en las tres grandes ramas del cristianismo, que tienen números muy diferentes de fieles, se mantiene el mismo número relativo de miembros en su clérigo: medio millón de personas para cada una, con los ortodoxos estando incluso un poquito arriba del promedio.

“La ley del celibato”, escribe Montesquieu a mediados del siglo 18, “indudablemente llegaría a ser perjudicial donde el clero fuese demasiado numeroso”.

Voltaire fue más fuerte: “Si hubiera vivido en nuestros días Sexto Empírico y visto a dos o tres jóvenes jesuitas abusando de sus alumnos, ¿se hubiera creído con derecho a decir que les permitían este juego las Constituciones de Ignacio de Loyola? Séame permitido hablar aquí del amor socrático del reverendo padre Policarpo, un carmelita de la pequeña ciudad de Gex [Grecia], que el año 1771 enseñaba religión y latín a una docena de pequeños escolares. Era al mismo tiempo su confesor y su maestro, y luego ejerció con todos ellos un nuevo empleo. Difícilmente se podrían haber tenido ocupaciones más espirituales y temporales. Todo se descubrió: se retiró a Suiza, país que está muy lejos de Grecia. Estas diversiones son bastante comunes entre maestros y alumnos. Los monjes encargados de educar a la juventud siempre fueron aficionados a la pederastia; es consecuencia necesaria del celibato al que se ven condenados estos pobres.”.

Puertas adentro, porque la Iglesia romana no quiere que esto se debata en público, el tema del celibato lleva discutiéndose con mucha fuerza desde la década de 1960. Entre los cuestionadores más fuertes hay, para sorpresa de nadie, holandeses, alemanes y jesuitas —Orden a la que pertenece el Papa— que se han expresado abiertamente sobre el tema, pidiendo su abolición (e incluso algunos cuestionando la transubstanciación). Pero si uno es reacio a cambiar sus costumbres, cambiar una costumbre de miles de años es tarea monumental.

El celibato y la castidad son, en teoría, demandas y sacrificios muy nobles, pero en la práctica están derrumbando desde adentro el santo mensaje de Jesús, y lo único que es verdaderamente importante en el fondo, más allá de todas las discusiones y guerras para determinar su forma: «mi gente, amen, “así, sin punto”; hagan a los demás lo que les gustaría que hagan con ustedes; sólo en el amor y el respeto al prójimo van a conocer a Dios». Todo lo demás es parafernalia.
Ahora vamos al Concilio Vaticano II, el número 21 y el último de su especie —hasta ahora— que empezó en Nicea el año 325. Fue un llamado a revisar la relación de la Iglesia con el mundo contemporáneo hecho por el Papa Juan XXIII en enero de 1959, quien presidió la primera reunión en octubre de 1962; las otras tres las presidió el Papa Pablo VI; el Concilio terminó en diciembre de 1965. Ya podés adivinar uno de los temas claves.

Nos lo cuenta el padre estadounidense Ralph M. Wiltgen, en su libro de 1966 El Rin desemboca en el Tiber (traducido por Carmelo López-Arias), donde este sacerdote cuenta lo ocurrido dentro del Concilio en el que él estuvo presente, empujado por la “poor performance” de la Oficina de prensa de la Santa Sede.

Autor: Ralph M. Wiltgen

Libro: El Rin desemboca en el Tiber (1951)

Cuarta Sesión

Sección: El celibato sacerdotal

Las sensacionalistas e infundadas noticias de que el Concilio podría permitir casarse a los sacerdotes católicos provocaron que muchas personas en todo el mundo creyesen que el Concilio tomaba realmente esa decisión. Ni la prensa ni el público parecieron comprender que los Padres conciliares daban tan por sentado el celibato que ni siquiera tenían intención de plantear el tema en ninguno de los decretos. Y precisamente porque la prensa magnificó el asunto y esparció tanta confusión sobre él, el Concilio se vio constreñido a proclamar el celibato con más fuerza que nunca en la historia de la Iglesia. El Concilio insistió sobre la importancia, necesidad y obligación del celibato perpetuo para los sacerdotes del rito latino, y exhortó al clero casado de rito oriental a vivir modélicamente.

