Walt Whitman: Contengo Multitudes

Contexto Condensado

Hojas de Hierba (Leaves of Grass) es la obra más importante de Whitman. Publicada en 1855, la revisó, la reeditó y la republicó múltiples veces a lo largo de casi 40 años. La primera edición tenía 12 poemas, la última más de 400. La novena edición, de 1892, la última que publicó en vida, poéticamente llamada the deathbed edition, es considerada la definitiva. Borges nacería 7 años después predestinado a admirar a Whitman, y a traducir al español. En 1969 se publica la traducción del revolucionario libro, precursor de la liberación individual del siglo 20, de la aceptación del mundo material como parte de la obra divina, y del verso libre moderno, quizá la forma poética más usada hoy en día, aunque sin la profundidad del maestro. Leaves of Grass, es, además, el libro que causó el principio del fin de Walter White.

Su Canto a Mí Mismo es, quizá, su canción más grande, tan individual como casa de multitudes. Publicado desde la primera versión sin nombre ni secciones, en la segunda edición de 1856, Whitman le da el nombre de Poem of Walt Whitman, an American, acortado a solo Walt Whitman en la tercera edición de 1860. En la cuarta sección, de 1867, adquiere su estructura de 52 secciones numeradas. Y no es sino hasta la novena edición que pasa a llamarse, recién, Song of Myself. A continuación, te dejamos el final de esta sinfonía, obra maestra, sentida y traducida por JLB.

Autor: Walt Whitman

Libro: Hojas de Hierba (1855)

Canto a Mí Mismo

47

Soy el maestro de atletas,
Quien pecho a pecho prueba la mayor anchura del suyo, prueba que el mío es ancho,
Nadie honra mi estilo mejor que el que aprende en él a destruir al maestro.

El muchacho que quiero no se hará hombre por la fuerza que yo le infunda, sino por derecho propio,
Será malo antes que virtuoso por mera conformidad o temor,
Querrá a su novia, saboreará la carne que come,
El no correspondido amor o el desdén lo harán sufrir más que el filo de un acero,
Será el primero en la doma de caballos, en la pelea, en dar en el blanco, en manejar un barco, en cantar o en tocar el banjo,
Preferirá las cicatrices, las barbas, la piel picada de viruelas a los rostros afeitados,
Y las caras curtidas por el sol a las que se cuidan del sol.

Enseño que se alejen de mí ¿pero quién puede alejarse de mí?
Quienquiera que tú seas, empiezo desde ahora a seguirte,
Mis palabras golpearán tus oídos hasta que las entiendas.

No digo estas cosas por un dólar, ni para hacer tiempo mientras llega el vapor,
(Tanto como yo, eres tú el que habla,
Yo soy la lengua que está atada en tu boca y se mueve en la mía).

Juro que bajo techo no volveré a mencionar el amor o la muerte,
Juro que no me confesaré sino con la mujer o el hombre que compartan conmigo el aire libre.

Si quieres entenderme llega a las cumbres o a la orilla del mar.

Cualquier insecto es una explicación, y una gota de agua o la agitación del mar, una clave;
El mazo, el remo, el serrucho apoyan mis palabras.

Ningún cuarto cerrado, ninguna escuela pueden hablar conmigo,
Pero sí la gente ignorante y los niños.

El joven artesano es el que está más cerca de mí, me conoce bien,
El leñador que lleva su hacha y su jarra me lleva con él todo el día,
El peón de chacra que ara el campo se alegra al oír mi voz,
En los navíos que zarpan, zarpan mis palabras, me voy con pescadores y marineros y los amo.

Son míos el soldado en el campamento y el soldado en la marcha,
En la noche anterior a la batalla, muchos me buscan y me encuentran,
En esa grave noche (tal vez la última), quienes me conocen me buscan.

Mi rostro toca el rostro del cazador que está acostado solo, envuelto en su manta;
Al carrero que piensa en mí no le importa el sacudón del carro,
La madre joven y la madre anciana me entienden,
La muchacha y la mujer descuidan la aguja un momento y ya no saben dónde están,
Ellas y todos quieren meditar en lo que yo les dije.

48

Dije que el alma no es más que el cuerpo,
Y dije que el cuerpo no es más que el alma,
Y que nada, ni Dios, es más que uno mismo,
Quien camina una milla sin amor, se dirige a su propio funeral envuelto en su propia mortaja;
Y yo y tú, sin tener un centavo, podemos comprar lo más precioso de la tierra,
Y la mirada de unos ojos o una arveja en su vaina confunden la sabiduría de todos los tiempos,
Y no hay oficio ni profesión en los cuales el joven que los sigue no pueda ser un héroe,
Y no hay cosa tan frágil que no sea el eje de las ruedas del universo,
Y digo a cualquier hombre o mujer: Que tu alma esté serena y en paz ante millones de universos.

