Alabanza y menosprecio de la libertad y la democracia: introducción al libro

El objetivo de este libro es ayudarnos a recuperar la libertad de opinión y la política (si acaso existen, sino, recuperar por lo menos la ilusión). ¿Piensan los votantes por sí mismos? ¿Piensan en sí mismos? ¿Es la democracia lo ideal o un ideal? ¿Somos verdaderamente tan libres como nos creemos?

Alabanza y menosprecio de la libertad y la democracia: introducción al libro
Esta serie es la primera que hacemos disponible también como libro físico. Tenés esa opción para leerla, esta versión digital —donde vamos a ir lanzando cada capítulo via el newsletter— y, al final, una versión en PDF. El libro tiene lecturas de George Orwell, Voltaire, Hannah Arendt, Bertrand Russell, Concepción Arenal, Benjamin C. Brodie, George Sand y Nassim Nicholas Taleb. (Si tenemos suerte, también de Doris Lessing.) Empezamos.

Origen y fin político

“Es muy difícil liberar a los necios de las cadenas que veneran”
–Voltaire

En el séptimo capítulo de la sexta temporada de Malcolm in the Middle, Dewey, el menor de cuatro hermanos, larga esta perorata:

“Odio la política. Los votantes no leen, no piensan por sí mismos; están completamente influenciados por lo último que escucharon, sea verdad o no. La democracia es un fracaso porque, aceptémoslo, las personas son idiotas.”

Esa es la explicación corta del tema de este libro. La larga, que es un poco peripatética (más vuelteada y para que la conversemos caminando), empieza resaltando lo obvio: vivimos en una época de profunda polarización política. Si bien la intriga y la lucha son parte de la naturaleza humana, el sello de nuestro tiempo es que la pelea ideológica no respeta lugar, espacio ni disciplina. No se salva una reunión en casa de la abuela, ni la publicidad de cervezas y chocolates, ni la ciencia, ni la sexualidad, ni la industria de series y películas, ni los velorios. Todo es político.

Todo se usa para debatir, no con la intención de convencer o llegar a un acuerdo con el otro —lo que es hasta mal visto—, sino para ridiculizar y buscar el aplauso de los nuestros (que mientras más bullicioso, mejor). Vemos a quien piensa diferente, si no es alguien cercano, como un adversario, como una amenaza. Pareciera que vemos todo como una lucha de poder. Por defecto, pensamos que lo que dice nuestro bando es «la verdad» y que los demás están equivocados. — Aunque, a ver, claro que no todo el mundo actúa así: no tomés mis absolutismos literarios por absolutismos literales. Son solo un recurso y caeríamos en el mismo error que se critica. Remito mi defensa a George Orwell: “con frecuencia parecerá que he exagerado, simplificado en exceso”, pero esto es “inevitable, porque en este ensayo intento aislar e identificar tendencias que existen en nuestras mentes y pervierten nuestro pensamiento”[1].

Pero volvamos a eso de que la gente es idiota, un enunciado que no es «políticamente correcto». El término «político» —que ya no significa lo mismo que antes y que no tiene un sólo significado— viene del antiguo griego πολίτης (polites), traducido como «ciudadano, hombre libre». El mismo camino recorre «idiota», que viene de ἰδιώτης (idiotes), que en principio era una persona que se interesa por los asuntos «propios, particulares», y que no se mete en los públicos. El problema actual viene desde que los idiotas, que comprenden poco de la vida en sociedad, quieren normar la vida política de los ciudadanos libres.

Ambos vocablos nacen en el mismo lugar y tiempo de la democracia (δῆμος, «pueblo» + κράτος, «poder, gobierno»), que no era el modelo favorito de los filósofos griegos, quienes creían que el pueblo no puede hacerse cargo del poder, ni de sí mismo, porque se deja llevar y manipular.

