Platón: Critias — parte 1
Introducción: recordemos la guerra entre los que habitaban bajo el mando de los reyes de la isla de Atlántida y sus súbditos en Europa, África y Asia.
Platón
“Critias“
[Parte 1: Introducción (106a-109a)]
TIMEO—. Contento, Sócrates, como si descansara de un gran camino, me despido ahora con alegría de la travesía del discurso. Al dios que en la realidad nació hace mucho tiempo, mas acaba de hacerlo en nuestro relato[1], le pido que preserve lo expuesto de manera correcta y que, si respecto de algo, sin quererlo, desafinamos, nos dé el castigo adecuado. Un castigo justo es ordenar al desordenado[2]. Entonces, para que, en lo que resta, nuestros discursos acerca de los dioses sean correctos, le pedimos que nos dé la ciencia como el mas perfecto y el mejor de los remedios. Después de estos ruegos, dejamos a Critias, según lo acordado, el discurso siguiente.
CRITIAS—. Bien, Timeo, lo acepto, pero también haré como tú al principio, cuando pediste excusas porque ibas a hablar de temas importantes. Solicitaré lo mismo ahora y creo que merezco obtener una indulgencia aún mayor en los temas que he de tratar[3]. Aunque estoy prácticamente seguro de que voy a hacer una petición pretenciosa y más descortés de lo debido, es preciso que la haga. Pues ¿quién se atrevería a afirmar con cordura que tu exposición no ha sido acertada? Sin embargo, yo, de alguna manera, debo intentar demostrar que, por ser más difícil, lo que voy a tratar requiere una benevolencia mayor. Ciertamente, Timeo, cuando se dice a los hombres algo acerca de los dioses es más fácil dar la impresión de hablar con suficiencia que cuando se nos habla sobre los mortales. En los temas ignorados por el auditorio, su inexperiencia y su completa ignorancia en ese campo facilita enormemente la tarea al que va a exponer algo acerca de ellos. Sabemos que tal es nuestra disposición respecto de los dioses. Acompañadme en el siguiente razonamiento para que os muestre con mayor evidencia lo que quiero decir. Todo lo que decimos es, necesariamente, pienso, una imitación y representación. Consideremos la representación pictórica de cuerpos divinos y humanos desde la perspectiva de su facilidad o dificultad para dar a los espectadores la impresión de una imitación correcta y veremos que en el caso de la tierra, las montañas, los ríos, el bosque, todo el cielo y todo lo que se encuentra y se mueve en él, en primer lugar, nos agrada si alguien es capaz de imitar algo con un poco de exactitud. Además, como no sabemos nada preciso acerca de ellos, ni investigamos ni ponemos a prueba lo pintado, nos valemos de un esbozo impreciso y engañoso. Contrariamente, cuando alguien intenta retratar nuestros cuerpos, como percibimos claramente lo deficiente a causa de la continua familiaridad de nuestra percepción, nos volvemos duros jueces del que no ha logrado una semejanza total. Es necesario comprender que lo mismo sucede con los discursos: que nos agradan los temas celestes y divinos, incluso cuando son expuestos con escasa verosimilitud, pero que analizamos minuciosamente los mortales y humanos. Respecto de lo que vamos a exponer ahora sin preparación alguna, hay que perdonarnos si no podemos reproducir exactamente lo apropiado, pues debemos pensar que no es fácil, sino difícil, representar a los mortales de manera adecuada a la opinión de los otros. Digo todo esto, Sócrates, porque quiero advertíroslo y pediros no menos indulgencia, sino más en lo que expondré a continuación. Si os parece que solicito el presente con justicia, dádmelo de buen grado.
SOCRATES—. ¿Por qué no íbamos a dártelo, Critias? También al tercero, Hermócrates, otorguémosle lo mismo, pues evidentemente, dentro de poco, cuando le toque hablar, lo solicitará como vosotros. Para que comience de otra manera y no se vea obligado a repetir, hable en ese momento convencido de que ya dispone de nuestra indulgencia. Mas a ti, querido Critias, te haré conocer antes el pensamiento del público: el poeta anterior ha logrado ante él muy alta consideración, de manera que necesitarás mucha indulgencia si quieres tomar el relevo.
