Eduardo Galeano: el fútbol: bandera, opio de los pueblos, negocio y política

La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí. Este mundo de fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable.

Eduardo Galeano: el fútbol: bandera, opio de los pueblos, negocio y política
Contexto Condensado

Empieza el mundial de Qatar 2022 y, mientras dure, los lunes hablamos de fútbol.

Empezamos con Eduardo Galeano, a quien ya hemos tenido en nuestra mini-serie sobre fanatismo describiendo al hincha y al fanático de fútbol en su libro El Fútbol a Sol y Sombra, de 1995. En 1968 ya había publicado Su Majestad el Fútbol. De la mano de este crítico amante de la pelota, comenzamos a rendir honores al deporte Rey en este mundial a puro sol. Lo hacemos publicando todo lo que viene antes del hincha y el fanático en el susodicho libro de Galeano:

1) El prólogo, que nace con un: “todos los uruguayos nacemos gritando gol”.

2) El fútbol, donde Eduardo llora “el triste viaje del placer al deber”, y el paulatino hecho inevitable de todo lo que atrae a las masas: la transformación del juego en industria.

3) ¿El opio de los pueblos? Pregunta ineludible en todo ensayo futbolero.

4) La pelota como bandera: a pesar de la prohibición de la FIFA de que la política no debe inmiscuirse en las federaciones, no queda duda de que el fútbol industrializado de ahora es político. Los últimos mundiales de Qatar, Rusia, Brasil, Sudáfrica, todos han sido fruto de decisiones políticas (para no ir más lejos).

Y yendo más lejos, Galeano se remonta a los mundiales ganados por la Italia de Mussolini en 1934 y 1938, y habla, exagerando los hechos, sobre el famoso Partido de la Muerte jugado en Kyiv en 1942, entre el Dínamo y una selección de soldados. Según Galeano, “la selección de Hitler” había advertido: Si ganan mueren. Y ganaron, “no pudieron aguantarse las ganas de ser dignos. Los once fueron fusilados con las camisetas puestas, en lo alto de un barranco, cuando terminó el partido”.

En realidad no era el Dínamo de Kyiv sino el FC Start, que tenía 8 jugadores del Dínamo, (que antes habían peleado en la guerra, y ya muchos habían sido aprehendidos por los nazis). El FC Start no ganó sólo ese partido sino varios antes, y a varios regimientos militares, y el ejército alemán, invasor de Ucrania en ese entonces, no quería que los resultados envalentonaran a la población. El penúltimo partido que jugaron fue “el de la muerte”: ganaron 5-3, errando goles a propósito, y con el árbitro pitando el final antes de los 90 minutos. Hubo un partido más y, como en el anterior, ya sabían que estaban amenazados, que tenían el arbitraje en contra, y aún así se negaron a hacer el saludo nazi—y ganaron 8-0. Una semana después los jugadores fueron arrestados, algunos murieron bajo tortura inmediatamente, otros en campos de concentración, y algunos sobrevivieron para contar esta historia. Supuestamente, fueron arrestados por colaborar con la resistencia. Y seguro que así fue, ¿cómo no?

Galeano, en esta sección, también menciona que “en 1934, mientras Bolivia y Paraguay se aniquilaban mutuamente en la guerra del Chaco... la Cruz Roja paraguaya formó un equipo de fútbol... y juntó bastante dinero para atender a los heridos de ambos bandos en el campo de batalla”. No se queda afuera la controversia entre el Barcelona y el Real Madrid durante la dictadura de Franco, tampoco queda fuera el poder político de la FIFA, ya desde medidados del siglo pasado. Pero sí deja fuera de esta sección el súper político mundial de Argentina 78, mundial que menciona en otro lugar con el “sutil” mensaje de Borges —a quien no le gustaba el fútbol— de dar “una conferencia sobre el tema de la inmortalidad el mismo día, y a la misma hora, en que la selección argentina estaba disputando su primer partido”.