Como pasa con la monarquía y la aristocracia, la democracia también se degenera. Sobre esto han escrito Platón, Aristóteles, Polibio, Maquiavelo, Rousseau... Pero esto no es culpa de nadie, porque en la Naturaleza todo debe transformarse («lo que nace tiene que morir», «todo lo que sube, baja», etcétera). Luego, lógicamente, en lo político —entendido como las relaciones entre las personas que viven en una sociedad— esto es también la norma. Todo lo que nace con un fin noble al final se termina abusando y degenerando: pasa con los activismos, las constituciones, las revoluciones, las ONG, el sistema educativo, las ideologías, los grupos de WhatsApp... ¿Cuántas veces no hemos visto asociaciones que terminan abusando de su poder, robando o malgastando fondos? ¿O líderes encumbrados por el pueblo que hacen lo mismo? Si todo cuerpo se degenera con el tiempo, ¿cómo no va a suceder lo mismo con la noción de libertad y con la democracia?

Hoy, en esto que llamamos Occidente, estamos viviendo esta fase de declive, y algo tiene que ver con la «democratización».

En nuestros días, todo lo queremos «democratizado» — es decir, accesible para todos. Repetimos que «hay que democratizar» el arte, las finanzas, el territorio, la información, la salud, el transporte, la tecnología, el emprendedurismo… Pero esta noble intención sufre en la práctica por su ingenuidad, porque sucede que cuando (casi) todos tenemos acceso o somos parte de algo, después creemos que todas las opiniones sobre ese algo valen lo mismo. Incluso llegamos al punto de despreciar y denigrar el valor de la experiencia. (Aunque, en realidad, no todas las opiniones valen lo mismo, por supuesto, sino las que se ajustan a nuestras ideas, a lo que nos conviene.)

El problema del acceso totalmente abierto se puede evidenciar en cualquier sección de comentarios de cualquier red social: nunca faltan los desubicados (para ser más polite y dejar de usar la palabra «idiotas»). Lamentablemente, al ser casos extraordinarios y por lo general más bulliciosos que los ordinarios, resaltan más, estorban más, y generan más reacciones (y así se entrena el algoritmo y la inteligencia artificial, que «piensa» que esto es lo que nos gusta). Cometiendo el mismo pecado de avaricia, le pasa a la democratización lo que le pasó al rey Midas, sólo que en vez de convertir todo en oro, todo lo que toca lo banaliza (y se puede morir por eso).

Por su culpa, una intersección entre finanzas y tecnología se ha convertido en un culto. Por ella, todos somos «expertos» en el tema de moda de la semana en las redes sociales. Por ella, la música popular lastima los oídos, la literatura común se siente como una puñalada en el cerebro, cualquiera que tira tres brochazos en un lienzo cree que está haciendo arte abstracto, y tenemos arquitectos que pareciera que odian a la humanidad. Ni hablar del arte conceptual, que considera la idea por encima del objeto y la ejecución, como toda persona que cree que tiene buenas ideas y teorías, pero que fracasa en la práctica. Tener ideas, destruir y criticar es fácil, crear y construir con calidad cuesta. Pensar un poquito cuesta. Ni qué se diga reflexionar y recapacitar. Y por eso, por culpa de la democratización también, lo que vale es el show, el entretenimiento barato (no por nada somos «la civilización del espectáculo»).

Por la democratización, el esfuerzo técnico, el intelectual y la aspiración estética valen poco o nada, porque el mercado es lo masivo, lo barato. Y cuando el mercado es lo masivo no se puede esperar calidad. Luego, cabe esperar la misma mediocridad en el gobierno cuando todos tienen voto y voz con el mismo peso.

A ver, otra vez, te pido que no te tomés todo tan literal como lo digo. Yo sé que no podés ver mis gestos pero se que podés ver matices — “ya que, en fin, tengo que explicarme”[2] , para que no me saqués de contexto, no pido limitar el voto ni la libertad, sólo observo lo que sucede. Ahora bien, no es que las personas sean idiotas (al menos no necesariamente), sino que el sistema político y burocrático está diseñado para que el ciudadano promedio no sienta en el corto plazo el peso y las consecuencias de su voto, por mucho que piense que lo que pasa es lo contrario. Además, el ciudadano promedio no suele tener la chance de elegir libremente a cualquier persona, sino que vota condicionado por la propaganda, y la propaganda la paga gente que tiene una agenda e intereses inmediatos y de largo plazo.