Y digo a la Humanidad: no hagas preguntas sobre Dios,
Porque yo que pregunto tantas cosas, no hago preguntas sobre Dios,
(No hay palabras capaces de expresar mi seguridad ante Dios y la muerte)

Escucho y veo a Dios en cada cosa, pero no lo comprendo en lo más mínimo,
Ni comprendo cómo pueda existir algo más prodigioso que yo mismo.

¿Por qué desearía yo ver a Dios mejor que en este día?
Algo veo de Dios en cada hora de las veinticuatro y en cada uno de sus minutos,
En el rostro de los hombres y de las mujeres veo a Dios, y en mi propio rostro en el espejo;
Encuentro cartas de Dios tiradas por la calle y su firma en cada una,
Y las dejo donde están porque sé que dondequiera que vaya
Otras llegarán puntualmente.

49

Y en cuanto a ti, Muerte, y a ti, amargo abrazo mortal, es inútil que trates de asustarme.

Sin vacilar llega el partero para cumplir su obra,
Veo su diestra mano que oprime, recibe, sostiene,
Y me inclino al borde de las exquisitas puertas flexibles,
Y observo la salida y observo la liberación y el alivio.

Y en cuanto a ti, Cadáver, pienso que eres un buen abono, pero eso no me desagrada,
Aspiro a la fragancia de las rosas blancas que de ti brotan,
Beso las flores que fueron labios, toco los pulidos senos de los melones

Y en cuanto a ti, Vida, pienso que eres la herencia de muchas muertes
(Sin duda he muerto ya diez mil veces).

Os oigo murmurar ahí arriba, estrellas del cielo,
Oh soles, oh hierba de las tumbas, oh perpetuas transferencias y promociones,
Si vosotros no decís nada, ¿qué puedo decir yo?

Del estanque turbio que lleva el bosque otoñal,
De la luna que se pierde en el precipicio del doliente crepúsculo,
Caed chispas del día y de la tarde —caed sobre los negros tallos que se pudren en el barro,
Caed sobre el confuso lamento de las ramas secas.

Asciendo de la luna, asciendo de la noche,
Comprendo que el resplandor espectral es el reflejo del mediodía,
Y desemboco en la continua corriente central con los pequeños y grandes seres.

50

Algo hay en mí —no sé lo que es— pero sé que está en mí.

Tenso y sudoroso —sereno y frío se hace luego mi cuerpo,
Duermo—, largamente duermo.

No la conozco —no tiene nombre, es una palabra no dicha,
No está en ningún diccionario, expresión o símbolo.

Gira sobre algo que es más que la tierra que me sostiene,
La creación es su amigo que me despierta con su abrazo.

Acaso yo podría decir más. ¡Bosquejos! —abogo por mis hermanos y por mis hermanas.

¿La veis, hermanos, hermanas?
No es el caos ni la muerte —es la forma, la unión, el orden—, es la vida eterna, es la Felicidad.

51

El pasado y el presente se borran, los he colmado, los he agotado,
Ahora me dispongo a colmar mi parte del futuro.

¡Tú, que me escuchas allá arriba! ¿Qué tienes que confiarme?

Comprendo que el resplandor espectral es el reflejo del mediodía,
Mira mi cara mientras aspiro el olor de la tarde,
(Habla sinceramente, nadie nos oye, sólo nos queda un minuto).

¿Me contradigo?
Muy bien, me contradigo.
(Soy amplio, contengo multitudes).

Me dirijo a los que están cerca y espero en el umbral.

¿Quién ha concluido su tarea? ¿Quién concluirá más pronto la cena?
¿Quién quiere salir a pasear conmigo?
¿Hablarás antes que me vaya? ¿Y estás fallándome?

52

El manchado halcón pasa al vuelo, me reprocha mi charla y mi demora.

A mi tampoco me han domado, yo también soy intraducible,
Lanzo mi graznido salvaje sobre los tejados del mundo.

El último fulgor del día se detiene a esperarme,
Arroja mi sombra como las otras y no menos fiel que las otras sobre la opaca llanura,
Me atrae hacia la niebla y la penumbra.

Me alejo como el aire, agito mis blancos rizos hacia el sol fugitivo,
Viendo mi carne en remolinos y la disperso en jirones de espuma.


Citado en:

Epidemias y política, parte 2 *
Los grandes ganadores de la pandemia no son los Big Pharma, el autoritarismo y la tiranía: es la anarquía, lo digital, la realidad de lo virtual.
Sobre la inevitabilidad de las cosas *
Era inevitable que surjan PayPal, Amazon, Spotify, Apple, Netflix e incluso TikTok. El teléfono era una inevitabilidad, como lo fue la imprenta, como lo fue el internet, como lo fue Walmart. Y es inevitable que pronto se pueda reservar hoteles en Google/Instagram. Y que se pueda pagar por Whatsapp.

#inglés#Borges