En el extracto siguiente, ese sobre el hincha y el fanatismo, hay una primera sección sobre el estadio que habla de las glorias de varios campos alrededor del mundo en los que se han vivido memorables gestas, que se pueden seguir escuchando hasta hoy. Finaliza diciendo algo sobre Arabia Saudita, que bien se pudo aplicar a Qatar, si hubiera tenido estadios antes de este mundial (porque en ese país sin tradición futbolera, casi todo se tuvo que construir de cero):

“El estadio del rey Fahd, en Arabia Saudita, tiene palco de mármol y oro y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni gran cosa que decir”.

A costa de política, lobby, corrupción y mucho dinero, Qatar tendrá desde el próximo mes por lo menos un estadio glorioso, porque no queda duda que alguna gesta futbolística va a suceder. Y que, a pesar de todas las observaciones que se puedan hacer contra toda política corrupta de la FIFA (mirate el nuevo documental sobre la FIFA en Netflix), contra toda cantidad de imposiciones y leyes, contra todo viento, arena y marea, el mundial será un éxito, porque el fútbol es una religión, la más grande del mundo, y porque seguro que surgirá “algún descarado carasucia que saldrá del libreto y cometerá el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad”.

Viva el fútbol, el único deporte capaz de derrumbar todo tipo de fronteras religiosas, ideológicas y políticas, la única religión capaz de agrupar en su seno a todos los que quieran cobijarse, sin distinción; el mejor puente que tenemos —después del comercio— para crear vínculos entre pueblos. Viva el fútbol, y viva la libertad.

Autor: Eduardo Galeano

Libro: El Fútbol a Sol y Sombra (1995)

Prólogo

Todos los uruguayos nacemos gritando gol y por eso hay tanto ruido en las maternidades, hay un estrépito tremendo. Yo quise ser jugador de fútbol como todos los niños uruguayos. Jugaba de ocho y me fue muy mal porque siempre fui un “pata dura” terrible. La pelota y yo nunca pudimos entendernos, fue un caso de amor no correspondido. También era un desastre en otro sentido: cuando los rivales hacían una linda jugada yo iba y los felicitaba, lo cual es un pecado imperdonable para las reglas del fútbol moderno.

El Fútbol

La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí.

En este mundo del fin de siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin juez.

El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores, fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios más lucrativos del mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohibe la osadía.

Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado carasucia que sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida aventura de la libertad.

¿El opio de los pueblos?

¿En qué se parece el fútbol a Dios? En la devoción que le tienen muchos creyentes y en la desconfianza que el tienen muchos intelectuales.

En 1880, en Londres, Rudyard Kipling se burló del fútbol y de «las almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan» . Un siglo después, en Buenos Aires, Jorge Luis Borges fue más que sutil: dictó una conferencia sobre el tema de la inmortalidad el mismo día, y a la misma hora, en que la selección argentina estaba disputando su primer partido en el Mundial del ’78.

El desprecio de muchos intelectuales conservadores se funda en la certeza de que la idolatría de la pelota es la superstición que el pueblo merece. Poseída por el fútbol, la plebe piensa con los pies, que es lo suyo, y en ese goce subalterno se realiza. El instinto animal se impone a la razón humana, la ignorancia aplasta a la Cultura, y así la chusma tiene lo que quiere.

En cambio, muchos intelectuales de izquierda descalifican al fútbol porque castra a las masas y desvía su energía revolucionaria. Pan y circo, circo sin pan: hipnotizados por la pelota, que ejerce una perversa fascinación, los obreros atrofian su conciencia y se dejan llevar como un rebaño por sus enemigos de clase.

Cuando el fútbol dejó de ser cosas de ingleses y de ricos, en el Río de la Plata nacieron los primeros clubes populares, organizados en los talleres de los ferrocarriles y en los astilleros de los puertos. En aquel entonces, algunos dirigentes anarquistas y socialistas denunciaron esta maquinación de la burguesía destinada a evitar la huelgas y enmascarar las contradicciones sociales. La difusión del fútbol en el mundo era el resultado de una maniobra imperialista para mantener en la edad infantil a los pueblos oprimidos.