Entonces, ni la democracia ni la libertad se pueden dar por descontadas, porque en cualquier momento pueden ser removidas, cosa que ha sido la norma durante la mayor parte de la historia. Porque —preguntate—, ¿desde cuándo es común que no hayan monarquías? ¿Que voten las «minorías»? ¿Que voten las mujeres? ¿Desde cuándo es la norma trabajar ocho horas? ¿Tener la posibilidad de rebelarse contra el amo o contra el jefe? Este sistema no tiene ni doscientos años, y hasta el día de hoy apenas la mitad de los países del mundo lo practican: 25% de los habitantes todavía viven bajo la sombra de algún absolutismo y, dependiendo del humor de los gobernantes de la India (Bharat), entre el 23 y el 45% de los habitantes viven en un purgatorio entre la democracia y la autocracia[3].

Entonces, donde la práctica de la democracia se da por descontada y no se cuida, es de esperar su banalización; es de esperar política como entretenimiento, y luego payasos en el poder. No se elige a los mejores representantes, sino a los que practican el arte de ganar elecciones. La consecuencia natural de la democratización sin educación es el populismo y la demagogia; y uno de sus efectos rebotes es el autoritarismo.

Y aquí surge un problema grave porque, para curar los males de las payasadas y la falta de sentido común y el abuso de poder y la corrupción, muchos salen a pedir —incluso en vivo en la televisión—: “que vuelvan los militares” (o “que se vuelva a construir el muro”). Incluso se ven jóvenes que piden esto — jóvenes ingenuos e ignorantes, porque nunca han conocido una dictadura. Y por el otro lado están los también ingenuos e ignorantes que piden seriamente la disolución del Estado, la anarquía, un estado en el que tampoco han vivido nunca y sobre el que, por supuesto, tampoco han leído. Charles Darwin, que estudió mucho el comportamiento humano, escribió que “cualquier gobierno es mejor que la anarquía”[4]. Los que piden llevan la contra a Darwin son en su mayoría jóvenes porque el espíritu revolucionario es una de las virtudes de la juventud, una virtud que exagerada se convierte en uno de sus peores pecados. A medida que pasa el tiempo uno va pidiendo más reformas y menos revoluciones...

Pero volvamos a los antiguos griegos. Desde Platón y Aristóteles que se viene discutiendo cuál es la mejor forma de organizar una república sin lograr hasta ahora una respuesta definitiva y navegando siempre entre dos corrientes: la que piensa que el Individuo está por encima del Estado y la que cree lo contrario (incluso cuando postula que un individuo es el Estado[5]). Si ya llevamos dos milenios y medio en este debate, podemos decir que tenemos codificado en nuestra esencia el vivir en un constante vaivén entre ambas propuestas, y que siempre vamos a tener simpatizantes de una y otra corriente (en sus diferentes variantes según el contexto político de la época).

Entonces, hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. La buena noticia es que estas quejas sobre la trivialización de lo político, la polarización política y el abuso de la palabra para hacer política vienen haciéndose desde siempre. Lo mismo pasa con ese lamento de que la nueva generación es peor que la anterior, y ese de que las opiniones y los consensos están afectados ideológicamente (sino recordá lo que le pasó a Copérnico y Galileo cuando sus descubrimientos se enfrentaron contra «la verdad» de la Iglesia, o a Einstein cuando, al inicio, su teoría sacudió el statu quo de la comunidad científica). El tire y afloje entre libertad y autoritarismo, entre las élites y el pueblo, entre progresismo y conservadurismo, y también las revoluciones populistas, todo esto no es cosa nueva (basta leer la historia de cualquier pueblo, o la de Roma). Nuestros problemas no son exclusivos y no estamos solos; saber esto calma al espíritu y además nos permite conocer la cura porque esto ya se ha estudiado antes. Ahora bien, la mala noticia es la misma: si esto ya se ha estudiado y curado antes, gozamos de mala memoria; y si estos problemas son cíclicos y eternos, entonces son parte de nuestra esencia: estamos condenados a ellos, no somos libres.

Pero aunque el teatro sea el mismo —aunque con distintos actores, como diría Marco Aurelio[6]—, no todas las escenas son iguales; hay momentos de tensión, de sosiego, de construcción, de desenlace. En la escena de hoy, así como están las cosas, estamos todos secuestrados en un purgatorio político. ¿Cómo llegamos a él? ¿Qué podemos hacer para salir?