La conferencia episcopal de Francia fue la primera en reaccionar contra la difusión de la confusión, remitiendo a la prensa la siguiente declaración el 15 de noviembre de 1963:

“Dado que algunos obispos son partidarios de conferir el diaconado a hombres casados, informaciones fantasiosas han asegurado que la Iglesia camina progresivamente hacia el matrimonio de los sacerdotes. Comprendiendo la confusión que tales noticias pueden crear en la mente del pueblo, el episcopado francés declara unánimemente que esas afirmaciones son completamente falsas. De los cientos de intervenciones en el Concilio, ninguna ha contemplado la posibilidad de cambio alguno en la ley del celibato sacerdotal tal como se practica en la Iglesia latina. A pesar de casos lamentables que puedan tener lugar, la Iglesia latina no tiene la más mínima intención de abandonar una ley que, aunque tenga su origen en la Iglesia, tiene su fuente principal en los Evangelios y en la completa donación de sí mismo del sacerdote a Cristo y a la Iglesia”.

Y una reacción todavía más vigorosa llegó entre la segunda y la tercera sesión por parte de los obispos de Alemania, Austria, Suiza, Luxemburgo y Escandinavia. En Innsbruck, en mayo de 1964, prepararon sus comentarios oficiales a las proposiciones sobre los sacerdotes. Puesto que las proposiciones no contenían nada sobre la ley del celibato, el cual habían puesto en cuestión “la opinión pública y ciertos católicos”, decidieron aportar una correcta explicación de su significado en orden a clarificar el asunto para el público, y prepararon un texto a tal efecto. En la misma reunión, estos Padres conciliares examinaron las proposiciones sobre la formación en el seminario. El esquema original sobre este tema contenía un párrafo sobre la formación para el celibato, pero al ser abreviado, este párrafo había desaparecido. La conferencia de Innsbruck llamó la atención sobre esa supresión y pidió que el asunto se reintrodujese en forma de una declaración sobre el tipo de formación exigido por quienes quieren ligarse a sí mismos por la ley del celibato. Esta sugerencia fue atendida.

Las proposiciones sobre los sacerdotes estaban en la agenda de la tercera sesión y fueron incluidas en el orden del día del martes 13 de octubre de 1964. Dos días antes, la siguiente Declaración apareció en L’Osservatore Romano:

“Últimamente se han multiplicado en la prensa historias, entrevistas y comentarios extravagantes sobre la ley del celibato eclesiástico. Estamos autorizados para hacer las siguientes aclaraciones: la ley va a conservarse intacta y en pleno vigor. En cuanto a los casos en que se han declarado nulas e inválidas las órdenes sagradas y sus obligaciones consiguientes, o en que se han concedido dispensas, se ha hecho en conformidad con la práctica canónica y la disciplina de la Iglesia. Existen procesos regularmente establecidos que la Iglesia acostumbra utilizar para examinar y juzgar esos casos. La Iglesia determina si existen ciertas razones que prueban o no prueban la validez de las obligaciones asumidas por quienes han recibido las Sagradas Órdenes. También determina las obligaciones de los sacerdotes válidamente ordenados que se han hecho indignos de pertenecer al clero. Un juicio de nulidad o una eventual dispensa de las obligaciones, obtenidas tras un riguroso examen de los motivos, lejos de debilitar la sagrada ley del celibato sirven más bien para garantizar su integridad y salvaguardar su prestigio”.

Desde luego, tal afirmación no podía haber aparecido en el periódico oficioso del Vaticano en aquel momento sin conocimiento y aprobación del Papa Pablo VI.

El arzobispo François Marty, de Reims (Francia), presentó las proposiciones sobre el sacerdocio a la asamblea general en nombre de la Comisión para la Disciplina del Clero y de los Fieles. Explicando por qué los Padres conciliares habían recibido un texto revisado de las proposiciones, el arzobispo dijo: “puesto que muchas voces confusas se están haciendo oír hoy día atacando el sagrado celibato, ha parecido muy oportuno confirmar expresamente el celibato y explicar su extraordinario significado en la vida y el ministerio del sacerdote”.

El epígrafe 2 de las proposiciones nuevamente revisadas exhortaba a “aquellos que han prometido observar el sagrado celibato, confiando en la gracia de Dios”, a ser firmes en él con magnanimidad y entusiasmo. Debían perseverar fielmente en ese estado, con la alegría de estar inseparablemente unidos a Cristo por medio del celibato (I Cor. 7, 32-34), y más libres para servir a la familia de Dios.

Tras el debate en el aula conciliar, las proposiciones fueron revisadas por la comisión competente y devueltas a los Padres conciliares el 20 de noviembre, víspera de la conclusión del tercer periodo. Las diez líneas sobre el celibato y la “castidad perfecta” habían aumentado hasta ochenta, y en torno a esta sección del esquema se desarrollaba progresivamente una espiritualidad propia de los sacerdotes. Esto nunca habría sucedido de no ser por la gran confusión provocada por la prensa y por las campañas contrarias al celibato. Aún se hizo otra revisar entre la tercera y la cuarta sesiones, y el esquema había cambiado tanto que tuvo que ser discutido de nuevo en su totalidad.