HERMÓCRATES.— Me prometes lo mismo que a éste, Sócrates. Mas hombres sin valor nunca alcanzaron una victoria, Critias. Por tanto debes abordar la exposición con valentía y, después de invocar al Peán[4] y a las Musas, mostrar y celebrar a los antiguos ciudadanos en su bondad.
CRITIAS.— Como estás en las filas posteriores, querido Hermócrates, y tienes a otro por delante, eres aún valiente. Dentro de poco se te hará evidente cómo es esto. Pero debo obedecerte cuando me consuelas y das ánimo e invocar, junto a los dioses que mencionaste, a los restantes y, especialmente, a Mnemósine[5] porque casi todo lo esencial de nuestro discurso se encuentra en el dominio de esta diosa; pues si recordamos suficientemente y proclamamos lo que dijeron una vez los sacerdotes y Solón trajo aquí, casi tengo la certeza de que este público será de la opinión de que hemos cumplido adecuadamente lo que es debido. Debo hacerlo ya y no dudar más aún.
Ante todo recordemos que el total de años transcurridos desde que se dice que estalló la guerra entre los que habitaban más allá de las columnas de Heracles y todos los que poblaban las zonas interiores, es de nueve mil[6]; ahora debemos narrarla en detalle. Se decía que esta ciudad mandaba a estos últimos y que luchó toda la guerra. A la cabeza de los otros estaban los reyes de la isla de Atlántida, de la que dijimos que era en un tiempo mayor que Libia [norte de África] y Asia, pero que ahora, hundida por terremotos, impide el paso, como una ciénaga intransitable, a los que navegan de allí al océano, de modo que ya no la pueden atravesar[7]. En su desarrollo, la exposición del relato mostrará singularmente en cada caso lo que corresponde a los muchos pueblos bárbaros y a las razas helenas de entonces. Pero es necesario exponer al principio, en primer lugar, lo concerniente a los atenienses de aquel entonces y a los enemigos con los que lucharon, las fuerzas de guerra de cada uno y sus formas de organización política. De éstas, hay que preferir hablar antes de las de esta ciudad.
Nota del Traductor: Cf. Timeo 92c [fin del Timeo]. ↩︎
Nota el Traductor: El párrafo es una alusión a Timeo 28d, pasaje en el que Sócrates, aludiendo al significado musical de nómos compara el discurso de Timeo con un aire musical. En la última oración hay un juego de palabras intraducible al castellano entre plemmeleīn («dar una falsa nota en música» y, en sentido metafórico, «ofender», «errar») y emmelēs («en tono», «armonioso» y, en sentido metafórico, de una persona «armoniosa», «ordenada»). ↩︎
Nota del Traductor: Cf. Timeo 29c. ↩︎
Nota del Traductor: Sobrenombre del dios Apolo. ↩︎
Nota del Traductor: Personificación divinizada del recuerdo y la memoria, pertenece a la generación de dioses más antigua, hija de Urano y Gea; según Hesíodo (Teogonía 135) es la madre de las Musas. ↩︎
Nota de Conectorium: “Sobre este detalle muchos historiadores y autores como el propio Plutarco nos advierten que la forma de contar que tienen los egipcios no era con años solares, sino de ciclos lunares, que son meses. De esta manera, cuando se hace la transformación de los 9.000 años, llegamos a que la guerra descrita y el hundimiento de la Atlántida, habría ocurrido 728 años antes que Solón visite Egipto, es decir, aproximadamente en el año 1.289 a.C.” —David Antelo, Atlántida - Los Paraísos Perdidos, capítulo 6. ↩︎
Nota de Conectorium: Citado por David Antelo en el capítulo 3 de Atlántida – Los Paraísos Perdidos. ↩︎