No mirés noticias, no tengás redes sociales, no te preocupés por el show político, ocupate sólo de tus asuntos, y vas a vivir en el cielo. Pero si sos mortal como el resto de nosotros, andiamo.

Ahora, pasemos de la dramática generalidad anterior a una particularidad. Vemos las cosas a través de los lentes de nuestra experiencia propia, personalísima, condicionada tanto por nuestros sentidos como por lo que sucede en nuestro tiempo y lugar en el mundo; “man is the focus of the glass of his own senses”, como resumió Grant Allen[7]. Pero, al mismo tiempo, vemos que lo que sentimos individualmente también lo sienten otros: “nada hay más universal que lo individual”, como resumió Unamuno[8]. No es difícil, entonces, que yo me confunda y piense que lo mejor para mí es también lo mejor para vos, sin parar a considerar si lo que creo mejor ahora puede que no lo sea mañana, que puedo cambiar de opinión, que lo que pienso hoy puede que sea por necesidad, deseo o tomado por alguna emoción, y que no estoy viendo, dos pasos más allá, las posibles consecuencias.

Además, solíamos tener más tiempo para cambiar una opinión antes de emitirla; no es que hoy ya no lo tengamos, sino que tenemos herramientas para decir lo que pensamos, en el momento exacto en que lo pensamos, sin que pase por ningún tipo de filtro ni revisión… y lo hacemos. (Dicen que la mejor forma de evadir una tentación no es la virtud, sino no exponerse a ella.) Por primera vez en la historia, cualquier persona tiene los medios para decir lo que quiera y que su mensaje sea amplificado. Esto hasta hace pocas décadas era un privilegio y hoy se demanda como un derecho. Si se ha banalizado la opinión es porque se ha democratizado el acceso a su emisión y distribución.

Lo peor es que uno puede decir y hacer lo que sea sin enfrentar consecuencias. Antes, si estorbabas, te cortaban la cabeza. O, como era más difícil mantener y esparcir pasiones, pasabas de moda más rápido. Ahora, cualquier loco crea en pocos meses movimientos que antes tomaban años. Cualquier charlatán y cualquier lobo encuentran ovejas y masas de seguidores porque lo que hablan ya no se queda en un rinconcito del mundo sino que se esparce, y en poco tiempo puede llegar a todos los incautos del planeta. Y lo que sucede en un rinconcito puede ser noticia y tendencia global, y todo el mundo siente que tiene que tener una opinión sobre el tema de moda. Y cualquier cosa que hablés, aún en la intimidad, puede ser grabada y viralizada; todo lo que digás puede ser usado en tu contra. Y aunque tenemos derecho a guardar silencio, no lo ejercemos.

Luego, por un lado, somos «opinólogos» por naturaleza, no podemos quedarnos callados. Vanitas vanitatum et omnia vanitas, como dicen que dijo Salomón[9]. Opinamos en público porque queremos ser parte y sentirnos importantes. Por el otro lado, sentimos que nos quieren coartar este «derecho» cuando alguien no comparte o no reproduce la opinión de nuestro bando. Cuando «nos quieren silenciar», al tiro saltamos en contra de la censura y en favor de la libertad de expresión. Es fascinante ver cómo nos enojamos y perdemos la compostura con personas y empresas que no ceden a nuestros berrinches: cualquiera que nos mutea o bloquea sufre nuestra rabia y la demanda de que se le acose y que no se compren sus productos. Pero si sucede lo mismo al otro bando, justificamos esa censura y condenamos esos berrinches. El cancel culture es bueno si lo hacemos nosotros y malo si lo hacen ellos. Libertad de expresión es que nosotros podamos expresarnos, no ellos.

En inglés, intentando encontrar freno a esta montaña rusa, ahora dicen que freedom of speech does not mean freedom of reach, pero cada día que pasa mezclamos más la libertad de expresión con la de alcance y difusión y, como decimos en otro verso, «confundimos libertad con libertinaje». En esta era en la que se censura la censura, no cumplimos el mandamiento más importante que hay que cumplir cuando uno es libre: el autocontrol. Pedimos libertad pero no queremos, o no sabemos, ser disciplinados.