Cuando resultó evidente que el Concilio no consideraría seriamente permitir que los sacerdotes se casasen, se recibió una nueva sugerencia: que se permitiese la ordenación de hombres casados. Los defensores de esta propuesta basaban su argumentación en que el Concilio, al final de la tercera sesión, había decretado que el diaconado podría conferirse, con el consentimiento del Romano Pontífice, a hombres de edad madura, aunque viviesen en matrimonio. Si hombres casados de edad madura podían convertirse en diáconos, argüían, ¿por qué no podían también acceder al sacerdocio?

Un Padre conciliar intervino públicamente en la materia a principios de la cuarta sesión. Fue el obispo holandés Pedro Koop, de Lins (Brasil), quien distribuyó ampliamente una intervención sobre el asunto que planeaba leer en el aula conciliar. Esta intervención comenzaba: “si queremos salvar a la Iglesia en nuestras regiones de Iberoamérica, debe introducirse entre nosotros tan pronto como sea posible un clero de hombres casados, formado por nuestros mejores hombres casados, pero sin introducir ningún cambio en la vigente ley del celibato”.

Para mostrar la necesidad de sacerdotes, utilizó el mismo argumento estadístico que el obispo Kémérer, de Posadas (Argentina), había empleado durante la segunda sesión en relación al diaconado de hombres casados. También dijo que la Iglesia estaba obligada por mandato divino a evangelizar y santificar el mundo, y que el Pueblo de Dios tenía “estricto derecho a recibir el Evangelio y a llevar una vida sacramental. Es un verdadero derecho, que ninguna ley humana puede eliminar. En justicia, la Iglesia debe respetarlo”. Como conclusión, hizo la terrible profecía de que la Iglesia en Iberoamérica se colapsaría si el Concilio no “abría la puerta a la posibilidad de conferir el sagrado sacerdocio a laicos idóneos unidos en matrimonio desde al menos cinco años”.

La propuesta tenía ciertos precedentes, pues el Papa Pío XII [predecesor de Juan XIII] había permitido que pastores luteranos alemanes casados convertidos a la religión católica se ordenasen sacerdotes y conservaran el uso de sus derechos matrimoniales. Juan XXIII y Pablo VI habían hecho lo mismo.

Un grupo de ochenta y un intelectuales de todo el mundo, hombres y mujeres, prestaron un apoyo indirecto a la proposición distribuyendo entre los Padres conciliares una carta en que abogaban enérgicamente para que se permitiese a hombres casados ser sacerdotes, y a los sacerdotes casarse. Sus razones contra el celibato eran: la escasez de sacerdotes, su propio descontento con “la forma en que muchos sacerdotes se adaptan a su voto de celibato” y su convicción de que los sacerdotes encuentran cada vez más difícil irradiar la nueva gloria a la Iglesia en un estado de celibato”.

El 11 de octubre, dos días antes de que se discutiese el nuevo esquema sobre el sacerdocio, el Secretario General interrumpió la sesión para anunciar que se debía leer a los Padres conciliares una carta especial del Papa Pablo al Cardenal Tisserant. En su carta, el Papa decía que había tenido conocimiento de que algunos Padres conciliares pretendían someter a debate en el aula conciliar la cuestión del celibato del clero de rito latino, y en consecuencia él deseaba hacer pública su propia opinión al respecto, sin limitar por eso la libertad de los Padres conciliares.

Abordar el asunto en el aula conciliar, escribía el Papa, era equivalente a tratarlo ante la opinión pública. En su opinión, ello no era conveniente, dada la delicadeza que exigía el tratamiento del celibato y la extrema importancia que tenía para la Iglesia. Personalmente, él estaba resuelto a que el celibato no sólo se preservase en la Iglesia latina, sino que su observancia se reforzase, pues por su medio “los sacerdotes pueden consagrar todo su amor sólo a Cristo y dedicarse total y generosamente al servicio de la Iglesia y al cuidado de las almas”. Los Padres conciliares interrumpieron en este momento la lectura con un caluroso y prolongado aplauso.

