Dante: los hipócritas en el infierno

Y como en sucesión surge y trasciende, una idea que es hija de otra idea, doble temor el corazón me prende. Pensaba así: Esta infernal ralea, debe estar con nosotros irritada, pues dimos ocasión a la pelea. Por su maldad tal vez aconsejada, vendrá tras de nosotros con anhelo como perros...

Dante: los hipócritas en el infierno
Ilustración de Gustav Doré de los versos de los hipócritas, y casa de Dante en Florencia (foto nuestra) con versos del mismo canto
Contexto Condensado

Pusilánimes, no bautizados, lujuriosos, golosos, avaros y pródigos, iracundos y perezosos, heréticos, violentos, fraudulentos: recién aquí llegamos al círculo octavo del Infierno, donde Dante incluye a los hipócritas, apenas un paso antes de Lucifer, paso en el que están los traidores. Ya la Enciclopedia Británica nos hizo el entre, en medio de su artículo Traición, a lo que sucede en este tramo. Escribía para la enciclopedia William Feilden Craies que “el carácter excepcional del castigo” impuesto para los traidores según el common law inglés “puede compararse al de Alemania. El castigo de los traidores por el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico Federico II, de envolverlos en plomo y arrojarlos a un horno, es aludido por Dante, Inferno, 23”. Mary Shelley también cita el mismo verso, cuando escribe en su Frankenstein, luego de que el creador le prometiera al monstruo crearle una compañera para aliviar su ira y su violencia: “Pesaba sobre mí la promesa que le había hecho a aquel demonio, como la capucha de hierro que llevaban los infernales hipócritas de Dante”. Por fuera los hipócritas parecen de oro, por dentro llevan una carga de hierro, que además, probablemente, les quema.

Hoy 14/9/22 se cumplen 701 años de la muerte del genio Alighieri. Sirva este texto como celebración.

Mucho no quiero enredarme en las traducciones, al menos no hoy día, porque los comentarios sobre el tema sobran. Así que sólo tiro un par de comentarios míos: 1) la traducción que leemos a continuación la hizo Bartolomé Mitre, primer presidente de la Argentina unificada, fundador del diario La Nación, tarea a la que le dedicó décadas añadiendo notas aclaratorias y correcciones; 2) los versos 94 y 95, traducidos literalmente como “Yo he nacido y he crecido / al borde del bello río Arno en la gran ciudad” están inscritos en la parte lateral de la casa de Dante en Florencia. De ahí la foto, que tomé hace poco 🖤.

Para una explicación más detallada de lo que ocurre en este canto, más contexto (que los necesitamos todos porque toda la Comedia es una sucesión de referencias) aquí en Wikipedia.

Autor: Dante Alighieri

Poema Épico: Divina Comedia – Inferno (1308)

Círculo Octavo: Fraude

Canto 23 (Aro Sexto): Hipócritas

Los dos poetas continúan solitarios su marcha. Dante y Virgilio discurren sobre las consecuencias de la gresca entre los diablos y el baratero. Los demonios furiosos persiguen vanamente a los dos poetas, por estarles vedado salir de su cerco infernal. Bajada a la sexta fosa o valle. Castigo de los hipócritas, que van cubiertos con pesados mantos de plomo, dorados al exterior. Coloquio con dos boloñeses de la orden de los gaudentes. Los fariseos perseguidores de Cristo, yacen sobre el camino extendido en cruz, hollados por los otros condenados de este valle en su lenta y continua marcha, uno de los condenados les indica el modo de salir de la fosa, diciéndoles que han ido engañados por los demonios en el camino que llevan.

Solos, callados, sin compañía fiera,
vamos uno tras otro, lentamente,
como frailes menores en hilera.

La fábula de Esopo vi presente,
que la gresca me trajo a recordanza,
en que al topo y la rana pone enfrente.

Un caso y otro, tienen semejanza,
como el hora y ahora, si se atiende,
al principio y al fin que bien se alcanza.

Y como en sucesión surge y trasciende,
una idea que es hija de otra idea,
doble temor el corazón me prende.

Pensaba así: Esta infernal ralea,
debe estar con nosotros irritada,
pues dimos ocasión a la pelea.

Por su maldad, tal vez aconsejada,
vendrá tras de nosotros con anhelo,
como perros tras liebre fatigada.

Sentí erizarse de pavor el pelo,
y mirando hacia atrás muy receloso,
dije al maestro: “¡Por el santo cielo!

Si no andamos con paso presuroso,
pienso ser por los diablos alcanzado…
ya los veo llegar, y estoy medroso”.

Y él a mí: “Si cristal fuese emplomado,
no sería la idea que te asalta,
de lo que pienso más cabal traslado.

Ese mismo temor me sobresalta,
y pues los dos pensamos igualmente,
igual consejo del pensar resalta.

Bajando por la diestra esta pendiente,
hasta llegar a la cercana fosa,
nos salvaremos de su fiero diente”.

A esta sazón, vimos llegar furiosa
la cuadrilla de diablos, que volando,
de echarnos garra se mostraba ansiosa.

Mi guía me apretó en su seno blando,
como madre amorosa que despierta
en medio de un incendio, y que cargando

al hijo, huye con él, y sólo acierta
a salvarle, abnegada, y ni se cura,
si de leve camisa va cubierta.