Por esto estamos expuestos, a cada hora, a formas de pensar distintas que no comprendemos, de gente de otras partes, de otras culturas, que habla otros idiomas, que vive en otros climas, con otras costumbres. Este bombardeo de opiniones abruma y nos vuelve reaccionarios porque no estamos hechos para vivir así: todavía no nos hemos adaptado a nuestros inventos. Parte de nuestra naturaleza es desconfiar de lo que desconocemos (una heurística de supervivencia), y lo desconocido genera miedo, peor si nos invade en hordas o si nos llega en abundancia. Y el miedo genera una reacción. De ahí el «sentido de pertenencia», muy famoso y reconocido en estos tiempos de grandes centros urbanos (físicos y virtuales) en los que vive mucha gente que, paradójicamente, siente soledad y no encuentra ni plenitud ni sentido ni casa. Es en esa necesidad de certezas y calor humano, en esa búsqueda de algún abrazo protector de alguna tribu, que uno termina cayendo presa de narrativas e ideologías que, poco a poco, han ido reemplazando el papel que antes jugaban las religiones y las comunidades (las físicas, no las virtuales que ahora todo mundo quiere crear). Es buscando seguridad que construimos muros — y, sin darnos cuenta, prisiones para nosotros mismos.

Agreguemos a lo anterior que el humano intenta usar todo lo que pasa y todo lo que inventa con fines políticos y militares, tanto para liberarse como para esclavizar. No sólo buscamos pertenecer, sentirnos parte y sentirnos importantes, sino también dominar. Cualquiera que lea historia o filosofía, o cualquiera que lo haya probado, sabe que el poder es adictivo. Como con todo, siempre queremos más. Y es casi inevitable no abusar de él (el rango va desde pagarse un almuerzo que no corresponde con la tarjeta de la empresa hasta ordenar el asesinato de adversarios). Se requiere un espíritu muy íntegro para no dejarse corromper por el poder y la riqueza — vale la pena recordar aquí el ejemplo de Marco Aurelio, que se refugió en la filosofía para no dejarse dominar por ambos, porque se requiere mucha entereza para no abusar de lo que abunda.

El individuo abusa de la democracia y la libertad cuando abunda y cuando la da por sentada, cuando ya no recuerda lo que costó conseguirla. Y el que busca poder las manipula.

Ahora bien, hay naturalezas más inclinadas a ser libres, las hay más propensas a dominar, y hay gente que prefiere que le digan qué hacer y así vive tranquila. Lo más común y lo más fácil es dejarse llevar: es cómodo que te digan qué pensar y qué hacer, hacer lo que todos hacen, y no hacerte responsable; lo más difícil es darte cuenta de que te estás dejando arrastrar, de que no sos verdaderamente libre.

El problema actual reside en cómo hacer para no dejarnos llevar por lobos, fanáticos, charlatanes, bullshitters y locos con demasiada iniciativa[10], ni por narrativas, idealismos, ideologías, cultos y todo tipo de ismos en esta era de hiperconectividad e hiperactividad informática. Porque una vez que un cerebro ha sido tomado y manipulado por una fe ciega y dogmática, cuesta que vuelva al camino de la razón y la lógica.

A lo largo de este libro buscamos responder preguntas como: ¿Piensan los votantes por sí mismos? ¿Piensan en sí mismos? ¿Es la democracia lo ideal o un ideal? ¿Somos verdaderamente tan libres como nos creemos?

El objetivo de este libro es ayudarnos a recuperar la libertad de opinión y la política (si acaso existen, sino, recuperar por lo menos la ilusión). No te puedo prometer un viaje sin sacudones.


[1] Notes on Nationalism (1945).

[2] Voltaire: “Il est bien malaisé (puisqu’il faut enfin m’expliquer) d’ôter à des insensés des chaînes qu’ils révèrent” — “Es muy difícil (ya que, en fin, tengo que explicarme), liberar a los necios de las cadenas que veneran”. Le Diner du Comte de Boulainvilliers (1767). Henri, conde de Boulainvilliers, fue un historiador y politólogo francés, considerado por Voltaire un padre del librepensamiento.