El Papa finalizó pidiendo a cualesquiera Padres conciliares que tuviesen algo especial que decir sobre el asunto que lo hiciesen por escrito, y remitiesen sus opiniones a la Presidencia del Concilio. Las observaciones le serían entonces trasladadas a él, y prometía “examinarlas atentamente delante de Dios”. Una vez más, una salva de aplausos recorrió la estancia.

Tras continuar la discusión en el aula conciliar, el esquema sobre el sacerdocio fue devuelto a la comisión apropiada para su revisión. La votación tuvo lugar los días 12 y 13 de noviembre. Las secciones sobre el celibato, la humildad y la obediencia fueron aceptadas por 2005 votos a 65. En la duodécima votación, en la cual se permitieron ver afirmativos con observaciones, 123 Padres conciliares pidieron una modificación del texto del epígrafe 16, donde el esquema afirmaba que el presente Concilio “de nuevo aprueba y confirma” la ley del celibato de los sacerdotes. Querían que el documento se modificase para decir que el Concilio “no hace ningún cambio” en la ley. Su argumento; que la modificación de las circunstancias podía impulsar a un futuro Papa a abolir el celibato, y en tal caso, si el Concilio Vaticano II reforzaba la ley, tal resolución papal tendría que ir contra el Concilio actual.

Es muy posible que esta observación fuese preparada por el Padre Stanislaus Lyonnet, S.I. [jesuita], decano de la Facultad de Sagradas Escrituras del Instituto Bíblico en Roma, quien cinco meses antes había publicado un estudio de seis páginas advirtiendo que la redacción del esquema “cerraría la puerta para siempre” al matrimonio de los sacerdotes. Su estudio incluía todos los argumentos contenidos en la observación, muy parecidos a los empleados también por el obispo Koop.

La respuesta de la Comisión a esta observación fue terminante: alterar la redacción como se pedía supondría “una alteración sustancial de un texto ya aprobado por el Concilio”; más aún, decía, las razones aportadas en favor de dicha enmienda no eran válidas.

Sin embargo, la Comisión aceptó otras dos observaciones preparadas por el Secretariado de Obispos y propuestas por 332 y 289 Padres conciliares, respectivamente. Según estos Padres conciliares, el esquema daba a entender que “la única o principal razón teológica para el celibato era su valor como símbolo y testimonio”. Consideraban que esto contradecía la Constitución dogmática sobre la Iglesia y el Decreto sobre la Adecuada Renovación de la Vida Religiosa, ambos ya aprobados y promulgados. Según estos dos documentos, argüían, la razón fundamental para la observancia del celibato era que hacía posible una consagración más íntima a Cristo. La teoría del “simbolismo” avanzada por los cardenales Döpfner y Suenens, que ya había sido degradada en la escala de valores expuesta en los dos documentos que siguieron a la campaña previa del Secretariado de Obispos, también fue desacreditada en el esquema sobre la vida de los sacerdotes como consecuencia de esta campaña. La Comisión admitió la contradicción, y modificó el texto.

En su forma final, el esquema sobre el ministerio y vida de los presbíteros afirmaba que “por la virginidad o celibato conservado por el reino de los cielos, [los presbíteros] (...) manifiestan delante de los hombres que quieren dedicarse al ministerio que se les ha confiado”. El esquema decía después que “cuando más imposible les parece a no pocas personas la perfecta continencia en el mundo actual, con tanta mayor humildad y perseverancia pedirán los presbíteros, juntamente con la Iglesia, la gracia de la fidelidad, que nunca ha sido negada a quienes la piden (...). Ruega, por tanto, este sagrado Concilio, no sólo a los sacerdotes, sino también a todos los fieles, que aprecien cordialmente este precioso don del celibato sacerdotal y que pidan todos a Dios que Él conceda siempre abundantemente ese don a su Iglesia”.

El 2 de diciembre, el Concilio aprobó la forma en que la Comisión había tratado las observaciones por 2243 votos contra 11. En la votación final en presencia del Papa Pablo, en la sesión pública del 7 de diciembre, el resultado fue de 2390 votos contra 4. Luego el Papa Pablo promulgó el Decreto sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros.


I Corintios, 7:32-34; epístola escrita por Pablo de Tarso:

“Sin embargo, quiero que estén libres de preocupación. El soltero se preocupa por las cosas del Señor, cómo puede agradar al Señor. Pero el casado se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, y sus intereses están divididos. La mujer que no está casada y la virgen se preocupan por las cosas del Señor, para ser santas tanto en cuerpo como en espíritu; pero la casada se preocupa por las cosas del mundo, de cómo agradar a su marido”.

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#inglés#cristianismo#celibato