Sin embargo, el club Argentinos Juniors nació llamándose Mártires de Chicago, en homenaje a los obreros anarquistas ahorcados un primero de mayo, y fue un primero de mayo el día elegido para dar nacimiento al club Chacarita, bautizado en una biblioteca anarquista de Buenos Aires. En aquellos primeros años del siglo, no faltaron intelectuales de izquierda que celebraron al fútbol en lugar de repudiarlo como anestesia de la conciencia. Entre ellos, el marxista italiano Antonio Gramsci, que elogió «este reino de la lealtad humana ejercida al aire libre».

La pelota como bandera

En el verano de 1916, en plena guerra mundial, un capitán inglés se lanzó al asalto pateando una pelota. El capitán Nevill saltó del parapeto que lo protegía, y corriendo tras la pelota encabezó el asalto contra las trincheras alemanas. Su regimiento, que vacilaba, lo siguió. El capitán murió de un cañonazo, pero Inglaterra conquistó aquella tierra de nadie y pudo celebrar la batalla como la primera victoria del fútbol inglés en el frente de guerra.

Muchos años después, ya en los fines del siglo, el dueño del club Milan ganó las elecciones italianas con una consigna, ¡Forza Italia!, que provenía de las tribunas de los estadios. Silvio Berlusconi prometió que salvaría a Italia como había salvado al Milan, el superequipo campeón de todo, y los electores olvidaron que algunas de sus empresas estaban a la orilla de la ruina.

El fútbol y la patria están siempre atados; y con frecuencia los políticos y los dictadores especulan con esos vínculos de identidad. La escuadra italiana ganó los mundiales del ’34 y del ’38 en nombre de la patria y de Mussolini, y sus jugadores empezaban y terminaban cada partido vivando a Italia y saludando al público con la palma de la mano extendida.

También para los nazis, el fútbol era una cuestión de Estado. Un monumento recuerda, en Ucrania, a los jugadores del Dínamo de Kiev de 1942. En plena ocupación alemana, ellos cometieron la locura de derrotar a una selección de Hitler en el estadio local. Le habían advertido:

Si ganan mueren.

Entraron resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron aguantarse las ganas de ser dignos. Los once fueron fusilados con las camisetas puestas, en lo alto de un barranco, cuando terminó el partido.

Fútbol y patria, fútbol y pueblo: en 1934, mientras Bolivia y Paraguay se aniquilaban mutuamente en la guerra del Chaco, disputando un desierto pedazo de mapa, la Cruz Roja paraguaya formó un equipo de fútbol, que jugó en varias ciudades de Argentina y Uruguay y juntó bastante dinero para atender a los heridos de ambos bandos en el campo de batalla.

Tres años después, durante la guerra de España, dos equipos peregrinos fueron símbolos de la resistencia democrática. Mientras el general Franco, del brazo de Hitler y Mussolini, bombardeaba a la república española, una selección vasca recorría Europa y el club Barcelona disputaba partidos en Estados Unidos y en México. El gobierno vasco envió al equipo Euzkadi a Francia y a otros países con la misión de hacer propaganda y recaudar fondos para la defensa. Simultáneamente, el club Barcelona se embarcó hacia América. Corría el año 1937, y ya el presidente del club Barcelona había caído bajo las balas franquistas. Ambos equipos encarnaron, en los campos de fútbol y también fuera de ellos, a la democracia acosada.

Sólo cuatro jugadores catalanes regresaron a España durante la guerra. De los vascos, apenas uno. Cuando la República fue vencida, la FIFA declaró en rebeldía a los jugadores exiliados, y los amenazó con la inhabilitación definitiva, pero unos cuantos consiguieron incorporarse al fútbol latinoamericano. Con varios vascos se formó, en México, el club España, que resultó imbatible en sus primeros tiempos. El delantero del equipo Euzkadi, Isidro Lángara, debutó en el fútbol argentino en 1939. En el primer partido metió cuatro goles. Fue en el club San Lorenzo, donde también brilló Ángel Zubieta, que había jugado en la línea media de Euzkadi. Después, en México, Lángara encabezó la tabla de goleadores de 1945 en el campeonato local.