[3] https://ourworldindata.org/grapher/people-living-in-democracies-autocracies

[4] El origen del hombre, capítulo 5 (1871).

[5]L'État, c'est moi” — “El Estado soy yo”; frase atribuida al rey francés Luis XIV, supuestamente pronunciada ante el parlamento cuando tenía 16 años (1655). El Rey Sol asumió el trono cuando tenía 5 y reinó poco más de 72 años, siendo el monarca con el reinado más largo de la historia.

[6] Meditaciones, 10, 27: “Reflexioná sin cesar en cómo todas las cosas, tal como ahora se producen, también se produjeron antes. Pensá también que así seguirán produciéndose en el futuro. Y observá todos los dramas y escenas semejantes que has conocido por experiencia propia o por narraciones históricas más antiguas, como, por ejemplo, toda la corte de Adriano, la de Antonino, la de Filipo, de Alejandro, de Creso. Todos esos espectáculos tenían las mismas características, sólo que con otros actores” (década del 170-180 d.C.).

[7] Pallinghurst Barrow, capítulo 3 (1892).

[8] Del sentimiento trágico de la vida, capítulo 3 (1913).

[9] Eclesiastés, 1:2: “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”.

[10] «Nada más peligroso que un pelotudo/boludo con iniciativa», dicen en Argentina.


La Libertad guiando al pueblo, Eugéne Delacroix (1830) - Museo del Louvre

Infraestructura y aesthetics

“Pensemos lo que dijo Emerson, de una biblioteca. Dijo que una biblioteca es un gabinete mágico en el cual hay muchos espíritus hechizados, y esos espíritus despiertan cuando los llamamos. Es decir, mientras no abrimos un libro, ese libro es, literalmente, geométricamente, un volumen, una cosa entre las cosas. Pero, cuando lo abrimos, cuando el libro encuentra a su lector, entonces ocurre el hecho estético, si no, el libro es una cosa muerta”.
–Jorge Luis Borges[1]

Se te entrega aquí una serie de textos de gente que ha sido muy certera en este tema. Todas las traducciones son nuevas, y quizá también las primeras al voseo; algunas son las únicas al español. Se hicieron desde las versiones originales con la ayuda de algunos diccionarios y traductores en línea. Como con casi toda colección, es la primera vez que se reúne y publica a estas personas juntas, pero esto es anecdótico.

Los textos de Epicteto, Voltaire, Brodie, Arenal, Repplier y Russell son de dominio público. Los de Orwell también, pero están aquí con la aprobación de su ejecutor literario (parte de la agencia AM Heath). Penguin Random House gestiona los derechos para reproducir a Arendt.

A Nassim Nicholas Taleb, un agradecimiento aparte. Primero me dio permiso para traducir y compartir su texto en el blog online de Conectorium (como parte de la serie sobre lo que pasa en Ucrania), y luego para imprimirlo en esta recopilación, donde es pieza central, como lo son sus escritos para quien quiera intentar ser más riguroso en su razonamiento.

Debemos el título del libro a Natalia Ginzburg y su ensayo Alabanza y Menosprecio de Inglaterra (1961) — en realidad, a Jesús López Pacheco, que tradujo “elogio e compianto” como “alabanza y menosprecio” en vez de “elogio y lamento”; lo que es, quizás, un guiño literario y una elección estética, o quizás no.

Sobre la estética: el cover es una ilustración hecha por una inteligencia artificial (Midjourney), bajo la instrucción (prompt) de crear una versión de La libertad guiando al pueblo, pintura de Eugène Delacroix, pero en el estilo de Miguel Ángel. La Liberté guidant le peuple es una interpretación del levantamiento del pueblo parisino el 28 julio de 1830 contra el rey Carlos X, quien intentó: suprimir el parlamento, porque no gustó de los resultados electorales; limitar la libertad de expresión, de prensa y el derecho al voto; y, en fin, enraizar aún más su régimen autocrático. Esta Revolución que marcó su caída no tuvo un líder visible, pero el sensible pintor francés notó que fue la Libertad. Poco más de tres siglos antes, Miguel Ángel esculpió el David, símbolo de la libertad, el sistema republicano, la democracia y la lucha del pueblo florentino contra sus propios Goliats. Dirigió después la construcción de fortalezas para defender a la República de los ataques de tropas papales-imperiales, defensa que no tuvo éxito. Pero el Papa Clemente VII lo perdonó y lo invitó a trabajar en el Vaticano; en la Capilla Sixtina, como alma libre que era, hizo lo que le dio la gana (y por eso fue censurado).