Se deslizó de la escarpada altura,
hasta tocar el pie de la pendiente,
que cierra de aquel valle la cintura.

No baja por canal más raudamente,
agua que mueve rueda de molino,
cuando hiere sus palas la corriente.

Me llevaba estrechado en el camino,
como a un hijo más bien que a compañero,
a quien confiara el cielo su destino.

Ya en el fondo de aquel despeñadero,
los demonios, ocupan la eminencia;
mas no tememos ya su avance fiero.

Por voluntad del alta providencia,
del cerco quinto, guardas enclavados,
los encierra fatal circunferencia.

Aquí encontramos seres muy pintados,
que giraban muy lenta, lentamente,
llorando, y por la pena marchitados.

Capa con capuchón lleva esta gente,
cual por los monjes de Colonia usada,
y les cubre los cuerpos y la frente.

Por fuera, resplandece muy dorada,
pero es toda de plomo, y pesa tanto,
que la de Federico era aliviada.

¡Oh, cuan eterno y fatigoso manto!
Nos dirigimos por la izquierda nuestra,
de ellos al son y de su triste llanto.

Bajo el peso de capa tan siniestra,
y con su andar tan lento, en su mesura,
cada paso otra sombra al lado muestra.

Yo dije a mi maestro: “Ver procura,
si hay alguno de nombre conocido,
y caminando mira a la ventura”.

Uno, que habla toscana, hubo entendido,
al punto nos gritó: “Tened el paso,
los que vais por el aire ennegrecido:

puedo llenar vuestro deseo acaso”.
Mi guía me miró, y me dijo: “Espera:
sigue a compás de su marchar escaso”.

Me aparejé con dos, en que advirtiera
ansia grande de estar junto conmigo,
aunque el peso y la senda lo impidiera.

De cerca, míranme como enemigo,
sin pronunciar una palabra sola;
y ambos parecen consultar consigo.

“Éste”, dicen “respira por la gola.
¿Si son muertos, cuál es el privilegio
que no los cubre con la grave estola?”

Y a mí: “Dinos, toscano, hasta el colegio
de los tristes hipócritas venido,
¿Quién eres? sin desdén ni sortilegio”.

Y yo: “Nací en Florencia, y he crecido
del Arno en la ribera deliciosa,
y tengo el mismo cuerpo que he tenido.

¿Vosotros, quiénes sois de faz llorosa,
que leva el sello del dolor impreso,
y qué pena os irrita y os acosa?”

Y uno de ellos responde: “Es tan espeso,
este manto de plomo, reluciente,
que el cuerpo oscila, cual balanza al peso.

Boloñeses, de la orden del Gaudente,
somos, yo Catalano, y Loderingo:
ambos, en vuestra patria, juntamente

jueces fuimos, y el caso bien distingo:
fué para hacer la paz, y las señales
de nuestra paz, se ven junto a Gardingo”.

Yo comencé: “Hermanos, vuestros males…”
más no pude acabar, que vi en el suelo,
uno crucificado en tres puntales.

Al verme, retorcióse con anhelo,
y resoplando, con furor suspira.
Catalano me dijo: “Sin consuelo,

ese, que ahí en aflicción se mira,
al fariseo aconsejó dañino,
votar a un hombre de la plebe a la ira.

Desnudo, atravesado en el camino,
como le ves, el duro paso siente,
y el peso de los que andan de contino.

Como él, su suegro yace penitente
en esta fosa, y todo aquel concilio,
que de Judea fué fatal simiente”.

Muy sorprendido se quedó Virgilio,
ante aquel pecador, crucificado
tan duramente, en el eterno exilio;

y dijo al fraile, que tenía al lado:
“Decidnos por favor, en esta cuita:
¿Hacia mano derecha existe un vado

que salir de este foso nos permita,
sin que guíe la marcha que emprendemos
de ángeles negros la legión maldita?”

Al punto respondió: “Sí, conocemos
una roca que cerca se desprende,
y los valles abarca en sus extremos;

pero está rota aquí, y no comprende
todo este valle; mas de ruina en ruina,
hasta el valle cercano va y asciende”.

Mi guía un tanto la cabeza inclina,
y prorrumpe: “¡Qué mal me ha enderezado
el que allá abajo al pecador domina!”

Y el fraile: “Allá en Bolonia, me han hablado
de los vicios del diablo, y que es doloso,
y padre de mentiras, me han contado”.

Movió mi guía el paso presuroso,
su faz un tanto de ira demudada,
y al dejar aquel grupo pesaroso,

sigo la huella de su planta amada.


Citado por:

Mary Shelley: el escape de Frankenstein
«Debes crear para mí una compañera, con la cual pueda vivir intercambiando el afecto que necesito para poder existir. Esto sólo lo puedes hacer tú, y te lo exijo como un derecho que no puedes negarme», me dijo. «Pues sí, me niego», contesté, «y ninguna tortura conseguirá que acceda».
Enciclopedia Británica: castigos para la traición
El castigo de la traición en el common law inglés era bárbaro en extremo. La sentencia en el caso de un hombre era que el delincuente fuese arrastrado hasta el lugar de la ejecución, que ahí fuese colgado, aunque no hasta que estuviese muerto; y que, estando vivo, fuese destripado y descuartizado.

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