El club modelo de la España de Franco, el Real Madrid, reinó en el mundo entre 1956 y 1960. Este equipo deslumbrante ganó al hilo cuatro Copas de la Liga española, cinco Copas de Europa y una Intercontinental. El Real Madrid andaba por todas partes y siempre dejaba a la gente con la boca abierta. La dictadura de Franco había encontrado una insuperable embajada ambulante. Los goles que la radio transmitía eran clarinadas de triunfo más eficaces que el himno Cara al sol. En 1959, uno de los jefes del régimen, José Solís, pronunció un discurso de gratitud ante los jugadores, «porque gente que antes nos odiaba, ahora nos comprende gracias a vosotros» . Como el Cid Campeador, el Real Madrid reunía las virtudes de la Raza, aunque su famosa línea de ataque se parecía más bien a la Legión Extranjera. En ella brillaba un francés, Kopa, dos argentinos, Di Stéfano y Rial, el uruguayo Santamaría y el húngaro Puskas.

A Ferenk Puskas lo llamaban Cañoncito Pum, por las virtudes demoledoras de su pierna izquierda, que también sabía ser un guante. Otros húngaros, Ladislao Kubala, Zoltan Czibor y Sandor Kocsis, se lucían en el club Barcelona en esos años. En 1954 se colocó la primera piedra del Camp Nou, el gran estadio que nació de Kubala: el gentío que iba a verlo jugar, pases al milímetro, remates mortíferos, no cabía en el estadio anterior. Czibor, mientras tanto, sacaba chispas de los zapatos. El otro húngaro del Barcelona, Kocsis, era un gran cabeceador. Cabeza de oro, lo llamaban, y un mar de pañuelos celebraba sus goles. Dicen que Kocsis fue la mejor cabeza de Europa, después de Churchill.

En 1950, Kubala había integrado un equipo húngaro en el exilio, lo que le valió una suspensión de dos años, decretada por la FIFA. Después, la FIFA sancionó con más de un año de suspensión a Puskas, Czibor, Kocsis y otros húngaros que habían jugado en otro equipo en el exilio desde fines de 1956, cuando la invasión soviética aplastó la resurrección popular.

En 1958, en plena guerra de la independencia, Argelia formó una selección de fútbol que por primera vez vistió los colores patrios. Integraban su plantel Makhloufi, Ben Tifour y otros argelinos que jugaban profesionalmente en el fútbol francés.

Bloqueada por la potencia colonial, Argelia sólo consiguió jugar con Marruecos, país que por semejante pecado fue desafiliado de la FIFA durante algunos años, y además disputó unos pocos partidos sin trascendencia, organizados por los sindicatos deportivos de ciertos países árabes y del este de Europa. La FIFA cerró todas las puertas a la selección argelina y el fútbol francés castigó a esos jugadores decretando su muerte civil. Presos por contrato, ellos nunca más podrían volver a la actividad profesional.

Pero después Argelia conquistó la independencia, el fútbol francés no tuvo más remedio que volver a llamar a los jugadores que sus tribunas añoraban.


Leé la siguiente sección del libro:

Eduardo Galeano: el estadio, el hincha y el fanático de fútbol
El Hincha: Una vez por semana, el hincha huye de su casa y asiste al estadio; la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. El Fanático: es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca...
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Nombra a:

Jorge Luis Borges - Conectorium
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos Aires, 24/08/1899 - Ginebra, 14/06/1986). Escritor, bibliotecario, profesor, crítico, traductor, conferencista, poeta y ensayista extensamente considerado una figura clave tanto para la literatura en habla hispana como para la literatura universal. Sus obr…

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Albert Camus: Lo que le debo al fútbol
Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice derecha. Lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones, se lo debo al fútbol.