Cabe esperar censura, pero los retratos de los autores de esta colección son también generados vía Midjourney, como si fueran litografías de pinturas hechas por el genio florentino. La litografía —que también la practicó Delacroix— es un arte que nació porque el dramaturgo e inventor alemán Johann Aloys Senefelder, en 1796, decidió no seguir dependiendo de otros para editar e imprimir sus obras.

La tipografía usada en el libro impreso es Baskerville. Tiene sus orígenes en la creada en 1757 por John Baskerville, impresor y empresario inglés que iteraba constantemente para que sus trabajos sean de la mayor calidad posible (también fue censurado por esto). La anteportada de este libro está inspirada en los title pages de los libros más famosos que salieron de su taller.

Deliberadamente no se incluye un código de barras en la contraportada, una página legal al principio, ni un index al final.

La estética de esta serie es un homenaje a los artistas de la observación y la creación libre, atributos que comparten con los escritores que leemos.

Las lecturas llevan como introducción un Contexto Condensado, con notas y comentarios, como es habitual en el blog/newsletter de Conectorium(.com). Luego, si no se indica lo contrario, las notas al pie pertenecen al autor de cada lectura.

Sobre las fuentes y las notas[2] .

Sobre el uso de comillas: uso las «latinas» para hacer énfasis y demarcar locuciones vulgares (repetir «lo que se dice»); uso las “inglesas” para enmarcar citas textuales y así evitar misquotations.

Ya sé que esto no es lo que recomienda la Real Academia Española y que no sería aceptable en el mundo académico, pero aquí lo que nos interesa es que el mensaje sea claro y también estético. Y que los autores no pierdan su carácter (como pasa, por ejemplo, con Voltaire, a quien suelen censurar y suavizar cuando lo traen al español). Queremos que entre lo que dice uno, lo que traduce otro y lo que entendés vos, muy poco quede lost in traslation.

Sé también que a la RAE no le agradan los extranjerismos y localismos, pero hay términos intraducibles y a veces hay otros que suenan ridículos (como por ejemplo, guasap[3]). ¿Cómo dirías bullshitter? ¿Cómo trasladar el sucker que escribe Taleb al voseo? Considerando, además, el párrafo donde lo hace. Igual, creo que la antipatía es selectiva, especial contra anglicismos: a nadie le molesta una frase en latín que resuma el leitmotiv del texto, y yo prefiero un vocablo en inglés si su equivalente nos costaría longueur[4].

Cierro como iniciamos (con una nota de Borges), porque el fin es el origen:

“Deliberadamente escribo psalmos. Los individuos de la Real Academia Española quieren imponer a este continente sus incapacidades fonéticas; nos aconsejan el empleo de formas rústicas: neuma, sicología, síquico. Últimamente se les ha ocurrido escribir vikingo por viking. Sospecho que muy pronto oiremos hablar de la obra de Kiplingo”.[5]

[1] Conferencia sobre La poesía, dada en junio de 1977 en el Coliseo de Buenos Aires, publicada en la recopilación Siete noches.

[2] Las incluyo al final de cada sección. Adjunto los años para tener mayor contexto.

[3] https://www.rae.es/observatorio-de-palabras/guasap

[4] Desarrollo demasiado largo e inútil en un texto.

[5] Elogio de la sombra (1969).


Primer ensayo del libro

George Orwell: Notas sobre el Nacionalismo
En tiempos como los que estamos viviendo, los extremismos en todas sus formas resurgen con fuerza. En este ensayo, George Orwell establece una definición del nacionalismo que vas más allá del lugar geográfico, como un estado de rigidez mental en el que no tiene cabida ni el debate ni la reflexión.