Lo que provoca una regleta, parte 1 *
Hace un tiempito que vengo queriendo arreglar—o esconder—el cablererío en mi escritorio. Hoy encontré por fin la regleta que buscaba, con la cantidad de enchufes que quería, del tamaño perfecto para encajar en la cajita que tenía preparada para el disimule [»»»]

Hace un tiempito que vengo queriendo arreglar—o esconder—el cablererío en mi escritorio. Hoy encontré por fin la regleta que buscaba: con la cantidad de enchufes que quería, en la disposición que necesitaba, del tamaño perfecto para encajar en la cajita que tenía preparada para el disimule.
Llegué a casa y me puse manos a la obra. Después de limpiar el escritorio, conseguir ligas, amarrar cables y usar varias tiritas de cintas aislante, todo en el escritorio estaba por fin en su lugar. Pero no todo.
Como siempre ocurre cuando uno empieza a ordenar algo, me encontré reacomodando, aseando esquinas, desempolvando y moviendo muebles. Bueno, en realidad, me encontró mi mujer, que tuvo la suerte o la desdicha de verme en fachas caseras en este ajetreo. Y de repente, como era de esperar, como hubiera sido si fuera al revés, movida por el mismo impulso—o impulsada por el mismo espíritu—, nos descubrimos limpiando, moviendo y reordenando el departamento. Botamos algunas cosas, separamos otras para regalar, y ahora la casa está más limpia, más bonita y el uso del espacio es más eficiente. Y todo por una regleta.
Es increíble la cantidad de cambios grandes que puede provocar uno pequeño.
