Casus Belli *

Parte 1

Hace no pocas noches me soñé un sueño del que no me olvido. Charlaba yo con mi otro yo, que estaba a mi lado, y que parecía mi reflejo, en un set de televisión. Los micrófonos en off, en medio de una pausa publicitaria. El anfitrión del programa, que se llamaba Casus Belli—el programa, no el anfitrión—, nos acababa de decir que tras la pausa venía la pregunta sobre “qué tipos de personas te parecen de las más terribles en la sociedad”.

Le pregunté a mi otro yo con qué idea estaba jugando, a lo que me respondió, sin titubear: “Las que se vengan de otras personas arrebatando la vida de sus hijos”. Me dejó pasmado. Y se habrá notado, porque al segundo me preguntó si estaba nervioso, que me estaba poniendo pálido. Inmediatamente cayó en cuenta de que no me había devuelto la cortesía de la pregunta, y me dijo, con total frialdad y quizá para que se me pase la agitación: “¿Para vos?”. Mi respuesta también fue contundente: ”¿Por qué siempre tenés que ser así? Para mí, los albañiles del vecino, como cualquier persona normal”.


Parte 2

Hace pocos días publicaba un relatito que se llama Casus Belli. Tenía preparada una segunda parte, titulada Cassius Bell, que auto-censuré y decidí no publicar, porque en ella escribía:

Cassius Bell, el conductor del programa, me escuchó y, sin tiempo que perder, me dijo que no podía hacer ese comentario al aire, que podía ofender a varios de sus espectadores y causarle un problema de relaciones públicas, sobre todo en redes sociales. Le respondí que no era un “comentario” sino un chiste, y me dijo que todo chiste tiene algo de verdad. No hubo tiempo para más discusiones: la pausa se terminó y volvimos al aire. Mi otro yo me miraba de reojo con desapruebo. Creo que en algún momento hasta resopló.

En los diez minutos siguientes hasta que terminó el programa, Bell no nos tocó el tema, ni nos hizo la pregunta susodicha. Todo quedaba dicho con su silencio. Al finalizar, me le acerqué y, luego de agradecerle por la invitación y el buen rato, le pregunté si podía escribir sobre la anécdota en mi blog o en mi siguiente libro. Me respondió: “Claro, no hay problema, Julio”. Luego, sonriendo, añadió: “Total, los albañiles no leen”.

Entenderá el lector por qué decidí auto-censurarme con la segunda parte. O sea, simplemente no da publicar algo como eso, así que decidí no hacerlo. Yo tampoco quisiera perder lectores y un problema de relaciones públicas.


#más sentido común, por favor